Domingo XXIX del Tiempo Ordinario/B
(Is 53, 2a.3a.10-11; Heb 4, 14-16; Mc 10, 35-45)
el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su vértice
luminoso en la Cruz.
El domingo pasado aprendimos dónde está la auténtica sabiduría. En este domingo,
Jesús nos enseña dónde está la verdadera grandeza y liderazgo del seguidor de
Cristo: en servir (evangelio), aunque esto suponga pruebas y sufrimientos (1ª y 2ª
lectura).
Hay una abismal diferencia entre el drama de Jesús y la frivolidad de los discípulos.
Parece igual, pero no es lo mismo el cargo y la carga, el ministro y el servidor. Tal
vez el uso y el abuso de estas palabras etimológicamente iguales, hace que en la
práctica sean algo tan distinto, e incluso tan opuesto. Los hijos del Zebedeo
hablaban de cargos y de ministerios. Jesús hablaba de carga dulce y humilde
servicio.
La tentación es la de siempre: la prepotencia incontestable, al prestigio suntuoso, la
influencia grandilocuente. La palabra de Jesús, avalada por su vida hasta el final, va
por otros derroteros. Y los grandes santos como los grandes profetas de siempre,
nos han ofrecido en su palabra y en sus acciones el mejor comentario a este
Evangelio de hoy. No hacer como hacen los grandes de este mundo, los arribistas,
los del poder, del poseer, del parecer y del placer, sino ser concretos en nuestro
modo de servir, de dar la vida en cada tramo del camino, en cada gesto y
situación: acoger, escuchar, ofrecer, perdonar, compartir, animar, vendar heridas
interiores o externas, anunciar la Buena Noticia del buen Dios. ¿A qué servicio
concreto, salvador, misericordioso nos llama Dios a cada uno?
Miremos a Cristo, nuestro ejemplo supremo. No quiso prerrogativas, ni ambiciones.
Se rebajó, se anonadó, se arrodilló y nos lavó los pies. Vino a servir, y no a ser
servido. Sirvió a su Padre celestial. Sirvió a María y a José, sus padres aquí en la
tierra. Sirvió a la humanidad, curando, alentando, dándoles de comer,
predicándoles el mensaje de salvación. Nada quiso a cambio. Vino para dar la vida
en rescate por todos. Donde rescate equivale a liberación del pecado y del
cautiverio del demonio, pero también liberación de las estructuras sociales,
políticas, económicas, religiosas, sindicales…opresoras del hombre. Cristo no es un
caudillo divino que se abre camino venciendo enemigos políticos e instaurando un
Reino de Dios político, no un dominador sino un servidor; no un vencedor sino un
vencido y rendido por amor.
¿Cómo me comporto en el pequeño o gran territorio de mi autoridad familiar,
profesional, eclesial: sirvo como Jesús o tiranizo y oprimo como los grandes de esta
tierra? Madre Teresa de Calcuta dice que “El fruto del silencio es la oración: El fruto
de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El
fruto del servicio es la paz”. Y el Papa Francisco: “no debemos olvidar nunca que el
verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su vértice luminoso en
la Cruz. Benedicto XVI: si para el hombre, a menudo, la autoridad es sinónimo de
posesión, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es siempre sinónimo de
servicio, de humildad, de amor; quiere decir entrar en la lógica de Jesús que se
abaja a lavar los pies a los Apóstoles (cf. Ángelus, 29 de enero de 2012); y Jesús:
“Saben que los jefes de los pueblos los tiranizan… No será así entre ustedes, el que
quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero
entre ustedes, que sea su esclavo” (Mt 20, 25-27). Romano Guardini escribe: “Toda
la vida de Jesús es una traducción del poder en la humildad… es la soberanía que se
abaja a la forma de siervo” (Il Potere, Brescia 1999, 141.142).
Podemos preguntarnos ¿Qué clase de autoridad predomina en mi vida de todos los
días: la autoridad que puede ser autoritarismo o la autoridad que es ser autor, un
servicio de amor para hacer crecer? Que al ejercer en esta semana nuestra
autoridad, seamos autores, es decir, tener y ser autores de vida, de servicio, y
autores de amor para hacer crecer este libro hermoso que somos nosotros los
humanos.
Señor, líbrame de la ambición y de la tiranía en el trato con mis hermanos. Pon en
mi corazón la humildad para que pueda servir a todos con desprendimiento, alegría
y generosidad, como Tú.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)