30ª semana del tiempo ordinario. Domingo B: Mc 10, 46-52
Jesús iba camino hacia Jerusalén. Ya estaba cerca, a unos 30 kilómetros, en una
hondonada junto al mar Muerto. Iba a comenzar la ascensión hacia la ciudad. Es un
camino terrenal, pero también es un camino ascensional hacia la entrega total al
Padre y era una enseñanza viva para los apóstoles. Hoy Jesús hace un milagro que
les impactó mucho, porque recuerdan el lugar, Jericó, y hasta el nombre del ciego
que fue curado, Bartimeo. Es una lección viva también para ellos, pues acababan de
discutir sobre quién de ellos sería más principal en el Reino. No acababan de ver que
el Reino es sobre todo amor, que se realiza por medio del servicio. Estaban ciegos.
Para nosotros tiene muchas enseñanzas este suceso. Llegan a Jericó donde un
ciego estaba al borde del camino. En el espíritu hay muchos ciegos. Algunos se la
dan de entendidos y hablan mucho de religión; pero si no tienen la vivencia de estar
con Jesús y seguirle en su vida, en realidad son ciegos. Todos estamos al menos un
poco ciegos. Pero Bartimeo había tenido la suerte de haber oído hablar de Jesús.
Alguno le habría contado cosas grandiosas sobre Él, y cuando oye que es Jesús el
que pasa, se pone a gritar. Le llama “hijo de David”, que es lo mismo que Mesías, y
continúa gritando. Hay muchos ciegos en la vida. Lo peor es que no saben cómo salir
de esa ceguera, porque no les han hablado de Jesús y de su amor redentor..
Tenemos que aprender a gritar a Dios. Es un signo de fe. Si no nos atrevemos a
hacerlo de una manera externa, al menos lo hagamos desde lo íntimo de nuestro
corazón. Habrá momentos de angustia, pero sobre todo momentos en que sabemos
que necesitamos una gracia especial de Dios para levantarnos del pecado. Gritemos.
Dios está atento al pobre y al necesitado que le grita, como se dice en los salmos.
No es fácil, porque encontraremos dificultades, Aquel ciego oyó que varios de la
gente, egoístas ellos, le pedían que se callase, que les dejase en paz; pero el ciego
gritaba más. Cuando queremos gritar a Dios, sentiremos las tendencias mundanas
que nos quieren llevar a falsas alegrías y a la falsa paz. Pero gritemos, porque Jesús
nos escucha y nos llamará, como llamó al ciego. Las personas, que antes le invitaban
a callarse, ahora le dicen: “acércate, que te llama”. Él salta y suelta el manto. No es
fácil acudir a la llamada del Señor, cuando estamos atados a las cosas mundanas.
Hay que saltar y dejar muchas cosas. El manto que tenía para abrigarse de noche y
recoger las limosnas, ahora ve que le sobra, porque quiere acudir de prisa.
Jesús sabe apreciar esa fe. Queda claro que lo que quiere aquel ciego es el poder
ver, y Jesús le da la visión total: la visión del cuerpo y la visión del alma. Por eso le
dice: “Ande, tu fe te ha salvado”. Este “estar salvado” es la consecuencia de una gran
fe, que aquel ya vidente actualiza con la primera mirada en Jesús, que es nuestra
salvación. Desde ese momento de algún modo es ya discípulo de Jesús. Por eso se
pone en camino y “le sigue”. Aquí el seguir a Jesús es mucho más que un simple
caminar entre el polvo de la tierra. Es un signo de lo que nosotros debemos hacer un
poco más desde este día. Si hemos gritado a Jesús, no nos contentemos con un
sentir una cierta paz, sino que aprendamos más y mejor su doctrina y le sigamos.
Hay gente que cree ver y en su corazón no ve, y hay gente deficiente en lo
exterior, pero que sus sentidos interiores están pujantes. Dicen que S. Francisco de
Asís compuso su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y san Juan de la Cruz cantó
hermosamente a los montes y bosques y a las flores cuando llevaba meses en la
prisión. También Beethoven componía grandiosas obras musicales, cuando estaba ya
sordo. El próximo 1 de Noviembre celebraremos a todos los santos que nos esperan
en el cielo al final de este camino, que en el día de los difuntos debemos ver como un
encuentro gozoso con el Señor. Poder ver estas grandiosas realidades de nuestra
vida con amor es lo que debemos pedir hoy intensamente al Espíritu Santo.