XXX Domingo Ordinario, Ciclo B
Luz para el camino
Mons. Enrique Díaz
Jeremías 31, 7-9: “Vienen a mí llorando, pero yo los consolaré y los guiaré”.
Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”.
Hebreos 5, 1-6: “Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec”.
Ahora que se acerca la celebración de los fieles difuntos llega a mi memoria una
experiencia inolvidable en una de las comunidades de Comitán. Los catequistas
luchan contra la imposición y manipulación que han convertido en Halloween o
en noche de brujas lo que era una bella tradición llena de recuerdos, de oración
y de convivencia. Organizan celebraciones y representaciones que sensibilicen a
los pequeños para que entiendan y respeten el sentido cristiano de la muerte y
la resurrección. Al final de una pequeña obra teatral presentada por los niños, la
catequista llena de entusiasmo decía: “Queremos que todos vean y comprendan
que Jesús es nuestra vida y que no necesitamos brujas y espantajos. Es tiempo
de abrir los ojos y dejarnos llenar de luz”. Y lo decía llena de alegría y
convicción queriendo entusiasmar y lo más sorprendente es que ella, que había
preparado toda la escenificación, es “ᄀciega!”. Hay personas que no tienen luz
en sus ojos pero que proyectan una gran luz a su alrededor.
Quizás podríamos decir lo mismo de este ciego, Bartimeo, que nos presenta el
Evangelio de este Domingo. Es el último milagro que nos narra San Marcos
como una síntesis y culmen de todos los milagros anteriores y Bartimeo parece
en muchos sentidos ser el ejemplo del verdadero discípulo que espera, ora,
grita, se despoja, salta y sigue a Jesús. Apenas hace ocho días descubríamos a
los discípulos luchando encarnizadamente por los primeros lugares, queriendo
seguir a Jesús por caminos equivocados de egoísmo mesiánico y ahora se nos
presenta este ciego como auténtico discípulo que “ha contemplado” a Jesús
como Mesías de la misericordia y anhela “unos ojos que puedan verlo”
externamente para seguirlo en su camino de la entrega.
Bartimeo no es un ciego más, sino un ciego sentado a la orilla de la senda de la
peregrinación que lleva a la ciudad santa, Jerusalén, sin poder participar de ese
camino de salvación. Representa a la humanidad entera condenada a la
ceguera, abandonada y olvidada que nunca podrá participar de una vida plena.
Es el Bartimeo de los descartados, de los desechos que una sociedad en su afán
de poder y riquezas, tira y olvida a lo largo de todos los caminos. Es la
población marginada a las orillas de las autopistas y ciudades que solamente
mira pasar el progreso, ahogada en su pobreza e impotencia. Sí, Bartimeo es el
hombre actual que prefiere vivir de las migajas de la limosna porque no se le
permite participar y se considera inútil e inservible. Pero Bartimeo en su interior
anhela la luz, siente la necesidad de darle sentido a la vida, quiere participar y
está atento al paso de Jesús.
Desde lo profundo de su impotencia y de su necesidad brota ese grito
angustioso: “ᄀJesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Grito de búsqueda y
esperanza que caracteriza a quien sinceramente desea encontrarse con Jesús.
Suplicar y gritar desde nuestra ceguera es el inicio del encuentro con Jesús.
Pero el camino no es fácil. Quienes dicen “mirar y saber” pretenden callarlo para
que no moleste con sus atrevidos gritos, como si el dolor y el sufrimiento se
aplacaran ignorándolos. Hoy también, nos dice el Papa Francisco, hay quienes
pretenden con el engaño de las dádivas y migajas, o con presiones y amenazas,
callar a quienes sufren a la orilla del camino. Pero la verdadera paz no se logra
callando y ocultando el dolor. Bartimeo insiste a pesar de la oposición, la
reprensión y la contrariedad. Y Jesús escucha su lamento. Jesús no pasa de
largo y lo llama. Jesús tiene “misericordia” y pone su corazón junto al
abandonado y olvidado. Como nos dice Hebreos: “Él puede comprender a los
ignorantes y extraviados, ya que Él mismo está envuelto en debilidades”. Y
Jesús lo llama.
Al escuchar el llamado, Bartimeo realiza movimientos que a primera vista
parecen muy sencillos pero que implican toda una transformación: “tiró su
manto, de un salto se puso en pie, y se acercó a Jesús”. Bien dice el refrán:
más vale pájaro en mano que ciento volando. Y así nosotros estamos ahogados
por mantos de egoísmo, de individualismo que nos dejan fuera del camino. Es
poco lo que tenemos pero nos atamos a ello. Tirar el manto implica ese salto en
la fe que nos despoja de todo. Dejar nuestras falsas seguridades, nuestras
comodidades y nuestros acomodos, que nos atrapan, nos ciegan y nos atan.
Saltar en el vacío para confiarse en las manos de la misericordia de Jesús.
Acercarse a Él desde donde está cada quien, con confianza, con alegría. Sentir
su amor y escuchar su palabra.
Al escuchar la pregunta de Jesús a Bartimeo inmediatamente viene a la
memoria la pregunta que hace a sus discípulos en el pasaje anterior: “﾿Qué
quieres que haga por ti?”. Los discípulos pedían poder, reconocimiento y
prestigio, estar uno a la derecha y el otro a la izquierda. Bartimeo pide de todo
corazón y con toda sencillez: “Maestro, que pueda ver”. Es lo más importante:
mirar con los ojos de Jesús la situación en que nos encontramos. Iluminar
nuestra realidad y nuestra vida con la luz de su verdad. Ya a sus discípulos les
había hecho caer en la cuenta que no es el poder ni la tiranía el camino de la
salvación, sino el servicio; ahora concede a este indigente la luz para el camino.
Bartimeo nos enseña el camino de Jesús: no es posible quedarnos instalados a
la orilla del camino rumiando nuestra impotencia o nuestro conformismo.
Siempre pasa Jesús a nuestro lado y siempre nos está cuestionando qué
queremos. Una vida en la rutina y en la apatía no es vida. Jesús nos levanta,
nos ilumina y nos lanza a la aventura de construir su reino. Bartimeo, el nuevo
discípulo, descubre su lugar en la comunidad y se dispone a seguir en la fe a
Jesús. Quizás nosotros pretendemos ser cristianos sin seguir a Jesús, sin
descubrir su misericordia, sin comprometernos en su reino. Quizás estorbamos
e impedimos el camino de los otros para acercarse a Jesús. Quizás dejamos a
los hermanos tirados a la orilla del camino con nuestro egoísmo, con nuestra
indiferencia o con nuestras ambiciones.
¿Qué estoy dispuesto a dejar para seguir a Jesús? ¿Quiero de verdad seguirlo?
﾿Cómo me comprometo con los “tirados” a la orilla del camino?
Aumenta, Padre Bueno, en nosotros la fe y el amor, para que dejando
nuestros miedos, mantos y ataduras, sigamos a Jesús por el camino del
Reino. Amén.