31a. Ordinario, Martes
Habiendo oído esto, uno de los comensales le dijo: "¡Dichoso el que pueda
comer en el Reino de Dios!" El le respondió: "Un hombre dio una gran cena
y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los
invitados: "Vengan, que ya está todo preparado". Pero todos a una
empezaron a excusarse. El primero le dijo: "He comprado un campo y
tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses". Y otro dijo: "He comprado
cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses". Otro
dijo: "Me he casado, y por eso no puedo ir". "Regresó el siervo y se lo
contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo:
"Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los
pobres y lisiados, y ciegos y co jos". Dijo el siervo: "Señor, se ha hecho lo
que mandaste, y todavía hay sitio." Dijo el señor al siervo: "Sal a los
caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa." Porque les
digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena". (Lucas
14,15,24).
Con esta parábola del Reino, Jesús nos da un resumen de lo que es la Historia de la
Salvación.
Aunque no tenemos que pensar que los no judíos que vivieron durante el tiempo
del Antiguo Testamento fueron todos condenados, sí se puede afirmar que el primer
anuncio de salvación lo recibieron los descendientes de Abraham, el primer
verdadero creyente en el único y verdadero Dios.
Fue a ellos a quienes se dirigió el Altísimo de muchas maneras, como dice Hebreos
1,1. De modo que los primeros invitados al banquete lo fueron los del pueblo de
Israel.
Aunque no todos rechazaron la invitación al banquete, sí se puede decir que, como
pueblo, le fallaron al Señor que los había elegido. Al final, cuando vino Jesús, su
rechazo culminó con la muerte del Enviado.
A esto se refiere el Señor cuando dice que los primeros prefirieron sus actividades,
fuesen religiosas o temporales, antes que aceptar a quien el mismo Dios había
ungido.
No podemos decir, desde luego, que fue por ese rechazo que Jesús se dirigió a los
no judíos por medio de sus apóstoles. La mision del pueblo de la primera Alianza
era, precisamente, preparar su venida. En adelante, la invitación sería para todos.
Hay que recalcar que, como toda invitación, el que la recibe queda en libertad de
aceptarla o rechazarla, pero ateniéndose a las consecuencias.
La actitud de los primeros invitados, lamentablemente se sigue repitiendo hoy en
muchas personas, que siguen prefiriendo mantener sus comodidades, sus
pertenencias, incluso sus ambiciones y sus malos hábitos, antes que aceptar al
Señor.
Los que están conscientes de su mala actitud y, a pesar de todo, mantienen su
rechazo, están arriesgando algo mucho más importante que todas las riquezas que
puedan lograr en la tierra.
Los que, sin conocer realmente a Dios, y por tanto tampoco están al tanto de su
invitación al Reino, pero actúan conforme a la ley natural, la que está
ordinariamente impresa en la conciencia para permitirnos conocer lo que es bueno
o malo, tendrán la oportunidad de participar en el banquete.
A la hora de la verdad no valdrán excusas tontas, como aquellas que fueron
presentando los primeros invitados. Hay quienes no tienen tiempo para Dios. No se
dan cuenta de que si lo borramos de nuestra vida, El también nos borrará a
nosotros de la lista de sus amigos. Y esto es ejercer la pura justicia.
Padre Arnaldo Bazan