Pautas para la homilía
Solemnidad de Todos los Santos
¡Felices los pobres…!
Y le sigui￳ una gran muchedumbre…
Mateo nos da el detalle no menor: una multitud de varios lugares seguía a
Jesús. Viendo esta multitud, Jesús comienza a desgranar su proyecto del
Reino de Dios; desde la monta￱a, como un “nuevo Moisés” anima al pueblo
con el ideal más alto y humano al que están llamados sus seguidores si
quieren construir y/o formar parte del Reino. Es el programa de vida de todo
discípulo y discípula.
Es muy interesante que Jesús no empieza dando una serie de mandamientos
ni normas a cumplir, sino que alaba, declara felices (makarioi) a gente
inesperada... Jesús sorprende, descoloca, invierte los valores convencionales
de la sociedad de su época y de la nuestra también. Es un discurso muy
humano.
En nuestra lengua tenemos varias traducciones de la primera
bienaventuranza, es un detalle a tener en cuenta: “pobres de espíritu”,
“alma de pobres”, “pobres de coraz￳n”, “pobres en espíritu”, “espíritu del
pobre”… El texto original tiene todas estas posibilidades y esto nos debe
invitar a pensar y reflexionar, orar y escudriñar la Palabra que nos es dada.
¡El significado es inagotable!
Jesús declara “felices” a aquellos que son marginados, olvidados, dejados de
lado, ignorados, desechados, maltratados, excluidos, etc. Sabemos que el
pobre real de la época de Jesús habría conocido muy poco de la felicidad.
Hoy también. Al pobre no le queda otra salida que poner su confianza en
Dios, su único auxilio, ya que este mundo normalmente no le tiene en
cuenta. Tener espíritu de pobre o un alma de pobre es una actitud vital de
abandono y confianza en Dios, Padre y Madre que cuida de sus hijos,
aunque, muchas veces, la evidencia diga lo contrario (en griego ptojói, tiene
un significado preciso, rico, pero no ambiguo, los que no tienen nada,
equivalente a mendigos).
El pobre es el manso y sufrido, es también el que llora; el que tiene hambre
y sed de justicia; es el que tiene misericordia y compasivamente se relaciona
con el otro; es también el que tiene su corazón limpiado por las lágrimas del
sufrimiento y del dolor, propios o ajenos; es el que trabaja por la paz entre
todos sus hermanos y hermanas. El pobre es el perseguido por este mundo
que no tiene aprecio por quien reclama y exige un poco de justicia en su
barrio, su ciudad o su país. Todas estas características están presentes en el
pobre real y en aquellos que tienen alma de pobres. ¿Cómo vemos a los
pobres de nuestra sociedad?, ¿Cómo vemos al que llora, al que lucha por la
justicia, al que es compasivo, a los que trabajan por la paz? ¿Conocemos
gente así? Están con nosotros… y si queremos ser discípulos y discípulas de
Jesús, debemos aprender de ellos…
Vivir las bienaventuranzas es un desafío fuerte y actual para mí, hoy, en
este momento. Vivir el Evangelio en su radicalidad exige de mí, encarnar
estas cualidades en mi vida, y esto puede traer problemas, persecuciones,
calumnias y difamaciones de todo tipo. Querer ser un poco más humanos en
esta sociedad tan deshumanizada y deshumanizante tiene su precio… ¿estoy
dispuesto/a?
Alégrense y regocíjense: una Iglesia compasiva que busca ser
bienaventurada
Vivir la santidad no es otra cosa que encarnar en nosotros las
bienaventuranzas de Jesús, no nos compliquemos con cosas, normas,
estructuras caducas, etc., que solo dificultan el anuncio de la Buena Nueva
en el mundo de hoy. Nuestra Iglesia necesita hoy más que nunca mostrarse
compasiva, misericordiosa, acogedora y alegre, que busca la felicidad y el
regocijo de todos sus hijos e hijas. Una Iglesia que se embarra por rescatar
y acompañar a sus hijos; una comunidad que sufre y llora con las injusticias
de este mundo y busca incansablemente la paz, entre todos sus miembros, y
no genera divisiones por motivos secundarios e intrascendentes, es una
iglesia que vive las bienaventuranzas. Una Iglesia que acoge con caridad a
los pobres, perseguidos, afligidos, sufridos, mansos, humildes, constructores
de paz y que no persiga a sus mismos hijos…esa es la Iglesia declarada
“Bienaventurada”. ¿Estás dispuesto/a un proceso de conversi￳n en el cual el
Señor invierta tus valores y te regale un corazón de pobre?
Las bienaventuranzas de Jesús son humanas, demasiado humanas, quizás
por eso se nos complica tanto. No habla de fe, de mandamientos, de normas
ni disciplinas; esto es un aspecto central que merece nuestra reflexión más
atenta… Algunos autores afirman que la santidad es humanidad, es decir, a
más santidad más humanidad. Si la santidad es directamente proporcional a
la humanidad, entonces ¿cómo estamos? ¿Somos más humanos/as después
de cada Eucaristía, cada día, cada semana, cada año? Recordemos la
promesa que se hace realidad aquí y ahora pero que será plenificada algún
día: la recompensa será grande en los cielos…
Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP
Casa Sto. Domingo Ra’ykuéra-Asunción (Paraguay)