Un todo y menos nada
Como un torrente en crecida todos los bienes van a parar a pocas manos. Pareciera que
tuviesen imán, una atracción incorregible, una fuerza dominante que los arrastra al mismo
destino dejando en el camino una turba de hambrientos, sedientos, “descartados”, fuera de
control, sin rostro, sin voz. Es el drama humano, es la condición del corazón que tiende a
cerrarse sobre sí mismo en un todo indivisible.
La Palabra nos habla de dos viudas a quienes les queda nada, menos que nada y, sin
embargo, lo dan todo. Tienen una riqueza única: Dar desde su pobreza, lo que les queda
para la subsistencia, el mendrugo último de pan y, como si fuera poco, la confianza
absoluta de que no se acabará y se multiplicará, incluso, en la medida en que lo dan, como
pan o como céntimos. Lo mismo da, sin nada multiplicado en un todo: Confianza absoluta.
Dios es infinitamente rico. Pero rico en sentido inverso a como lo entendemos nosotros. Su
riqueza es donación, entrega hasta vaciarse de sí mismo. Nos regala lo único que tiene que
es su Hijo. Su riqueza es igual a su pobreza. Su riqueza es del tamaño de su Hijo, es decir,
la plenitud del amor. Y su pobreza es de la dimensión de nuestro vacío a donde llega su
Hijo. Sólo espera nuestra respuesta: Un SÍ hecho amor en servicio total.
Y Jesús se fijaba no tanto en las abundantes limosnas que daban los poderosos, sino en la
grandeza del corazón de la viuda que daba lo único que tenía. Para Dios eso es lo visible, el
corazón, la intención con que se da, la voluntad como medida del amor y, un no sé qué de
sabiduría que nos abre el horizonte de la generosidad sin medida para una medida generosa
en nuestras vidas como servicio y como donación amorosa a la causa del Reino.
Cochabamba 08.11.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com