32a. Ordinario, Viernes
"Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del
hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que
entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo,
como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían,
plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover
fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el
Día en que el Hijo del hombre se manifieste. Aquel Día, el que esté en el
terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo,
el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot.
Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.
Yo les lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será
tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será
tomada y la otra dejada". Y le dijeron: "¿Dónde, Señor?" El les respondió:
"Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres". (Lucas 17,26-
36.
Para que sus oyentes pudieran tener una idea más clara de lo que les dice, Jesús
apela a historias que todos los judíos conocían, pues eran parte de las Escrituras
Sagradas.
Menciona a Noé, quien aparece en el capítulo 6 del Génesis, construyendo un arca,
por mandato de Dios, ya que: "la tierra estaba corrompida en la presencia de Dios:
la tierra se llenó de violencias. Dios miró a la tierra, y he aquí que estaba viciada,
porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra" (6,11).
Cuando llegó el diluvio solo Noé y su familia se salvaron, pues eran los únicos que
Dios encontró dignos de ello.
Lo mismo pasó con Lot, el sobrino de Abraham (Génesis 19), quien vivía en
Sodoma, ciudad llena de vicios, que junto a otras, merecieron ser exterminadas.
Solo se salvó la familia de Lot, aunque su mujer, por curiosa, cuando iban huyendo
de la ciudad, desobedeció la orden de Dios y volvió su vista atrás, quedando
convertida en una estatua de sal.
Esta vida es para vivirla en obediencia a Dios. Es verdad que somos libres para
desobedecerlo, pero tendremos que pagar las consecuencias por ello.
El quiere lo mejor para nosotros, pero muchas veces pensamos al revés, y por eso
prestamos oídos a las tentaciones del Maligno que nos vuelve a decir: "Te daré todo
si te arrodillas y me adoras" (Mateo 4,9).
Tenemos que decidirnos por seguir a Jesús, sabiendo que con El vamos seguros.
Pero si por nuestra terquedad nos apartamos y lo abandonamos, El respetará
nuestra libertad, aunque nos vea caminar hacia la eterna condenación. Salvarnos
es el deseo de Dios y aceptarlo es decisión nuestra. Como decía san Agustín:
"Aquel que te creo sin ti, no te salvara sin ti".
Tenemos, pues, un papel que jugar. Dios pudo habernos hecho impecables, y todo
hubiera sido mucho más fácil para nosotros. Pero así no seríamos realmente
criaturas dignas de Él. Los animales son también criaturas de Dios, pero no
recibieron la inteligencia y la voluntad para desobedecer sus leyes. Ellos actúan por
instinto, y no son responsables de lo que hagan.
Nosotros, por el contrario, tendremos que responder a Dios. Y esto no va a suceder
al final de los tiempos, sino a la hora de nuestra muerte, como dice la Carta a los
Hebreos: "está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio"
(Hebreos 9,27). Ese día llegará sin previo aviso, cuando menos lo esperemos. Por
eso Jesús nos advierte: "También ustedes estén preparados, porque en el momento
que no piensen, vendrá el Hijo del hombre" (Lucas 12,40).
Padre Arnaldo Bazan