XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
LA PEQUEÑA GRAN GENEROSIDAD
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Os lo he dicho otras veces, mis queridos jóvenes lectores, un profeta no
es el que anuncia futuras desgracias, terremotos o guerras, ni tampoco
grandes victorias. Profeta en sentido bíblico, es aquel que con su hablar o
proceder, expresa como debe ser el cumplimiento de la Ley en aquel
momento histórico y en aquel país concreto. Es actualizador concreto del
mensaje revelado de Dios. También os he advertido que puede ser escritor
o iletrado. Si tomáis vuestra Biblia y miráis el índice, observaréis un
apartado dedicado a los profetas, seguramente os sonarán los nombres
Isaías, Jeremías…. Pues bien, en realidad se trata de profetas escritores. A
unos les llamamos mayores, porque sus escritos son largos, a otros
menores, porque sus comunicados son más cortos. Pero estas diferencias
no implican calidad religiosa alguna.
2.- Sin duda, el gran profeta de Israel es Elías. Le sigue su discípulo Eliseo.
Conocemos detalles de sus vidas y la categoría social que se les atribuyó,
también algunos dichos y palabras, suyos, pero poco más en este sentido.
Algunos profetas menores escritores lo que ha llegado a nosotros, texto
revelado, es de gran contenido, pese a ser corto y sus circunstancias
personales desconocidas. Elías, protagonista de la primera lectura del
presente domingo, era un israelita de prestigio, respetado, o temido, hasta
por los mismos reyes. No habitó en palacios, pasó una larga temporada,
solitario, junto a un torrente, hasta que se secó. Increpó a reinas y retó a
profetas extranjeros a los que venció. Le tocó huir, escuchó vaticinios que
debía comunicar, exponiéndose con ello la vida, etc. etc.
3.- Hoy le vemos moviéndose por el extranjero, en tierras fenicias
concretamente, que hoy las llamamos Líbano en tiempos de crisis
económicas, semejantes a las que sufrimos ahora. Es un desplazado, en
una tierra de cultura muy diversa a la suya, donde se da culto a un dios que
quieren convertirlo en el enemigo de Yahvé, porque en aquel tiempo, cada
país tenía su rey y su dios y sus costumbres y riquezas. Elías,
aparentemente, es un pobre hombre. Y pide auxilio a una pobre buena
mujer, muerta de hambre. Pide la limosna del alimento más humilde: un
panecillo. Ni esto, en buena lógica, le debía dar aquella mujer. Con la leña
que estaba recogiendo, cocería un panecillo, lo último que le quedaba,
saciaría un poco el hambre suya y la de su hijo y moriría después. Primero
es la obligación que la devoción, le hubiera contestado hoy en día,
acertadamente, la mujer al profeta. Esta es la indiscutible razón del
biempensante, hay que reconocerlo. La filosofía del creyente tiene otros
criterios y de acuerdo con estos, el profeta se vuelve exigente y,
extrañamente, la buena mujer se lo acepta, confía además en lo que le
promete aquel extraño. Satisface a Elías, sacia la necesidad de ella y de su
hijo y continúa viviendo, que ya es mucho en aquel momento de crisis.
4.- La escena evangélica se desarrolla en el Templo de Jerusalén, en el
lugar llamado atrio de las mujeres. Atravesado el gran espacio abierto a
todo el mundo, la enorme explanada, y franqueado el muro que significaba
la frontera que ningún gentil podía cruzar, se entraba en esta plazoleta
llamada de las mujeres por dos motivos. En primer lugar porque también
ellas podían situarse y en segundo porque en unas escalinatas que
circundaban su interior, se situaban ellas para ver como los varones
bailaban. Sólo ellos podían hacerlo allí. En sus cuatro extremos estaban
situadas unos pequeños recintos, almacenes sin techo, dedicados diversas
utilidades, una de ellas la aceptación de los dones que ofrecían los fieles.
Gracias a ellos, y a la correspondiente parte de las víctimas que se
sacrificaban, podían mantenerse y vivir holgadamente los levitas y los
sacerdotes. También servían los donativos para la conservación del edificio
sagrado, una de las grandes maravillas de su tiempo.
5.- Iban los ricos y daban mucho. Los pobres ¿qué iban a ofrecer? ¿Para
qué podían servir las diminutas moneditas de su bolsa? Aquella buena
mujer anónima no entendía de cálculos matemáticos. No se entretenía en
pensar para qué iba a servir su centimito. Ella lo daba a Dios y Dios lo
entendería. Dios y su Hijo-hombre lo vieron y entendieron y fue tanto su
gozo, que no pudo callarse el Hijo y lo comunicó de inmediato a sus amigos.
(Un inciso, Jesús no era un introvertido, era, en esto y en todo,
comunicativo. Era una de las razones de su estancia en la tierra. A vosotros
os llamo amigos, porque todo lo que he recibido del Padre os lo he dado a
conocer, les decía un día. Gracias a ello, sabemos ahora algo de las
matemáticas de Dios, que no son las mismas que las que nos ha tocado
estudiar en clase.)
6.- ¿Damos de acuerdo con lo que tenemos, independientemente de si es
mucho o poco? Independientemente de lo que podrá solucionarse con ello.
¿Pensamos y restringimos nuestros dones porque suponemos que quien lo
recibe tal vez lo malgastará? ¿Procedéis de esta manera, mis queridos
jóvenes lectores? Quien da con generosidad y sin cálculo siempre sale
ganando. Quien recibe, debe sentirse obligado a emplear el don de acuerdo
con la dignidad que supone ser fruto de la generosidad. Quiero decir que si
un día por casualidad, o por un pequeño remiendo que habéis efectuado,
tenéis alguna moneda, os debéis sentir menos obligados a darle buena
finalidad, que si lo que tenéis es un don, sea de rico o de pobre, mucho más
si es de pobre. Ved en él la imagen sensible del amor. No se puede profanar
la caridad. El dinero es la sangre del pobre, decía el ogro místico León Bloy.