XXXII Domingo Ordinario, Ciclo B
La generosidad de la viuda
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
I Reyes 17, 10-16: “Con el pu￱ado de harina la viuda hizo un panecillo y se lo llev￳
a Elías”
Salmo 145: “El Se￱or siempre es fiel a su palabra”
Hebreos 9, 24-28: “Cristo se ofreci￳ una sola vez para quitar los pecados de todos”
San Marcos 12, 38-44: “Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos”
“¡Eso es una locura! Es quedarse expuesto a todos los peligros y abrir con
ingenuidad las puertas a los desconocidos”. Son las objeciones de quienes escuchan
con admiración los métodos y caminos de “Los Traperos de Emaús”, en su terca
misión de transformar la sociedad: “Dar todo, dar a todos, abrir la puerta y compartir
la mesa”. Dicen no tener nada porque se han dedicado a recoger lo que la sociedad
ha desechado, pero tienen un techo, un trabajo y una comunidad y lo arriesgan todo
abriendo el corazón a quien llega a sus puertas. “Como muestra de confianza
entregamos la llave de la casa al que solicita su admisión”. Así, dando todo,
encuentran la fuerza para levantar a hombres y mujeres marginados por la sociedad.
Sólo tienen “la basura” que recogen, seleccionan y ofrecen. Sus ganancias las
entregan con generosidad a quien llega y quien más lo necesita.
Las enseñanzas de Jesús parten de la vida, a veces resaltando lo positivo y a veces
denunciando las injusticias y las mentiras que perjudican a la vida de sus discípulos.
San Marcos nos presenta a un Jesús observador y crítico que pone en evidencia el
fuerte contraste que existe entre la conducta de los escribas y la de la viuda pobre.
Jesús ve más allá de las apariencias, penetra en el interior y nos obliga a fijar nuestra
mirada en los pequeños, en los desconocidos, en los sin nombre, en esos hombres y
mujeres que, aparentemente, no tienen nada pero son los que van construyendo el
Reino. Desde su mirada misericordiosa contempla con dolor la ostentación de los
ricos, pero también las pequeñas monedas que se pierden en la oscuridad de las
alcancías. Para Él no puede pasar inadvertida la insignificante ofrenda de la viuda. El
contraste es manifiesto y Jesús se muestra juez implacable de los que hacen
ostentación de su dinero, poder y generosidad, y al mismo tiempo, insobornable
defensor de los más pobres.
Ante la escandalosa pobreza, un mundo que se desbarata y una hermana madre
tierra que gime, los poderosos ofrecen vistosas soluciones y detrás de sus
propuestas, esconden intereses egoístas y fraudulentos rescates. Ya lo denuncia el
Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si”, acusando a quienes fingen y proponen
soluciones pero no arriesgan nada y son los pobres quienes tienen que sacrificar sus
pocas pertenencias y son exigidos sin misericordia. Acusar y no comprometerse hoy
igual que ayer. Los nuevos escribas y fariseos se echan sobre las pobres pertenencias
de los pobres. Pero Jesús, cuando dice “¡Cuidado!” , nos lo dice también a nosotros
que tenemos el corazón muy propenso a la riqueza, a la fama y al placer.
Dos viudas, pobres, humildes, hoy nos reclaman nuestros tibios compromisos y
nuestra muy condicionada participación. Para construir el Reino se necesita entregar
todo. Ellas no sabrán mucho de teologías, pero saben de generosidad; ellas no
comprenderán de sistemas económicos ni de teorías ambientalistas, pero saben
ofrecer todo lo que tienen; ellas no disertarán sobre nuevos sistemas y brillantes
soluciones, sólo viven la fraternidad. La viven a plenitud y con una confianza inmensa
en el amor de Dios que ve el interior del corazón y que reconoce la bondad de los
pequeños.
La generosidad de “estas viudas” y las viudas y pobres de hoy, es también la base
de la solidaridad. No se trata de dar lo que nos sobra o ya no necesitamos; no se
trata de deshacernos de la basura que estorba en nuestras casas y que “a lo mejor
al otro le puede ser útil”. No se trata de una ayuda que humille, sino de un
compromiso que promueva la hermandad. Siguiendo el ejemplo de Jesús, y también
el de la viuda, la solidaridad implica un intercambio entre iguales aunque poseamos
diferente; una entrega de lo que da vida, una donación de nuestro tiempo y de todo
lo que somos nosotros. Uno es generoso no cuando se atiene a todas sus posesiones
para sentirse seguro, sino cuando ofrece aquello que también a él le hace falta.
Ciertamente es una revolución en nuestro pensamiento y en nuestras ambiciones,
pero la propuesta de Jesús es revolucionaria o deja de ser verdadera. Jesús no
propone la mediocridad y la indiferencia, Él mismo se ha entregado a plenitud. Hay
otra enseñanza que nos deja esta viuda pobre: hacer nuestras tareas a plenitud y no
en la mediocridad. Hay muchos que van “sobreviviendo”, “pasándola”, “dejándose
llevar por los vientos”, pero sin vivir plenamente. Si contemplamos a Jesús, lo
descubrimos viviendo y dándose sin medida, sin cálculos. Dando todo lo que tiene y
dándose todo entero; vaciándose, anonadándose y agotándose, sin nada para sí
mismo. Por eso se entrega en un pan: triturado, para que todos lo coman y tengan
vida.
Hoy hay gente que vive así. Que les gusta dejarse llevar por la explosión de su
generosidad, que llenan cada momento con su entusiasmo y su alegría, aunque
tengan los bolsillos vacíos. No se trata de huir artificialmente de una situación de
crisis, sino que es la única manera de vivir cristianamente la crisis: compartiendo
en la fe, en la generosidad, y no dejando que muera la esperanza. Sólo uniendo lo
poco, casi nada, que tienen miles de personas generosas se logrará crear un mundo
nuevo. Conozco personas a quienes la crisis y la pobreza les ha dejado un carácter
agrio y las ha dividido y las colocado en pleito con sus cercanos; y recuerdo, con
admiración, familias que gracias a una crisis económica han descubierto que tenían
muchos más valores que compartir y a quienes su amor los sostiene y alienta.
Nuestra aportación a un mundo mejor, nuestra generosidad, por ser tan pequeña,
parece que no solucionará los graves problemas, pero desencadena la esperanza y
la alegría por hacer, mantiene viva la débil llama del amor. Actuar sobre la realidad
y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de demostrar que el amor
vence al odio, a la indiferencia y a la injusticia.
Ayúdanos, Padre bueno, a que dejando en tus manos amorosas todas nuestras
preocupaciones, nos entreguemos con mayor libertad y generosidad a la
construcción de tu Reino. Amén.