Domingo XXII del Tiempo Ordinario/B
(1 Re 17, 10-16; Heb 9, 24-28; Mc 12, 38-44)
Dio todo lo que tenía
El texto de este domingo nos trae la deliciosa escena de un Jesús que observa lo
que está ocurriendo en el interior del Templo de Jerusalén, y hace de su
observación una hermosa enseñanza. Ante sus ojos aparecen los letrados y
fariseos, esa gente importante, reconocida y mandamás, autorizadísimos por sus
propias leyes, que iban y venían al Templo dándose una importancia arrogante.
Jesús señala no sólo el uso pertinaz que estos personajes tenían, sino también el
abuso injusto que ellos practicaban aprovechándose de las capas más bajas de
aquella sociedad, como eran las viudas.
Y junto a este grupo que así usa y así abusa, el Señor observa precisamente a una
viuda que llega al Templo sin alarde ni presunción, y allí frente al cepillo ella
contrastaba con otra gente rica y principal que echaba en abundancia. Aquella
pobre mujer no: tan sólo echó dos reales.
A diferencia de la viuda de Sarepta -de ella nos habla la 1ª lectura (1 Reyes 17,10-
16)- que su pobre donación fue bendecida por Dios obrando un milagro de
abundancia en donde sólo había escasez, la viuda del Evangelio no será chistada
por Jesús para premiarla de alguna manera evidenciando ante los demás su gesto
generoso. No nos cabe duda que esta buena mujer habrá recibido el céntuplo en su
encuentro con Dios, pero por el momento ni siquiera de ese reconocimiento gozó
nuestra protagonista. Y sin embargo, Jesús la vio, y la ensalzó hasta el punto de
colocarla como ejemplo. Exactamente igual que vio a los letrados y los puso de
contraejemplo. Nada escapa a la mirada de Dios.
¿Qué es lo que Jesús vio en esta viuda? Que lo había dado todo. Por poco que
fuera, éso era cuanto tenía. El premio de esta mujer estaba en la paz y en la falta
total de agobio asfixiante, de zozobra angustiosa, porque vivía en la libertad de
quien nada tiene que defender porque todo lo ha entregado ya. Curiosamente, los
que viven así tienen esa felicidad que imposiblemente pretenden alcanzar aquellos
que se resisten a darlo todo. Y aquí resalta la paradoja evangélica: quien entrega,
tiene, quien retiene se quedará sin nada. Lo habremos experimentado tantas veces
a propósito del perdón: quien se resiste a perdonar, quien quiere seguir siendo rico
de sus razones, acaba frecuentemente en la soledad, en el resentimiento y en la
amargura, mientras que quien aun teniendo razones las sabe “perder”, resulta que
encuentra una alegría inusitada, una paz inesperada. Darlo todo, gratuitamente,
como gratis lo hemos recibido, y también nosotros experimentaremos que las
promesas de Jesús no son vacías. Somos lo que somos ante Dios y nada más.
A todos nos gustan los primeros lugares, que nos alaben y que nos tengan por
importantes y santos. A todos nos atrae el dinero. Nos gusta llamar la atención.
Nos dejamos engañar por las apariencias. Valoramos a los demás por lo que tienen,
no por lo que son. De ordinario tendemos a dar de lo que nos sobra, pues no
queremos correr el riesgo de un futuro desconocido, sin ninguna seguridad. Damos
rápido, tal vez, una pequeña limosna, para salir al paso…pero entregarnos a
nosotros mismos, nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestro amor, dar de lo que
necesitamos… ¡ya es otra cosa! Curiosamente después de llevar al altar en la santa
misa el pan y el vino para la Eucaristía, lo único que la introducción al misal permite
llevar, no son ofrendas pintorescas, más o menos simbólicas, sino “dinero u otras
donaciones para los pobres o para la iglesia” (Instrucción General Misal Romano
73). También dice lo siguiente: en la Eucaristía no sólo “ofrecen la víctima
inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismo” (Instrucción General Misal
Romano 79). Dios no se dejará ganar en generosidad, si somos como esas buenas
mujeres viudas que, desde su pobreza, y fiándose de Él, lo dan todo; si somos
capaces de correr la aventura de dar lo último que poseemos, Dios nos alabará.
Podemos, finalmente, hacer este planteamiento: ¿A quién me parezco: a esos
vanidosos y avaros maestros de la ley, o a esa viuda generosa y humilde? ¿Me
avergüenza ver que Jesús está cerca de los pobres? Hoy, ¿a quiénes se suelen dar
los créditos: a los que tienen o a los que necesitan?
Señor Jesús, que conoces todos nuestros gestos y nuestras intenciones más
ocultas, renuévanos por dentro, para que seamos agradables a tus ojos. Amén.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)