Pautas para la homilía
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
“Verán venir al Hijo del hombre”
Discurso escatológico de Marcos
Nos encontramos en el discurso escatológico de Marcos. En el diálogo íntimo entre
el Maestro y sus discípulos, se pregunta a Jesús cuándo sucederá el final y cuál será
la señal. La respuesta en el relato posee, a la vez, una doble perspectiva, de futuro
y de presente. En la perspectiva de futuro, el texto asume las imágenes de la
teofanía y apocalíptica judía del día del Señor (Mt 24). Este lenguaje, por
pertenecer a un tipo de expresión que no estamos muy familiarizados, puede
distraer y atemorizar mucho… Pero para responder sobre el fin de los tiempos y la
preocupación por el futuro, Marcos reconduce la atención al presente, marcado por
la cruz del Hijo del hombre que exige tomar partido a favor de él y su palabra.
Confianza en medio de los signos de gran tribulación.
Ante las grandes preguntas, que suelen presentarse inesperada y simultáneamente
en los momentos más difíciles, experimentamos, no pocas veces, perder el camino,
las hojas de ruta y cualquier clase de “satélite” con que orientarnos. Es oportuno
reconocer que, hay veces, la vida misma parece detenerse en un “shock cósmico”
—sol en tiniebla, luna sin resplandor, estrellas por el suelo, etc. —, causándonos
desconcierto, dolor y, sobre todo, un temor que roba toda esperanza. Las palabras
del Jesús para los suyos no son de terror, sino todo lo contrario. Precisamente, en
esos días, nos dice: “verán al Hijo del Hombre”, que viene a reunir a sus elegidos…
¡a nosotros!
La enseñanza de la higuera.
En el comienzo, cuando la humanidad se sintió desnuda y expuesta en su máxima
fragilidad, la higuera, como don de Dios, les proporcionó “abrigo y protección”. Así
nos lo muestra el relato de Adán y Eva que, al utilizar las hojas de esta planta,
supieron descubrir, a tientas, al Dios que nos cobija, aun cuando somos pecadores.
Por otra parte, los maestros judíos, en especial en Palestina, midieron con este
árbol las estaciones del año. Siempre que el frío y el despojo del invierno amenazó
la continuidad de la vida, la higuera fue una señal inconfundible de la proximidad
del “verano”, esto es, nuevo comienzo, posibilidad de frutos, cosecha abundante y
fiesta gozosa. Jesús, con la higuera, adiestra nuestra mirada para un profundo
discernimiento: “aprended”; “caed en la cuenta”; “sabed”, —según sea la
traducción bíblica que utilicemos—. Cuando la vida se presenta con dolores de
parto, no hay motivos para la desesperanza. Allí está el Hijo del hombre que, con
su “protección amorosa”, nos anuncia un “verano invencible” para nuestra vida. Es
interesante recordar que el evangelio según Marcos posee una tensión mesiánica
que se resuelve en la confesión, a los pies de la cruz, del centurión romano.
“Viendo sufrir a Jesús dijo —aprendió, supo, cayó en cuenta— verdaderamente este
hombre era el Hijo de Dios” (Mc 15, 39). En Jesús, “varón de dolores”, uno como
nosotros, tenemos esperanza cierta de descubrir a Dios. Pero hay más. Jesús no
solo promete, sino que nos anuncia ya una buena noticia: Él está cerca, a la puerta.
La imagen del Apocalipsis nos ayuda a profundizar el sentido de Su presencia en el
umbral de la propia vida: “¡Mira! Ya estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz
y abre la puerta, Yo entraré en su casa, y cenaré con él, y él cenará conmigo” (Ap.
3, 20).
Sus palabras, Su historia.
Más importante que hacer cálculos sobre el fin, es permanecer fieles en su
seguimiento, para lo cual, posemos las palabras de Jesús. Estas son inconmovibles
—cielo y tierra pasarán— y nos aseguran su compañía a lo largo de todo el camino.
Desde ellas afianzamos nuestra confianza en que Dios, nuestro Padre, ha sido y es
Señor de la historia, y estará en la fase final de los tiempos como siempre:
“alimentando los pájaros, vistiendo las flores, contando cada uno de nuestros
cabellos, conociendo el día y la hora...” Se entiende así, que al resurgir del invierno
de la muerte, Jesús nos envió “a Galilea”, lugar de la vida cotidiana. Allí, en la
escucha fiel del discípulo, lo “veremos” en todo signo de resurrección, como en la
ternura de las ramas, en la novedad de las yemas. Sus palabras nos permiten caer
en la cuenta de la historia conjunta de Dios con todos los hombres y mujeres.
Historia del gran amor salvífico que conduce la humanidad, en medio de “distintas
estaciones” del camino, hacia su destino final.
Fr. Juan José Baldini Campanella O.P.
Convento de San Esteban (Salamanca)