DOMINGO XXXIII (B) (Marcos.13, 24-32)
“No te presentarás ante Mí con las manos vacías” (Éxodo, 23-15)
- Finalizando el año Litúrgico, que concluirá el próximo Domin go con la
Fiesta de Cristo Rey, la Iglesia quiere recorda rnos otro final, otro término
que, directamente, nos atañe a todos: el final de nuestra propia vida.
- El mundo ha tenido un principio y tendrá un f in. También el hombre, a
pesar de la inmortalidad de su alma, ha tenido un principio, el de su
nacimiento, y camina hacia un fin inmediato: el de su muerte.
- En el Evangelio de hoy Cristo nos revela que, el fin del mundo coincidirá
con el de su segunda venida en gloria y majestad. Pero, para cada uno de
nosotros, ese final y ese encuentro con El, coincidirá con el momento de
nuestra propia muerte. Ante esta inexorable realidad de la muerte, el
hombre puede adoptar diversas actitudes:
1ª) Una actitud irresponsable.
- La actitud semejante a la defensa del avestruz: “ Esconder la cabeza
debajo del ala ante un peligro” . O lo que es lo mismo: tratar de no pensar
en ella y eludir todo lo que nos la pueda recordar.
2ª) Una actitud timorata y pesimista.
- La del que, se deprime ante el pensamiento de la muerte porque sólo ve
en ella un final trágico, olvidándose de las promesas del Señor y de lo que
nos dice San Pablo: “No habéis recibido un espíritu de temor, sino de
filiación por el que podéis llamar a Dios Padre” Esta es propia de quienes
tienen un cierto grado de Fe pero insuficiente, tan débil que no les deja
creerse, realmente, las promesas de un Padre y Dios providente.
3ª) Y la actitud Cristiana.
- La de quienes, convencidos de la Resurrección de Jesús, garantía de la
nuestra, aceptamos con naturalidad la realidad de que ¡no somos eternos!,
pero, nos apoyamos en las palabras del Prefacio: “En El brilla la esperanza
de nuestra feliz Resurrección: y así, aunque la certeza de morir nos
entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”.
- “ La vida es breve”. (San Pablo) Esa brevedad y caducidad de la vida ha
de ser, precisamente, un estímulo para tratar de vivirla “ como hijos de la
luz”, (San Pablo hoy en su Carta) para no llegar delante de Dios “ con las
manos vacías” , como bellamente lo expresa, en este Soneto, el poeta
Antonio Trujillo) . (Lectura del Soneto en 2ª página)
Guillermo Soto
“No te presentarás ante Mí con
las manos vacías” (Éxodo, 23-15)
Cuando el sol en mis ojos agonice
Y quede el alma en soledad desnuda,
No le temo, Señor, sino a la duda,
De lo que pude hacer pero no hice.
No habrá entonces virtud que fecundice
Ni mano que se tienda en nuestra ayuda,
Ni habrá otra voz en la conciencia muda
Que aquella voz que salva o que maldice.
No me importa el rigor de la sentencia,
Ni el momento terrible de la muerte,
Ni la nostalgia de lejanos días.
Sólo temo, Señor, llegar a Tu presencia,
Sin tener otra cosa que ofrecerte….
¡Que mis manos abiertas y vacías!
(Antonio Trujillo, de su libro DIOS Y YO, pag.127)