XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
NOVÍSIMOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Hace años, muchos años, una hermana mía me decía ¿por qué los sacerdotes
no nos habláis nunca del Cielo? Se quejaba ella entonces así y hoy reprocharía, que
ni del infierno siquiera hablamos. Su pregunta me ha inquietado siempre y no he
dejado de explicar, oportuna e inoportunamente, que los criterios que mueven mi
vida, van en el sentido de lograr preparar mi otra existencia (la otra vida, como
generalmente se llama, aunque a mí no me gusta la expresión). Obrar así, en muy
poco se asemeja al proceder de la mayoría de las gentes de ahora. Hablo en
general, que los cristianos y nuestra Iglesia en concreto, lo proclaman muy bien en
la mayoría de las circunstancias, sobre todo en las jóvenes culturas.
2.- Tal vez lo único que de ella, de la otra existencia, podamos decir es que,
atravesada la barrear de la muerte, lo único que podremos llevarnos es el Amor y
que, si afortunadamente ocurre, este se elevará nos franqueará la entrada y se
elevará entonces a la enésima potencia. Sí, estamos convencidos de que se tratará
de una existencia libre de las ataduras del espacio-tiempo. Estamos convencidos,
pero no evidentemente seguros, que si lo estuviéramos, sería señal de que
carecemos de Fe (el acto de Fe, dicen los teólogos es esencialmente oscuro) de la
Fe que nos da vida.
3.- La liturgia de este domingo y la de algunos que seguirán, se centra en la
Trascendencia, esta realidad que tantas veces olvidamos. Pienso ahora que cuando
muere una persona joven inesperadamente, cuando como consecuencia de una
tragedia, sea desbordamiento de las aguas, terremoto o de circulación por carretera
o por el aire, imprevista o provocada, nos fijamos más en detalles desoladores, sin
preguntarnos ¿Qué se ha hecho de las víctimas? ¿Cómo han sido sus últimos
instantes? Porque el que sean víctimas no les ahorra un juicio. Si fueron ladrones o
asesinos, no porque hayan puesto una bomba en el avión en el que viajaban, les
van a conceder una condecoración eterna.
4.- Mis queridos jóvenes lectores, no podemos olvidar nuestro final y vivir sin
prepararnos. Cuando a un profesional la dirección de la multinacional le comunica
que va a ser trasladado, aunque le digan que no es de inmediato el cambio, ya
empieza enseguida a prepararse, a pensar qué va a llevarse, que dejará, que
precisará tener consigo, para encontrase bien en el lugar que le van a asignar.
5.- La descripción del final del planeta tierra, en cuanto a su integridad,
corresponde a los condicionamientos de aquella época. Tal vez hoy dirán algunos
que será consecuencia de una gran guerra nuclear. Otros, pensando que nunca
ocurrirá tal desgracia, afirmarán que la entropía lleva inexorablemente a la quietud,
al equilibrio propio de la ausencia de energía, a la carencia de vida quedamente
alcanzada. Puede chocar un astro y ocurrir algo semejante a lo que pasó cuando,
como consecuencia de tal fenómeno, desaparecieron los dinosaurios. Lo importante
no son los detalles, tampoco el cuanto tiempo falta. Ni si una potente contienda,
con bombas de neutrones, acabará con la vida, pero a partir de la materia, se
iniciará una nueva evolución, una nueva existencia, aquí o en otro planeta.
6.- Cada día las primeras palabras que pronuncio son: Buenos días me des, Dios.
Muchas gracias te doy, Dios. Buenos días les des, Dios, (pensando también en
vosotros, mis queridos jóvenes lectores). Y continúo preguntándome: ¿qué esperas
de mí hoy Señor? Porque el irme a dormir es, de alguna manera morir y el
despertarme y levantarme, algo así como resucitar. Cada día me juego un poco mi
existencia eterna y trato de ganármela siendo fiel, dando frutos de Vida Eterna, con
mis desvelos.