33ª semana del tiempo litúrgico. Viernes: Lc 19, 45-49
Hoy nos trae el evangelio el suceso de la expulsión de los vendedores en el templo
por medio de Jesús. San Lucas lo narra de una manera más simplificada con respecto
a lo que nos dicen otros evangelistas. Seguramente san Lucas, al dirigirse con su
evangelio a personas no procedentes del judaísmo, no veía la necesidad de detenerse
en otros detalles. Pero sí hace alusión a las razones de porqué realiza Jesús esa
acción, aduciendo lo que habían dicho los profetas Jeremías e Isaías.
Parece raro que Jesús tenga un gesto airado o de dureza, Él que era la suprema
mansedumbre. Las razones tenían que ser muy potentes. Es un gesto, que se llama
profético, como los profetas, que, para presentar un mensaje potente, realizaban
gestos, al parecer algo raros, pero que expresaban de esa manera la importancia de
dicho mensaje, que venía del mismo Dios.
Jesús amaba al templo, porque era una representación de la presencia de Dios ante
su pueblo. El día anterior, al entrar en Jerusalén y ver el templo, Jesús se puso a llorar
porque sabía que en pocos años iba a ser destruido. Ahora, al entrar en él y ver que no
se cumple con lo fundamental, que es orar, ponerse en comunicación con Dios, todas
sus entrañas se remueven y quiere actuar en consecuencia.
Se palpaban dos cosas malas, cuando uno entraba en el templo. Una era la no
apertura hacia las naciones, como Dios les había mandado a los israelitas. Dios es el
Dios de todos y los jefes del templo lo habían convertido en el bastión particular del
pueblo de Israel. Y la otra era que se notaba enseguida la distinción de clases sociales.
Prácticamente estaba prohibido el paso para los pobres y “peque￱os”. Allí lo que
primaba era la venta de animales y el movimiento de monedas. Y cuanto mayor era el
animal y mayor el número de monedas, era superior la atención a la persona.
Por lo tanto los “jefes” del templo no se preocupaban sobre si la gente oraba o no,
sino sobre el dinero que tenían y el negocio que hacían. Por eso, cuando Jesús “echa a
los vendedores”, en su coraz￳n está echando a los responsables de todo ese mercado,
que impide el desarrollo de una sincera oración. Ellos se hacían dueños del templo,
desplazando al mismo Dios.
Además, en cuanto al negocio, mucha “suciedad” había, pues Jesús tiene que
comparar el templo a “una cueva de ladrones”, como había dicho ya el profeta Isaías.
Una de las razones es porque se aprovechaban de la buena gente que quería ofrecer
un sacrificio a Dios y no lo podían comprar con las monedas ordinarias, sino que
debían hacer un cambio. Y en el cambio había un robo.
El templo, además de ser lugar de oración, debía ser también lugar (principalmente
en los atrios) para exponer la palabra de Dios a la gente sencilla, como era el pueblo.
Esto lo sigui￳ haciendo Jesús, y por eso y por lo otro “los príncipes de los sacerdotes y
los escribas” le tenían más envidia y buscaban “perderle”. Eran los preámbulos para la
pasión de Jesús. La razón de morir en Jesús quedaba clarificada por sus deseos de
que Dios fuese honrado con nuestra oración y la escucha de su palabra.
El mensaje de Jesús para nosotros podemos verlo en dos dimensiones: Primero en
cuanto a los templos materiales, que deben ser expresión de la presencia de Dios. La
mayoría son realidad sublime por la presencia de Jesús en la Eucaristía. Se deben todo
nuestro cariño y respeto. Y sobre todo que son lugares especiales de oración.
Segundo: Sobre los templos reales, que somos nosotros, donde habita Dios. El
respeto debe ser mayor, pues somos templos de verdad. Y, si hemos echado a Dios
por el pecado grave, Dios es tan bueno que quiere venir de nuevo por el
arrepentimiento y por un sincero cambio de vida. Respeto hacia nosotros y hacia los
demás. Que Dios no tenga que mostrar su rostro airado, sino el bondadoso de Padre y
verdadero dueño de nuestro ser.