34a. Ordinario, Martes
Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas
piedras y ofrendas votivas, él dijo: "Esto que ven ustedes, llegarán días en
que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida". Le preguntaron:
"Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas
cosas están para ocurrir?" El dijo: "Miren, no se dejen engañar. Porque
vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo
está cerca". No les sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones,
no se aterren; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero
el fin no es inmediato". Entonces les dijo: "Se levantará nación contra
nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en
diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo"
(Lucas 21,5-11).)
Las palabras que ahora comentamos fueron dichas por Jesús hace unos veinte
siglos, dos mil años. Mucho tiempo ha pasado y todavía no se vislumbra el fin de
los tiempos.
Sin embargo, sus primeras palabras fueron para referirse a un acontecimiento que
ocurriría no mucho después: la destrucción del Templo, ocurrido en el año 70, unos
cuarenta años después de haberlo profetizado.
El ser humano se interroga sobre el futuro. Algunos lo toman a la ligera,
desarrollando una actitud de incredulidad, acomodándose al tiempo presente, para
concluir que la vida es un absurdo y no vale la pena preocuparse. A fin de cuentas,
todo terminará y no servirá de nada lo que hayamos hecho, bueno o malo, porque
ni Dios ni un futuro mejor existen.
Esa actitud es muy común en aquellos que no quieren reconocer la real existencia
de un Dios amoroso que, por encima de todas las vicisitudes del mundo, de los
gravísimos problemas que a veces confrontamos, quiere estar a nuestro lado para
que descubramos que El nos quiere dar la victoria.
Jesús nos asegura que si confiamos en El nada tenemos que temer. Efectivamente
nos enfrentaremos a situaciones realmente malas. Los que tienen que verse
sometidos a regímenes tiránicos, o a persecuciones por causa de su fe, o a vivir en
medio de una guerra civil o de otra índole, saben lo terrible que se les vuelve la
vida. Pero el Señor insiste en que no nos aterrorizemos, no nos dejemos vencer por
el miedo, pues El es el Señor de la historia.
Mantener la fe y la confianza cuando todo es plácido resulta muy fácil, pero cuando
se vive en medio del peligro, de las asechanzas de muerte, de constantes
amenazas contra la vida, tal cosa requiere de una búsqueda de ayuda en quien solo
puede dárnosla.
Nunca nos olvidemos de que la venida del Espíritu Santo no fue un hecho aislado en
el primer Pentecostés. La presencia de la Tercera Persona de la Trinidad es algo
real para todos aquellos que se confían en su protección y buscan su guía para salir
adelante en medio de las peores pruebas.
Tenemos que buscar esa fuerza, sin prestar atención a los agoreros, a los falsos
profetas, a los que quieren apartarnos del camino que conduce a la salvación.
En medio de la oscuridad solo Dios puede ser nuestra luz. Recordemos estas
palabras de santa Teresa de Jesús: "Nada te turbe, nada te espante. Dios no se
muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios
basta".
Padre Arnaldo Bazan