34a. Ordinario, Miércoles
"Pero, antes de todo esto, les echarán mano y los perseguirán,
entregándolos a las sinagogas y cárceles y llevándolos ante reyes y
gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio.
Propongan, pues, en su corazón no preparar la defensa, porque yo les daré
una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir
todos sus adversarios. Serán entregados por padres, hermanos, parientes
y amigos, y matarán a algunos de ustedes, y será odiados de todos por
causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su
perseverancia salvarán ustedes sus almas" (Lucas (21,12-19).
No ha habido nunca en el mundo ningún líder político o religioso, que haya
alertado, como Jesús a sus discípulos, sobre las grandes dificultades que tendrán
que pasar, precisamente por ser sus seguidores.
Por el contrario, sabemos que los líderes casi siempre prometen lo que sus
seguidores quieren oír, aunque luego los defrauden al no poder complacerlos.
Jesús no se va por la tangente. El ciertamente nos promete lo mejor, pues no hay
nada que se pueda comparar a una felicidad que nunca ha de terminar. Pero nos la
promete para cuando haya terminado nuestra estadía en esta tierra.
Es cierto que también promete que aquí mismo recibiremos el ciento por uno. Así lo
recoge Marcos en su evangelio: "Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa,
hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio,
quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos,
hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero,
vida eterna" (Marcos 10,29-30). Pero podemos ver que aquí también, al referirse al
presente, hace referencia a las persecuciones.
Todo el que vive sirviendo al Señor tiene que agradecer los muchísimos dones que
de El estamos recibiendo. El cumple siempre lo que promete. Pero sería irracional
pensar que una felicidad total pueda ser alcanzada en la tierra, por más que
tengamos muchos bienes materiales.
La fe y el amor a Dios, por otro lado, nos unen a una gran cantidad de hermanos,
con los que nos sentimos a gusto y en familia, pues compartimos los mismos
valores. Son los hermanos y hermanas que recibiremos.
Las palabras de Jesús son una profecía que se ha estado cumpliendo a lo largo de
siglos de historia. Porque somos discípulos de Cristo muchos, incluso algunos que
se consideran a sí mismos cristianos, nos miran con odio.
Ni que decir tiene que cuando la doctrina que profesamos resulta un veneno para
quienes propugnan falsedades, o tratan de ganar millones a costa de la salud
espiritual y moral de la gente, podemos esperar su reacción violenta, y su empeño
en hacernos desaparecer.
En los momentos que vivimos los creyentes estamos en la mira de quienes no
soportan el reinado de Dios sobre la tierra. Procurarán hacer creer que nuestra
muerte es necesaria para salvar el mundo. Pero los que sean verdaderos discípulos
de Jesús no tienen que temer. El está a nuestro lado. La victoria final será solo de
Él y de los que lo sigan fielmente.
Padre Arnaldo Bazan