Solemnidad: Jesucristo Rey del Universo, Ciclo B
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario
El testigo fiel de la Verdad
Durante toda esta semana el mundo ha estado muy pendiente de las consecuencias
de los atentados de París, especialmente el mundo europeo, aunque en realidad
este tipo de terrorismo acosa al mundo entero. De hecho, también en Mali, hoy
viernes, se ha producido el ataque a un hotel en el que, al parecer, han muerto
veintisiete personas. La respuesta contundente de Francia contra el
autodenominado estado islámico y contra los terroristas no se ha hecho esperar a
lo largo de estos días, mientras que se va propagando la sensación de miedo por
estas latitudes.
En este contexto de macroviolencia se concluye este domingo el ciclo anual de la
liturgia con la solemnidad de Cristo Rey, una fiesta instituida en 1925 y colocada,
tras el Concilio, en este domingo. Del Reino de Dios, en el cual Jesús es el Rey,
hablan todas las lecturas bíblicas dominicales. La profecía de Daniel (7,13-14) pone
en el horizonte de la historia, marcada por el sufrimiento humano, la esperanza en
un Reino eterno y en paz, el de Dios, presidido por una figura misteriosa, un
hombre, el Hijo del Hombre, situado al nivel divino desde su condición humana. El
inicio del Apocalipsis (Apo 1,5-8) proclama, en su género, que ese Hombre es
Jesucristo, el testigo fiel, el crucificado y resucitado, y que su amor es el
fundamento de la liberación radical de la humanidad. Por eso él es el Príncipe de los
reyes de la tierra y su reinado consiste en ser testigo de la verdad (Jn 18,33-37).
Cuando escuchamos su voz y somos conscientes de su amor experimentamos la
transformación profunda que nos convierte, por el sacrificio de su sangre, en un
reino sacerdotal, el Reino de Dios.
Esta transformación se ha iniciado en el tiempo por medio de Jesús, con cuya
entrega amorosa hasta la donación de la vida, por medio de su sangre, pone en
crisis todos los elementos del orden sistémico de este mundo, tanto en su época,
dominada por el poder político del imperio romano y el poder social y religioso de
los judíos, como en la nuestra, sometida globalmente a otros tantos despotismos en
el orden político, social y, sobre todo, económico. La escena del proceso romano
contra Jesús en el cuarto evangelio desarrolla una doble crisis, el juicio
condenatorio de Pilato hacia Jesús y la crisis de este mundo mediante la palabra de
la verdad, pronunciada y sostenida por el testigo fiel, Jesús, cuya realeza pone en
evidencia, incluso con el silencio, la mentira de todo poder despótico, la carencia de
autoridad moral de quien se rinde al populismo fácil, y la manipulación de la
persona humana mediante el engaño embaucador que pisotea su dignidad y
libertad. En el diálogo entre Pilato y Jesús, a éste se le llama insistentemente Rey
(Jn 18,33.37.39; 19,3.12.14.15) pero el fragmento evangélico de hoy aborda el
sentido y el origen de dicha realeza (Jn 18,33-37). El biblista Xavier Alegre nos
proporciona una interpretación magnífica de esta escena evangélica.
Para Juan existe una profunda relación intrínseca entre el motivo de la «crisis» y el
de la realeza de Jesús. Jesús es el rey de los judíos en cuanto que es el enviado
único del Padre, el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Exaltado en la cruz, su
trono, atrae a todos los hombres hacia sí (Jn 12,32; cfr. 3,14s; 8,28). Por ello los
hombres no pueden quedar indiferentes ante él. Han de tomar partido por o contra
él, según oigan o no su voz. Aunque su reino no es «de este mundo», está en este
mundo, y es aquí donde hay que hacer la opción frente a él. Otro aspecto de la
realeza de Jesús es que la manifestación de la gloria real de Jesús se muestra
incluso en la humilla-ción. En la «ironía» del evangelista los atributos reales de
Jesús son una corona de espinas y un manto de púrpura que se prestan a la burla
de los soldados, como se presta a la burla, también, el título que está colocado
encima de la cruz. Pero a los ojos de la fe es ahí donde brilla con más fulgor la
gloria del Unigénito del Padre. Juan subraya además que Pilato constata la
inocencia política de Jesús (cf. 18,38; 19,4.6.12). No fueron auténticas razones
políticas las que motivaron su condena, sino las calumnias de los judíos que
manipularon a Pilato. Jesús no fue crucificado como un revolucionario político sino
por motivos religio-sos.
La palabra de Jesús explica bien en qué sentido él es rey. Su reino no es de aquí ni
es algo político, no es mundano ni se rige por los criterios ni métodos de los reinos
de este mundo. Tampoco es un reino «espiritualista». Que no sea de este mundo
significa que no tiene aquí su origen. Pero Juan nos da el sentido positivo del reino
al decir: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». En este
proceso Jesús, como revela-dor único del Padre, no es sólo un testigo de la verdad,
sino la verdad misma (cfr. Jn 14,6). Por eso todo el que se encuentra con él no
puede permanecer neutral ante él: se ve obligado, como Pilato, a tomar postura por
o contra él.
Los creyentes, que pisamos tierra en este mundo y en esta historia, hemos de
hacer opciones concretas, también en lo político. No querer tomar ninguna opción
significa, de hecho, dejarse llevar, como Pilato, por fuerzas o poderes que no
controlamos. Al contemplar el proceso contra Jesús, se ha de reconocer que toda
actuación humana tiene una repercusión política. Si no fuera así, las autoridades
romanas no habrían condenado a Jesús. Pero el evangelista Juan excluía una
concepción del cristianismo como alternativa de poder. Lo que sí proporcionaba el
evangelio era una desdivinización del poder político y del sistema del imperio, así
como una mayor libertad en el hombre frente a las pretensiones coercitivas de
cualquier gobierno o poder. Juan aporta además en su evangelio una serie de
criterios que pueden ayudarnos a descubrir si en nuestras acciones nos dejamos
llevar por el espíritu de los poderes de este «mundo» o de este sistema o por el
espíritu de Jesús, auténtico rey en el reinado de Dios. El sistema de este «mundo»
es asesino y mentiroso (Jn 8,44) y quiere imponer sus intereses y criterios en todas
las esferas de la vida.
La actuación de los judíos y de Pilato, condenando a Jesús, revela que los poderes
de este mundo son capaces de usar todos los medios a su alcance para conseguir
sus objetivos aunque sea a costa de los inocentes. Por el contrario, el espíritu de
Jesús y el nuevo orden de su Reino tienen otros criterios y valores. Xavier Alegre
resume algunos que pueden servirnos para nuestra orientación social y política: a)
la vida como sacrificio («si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
infecundo; en cambio, si muere, da mucho fruto»: 12,24; cfr. 12,23.25s; 10,12.15)
y no el éxito a cualquier precio; b) el servicio y no el dominio (cfr. 13,13-17) o los
honores humanos (cfr. 8,41); c) el amor a los hermanos y no el egoísmo (cfr.
13,34s); d) la libertad de espíritu para criticar las acciones malas del mundo, aun a
costa de provocar así su enemistad (cfr. 7,7).
sí pues, celebramos que Jesús es rey. Pero los que se dirigían a él invocándolo
como rey estaban bastante lejos de su Reino. Sin embargo, quien se orienta hacia
su Reino, como el ladrón arrepentido, que se pone de parte del inocente, entra
inmediatamente en el ámbito de Jesús y del Reino de Dios. Ponerse de parte de los
que sufren y de las víctimas de los poderes aniquiladores de este mundo, es entrar
en el espíritu de Jesús y de su Reino. Con Jesús llega el Reino prometido de justicia
a favor de los pobres, el Reino invocado en el padrenuestro y por el que hemos de
trabajar constantemente. Es el Reino de la bondad y de la misericordia, el Reino de
la verdad, del perdón y de la alegría, el Reino que conduce a una fraternidad
universal, cuyas puertas se abren a fuerza de amor hacia los desheredados y
crucificados de esta tierra encadenada, a fuerza de oración insistente al Padre y a
fuerza de anunciar y vivir la verdad del Evangelio.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.