Domingo primero de adviento/C
( Lc 21,25-28. 34-36)
…toda la historia humana es una larga espera…
Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio
que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de san Lucas. La Iglesia
acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, de una
estación a otra, para invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo,
a plantearnos las preguntas que cuentan: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y
sobre todo, ¿adónde vamos?”.
En las lecturas de la Misa dominical, todos los verbos están en futuro. En la primera
lectura escuchamos estas palabras de Jeremías: “Miren que días vienen –oráculo
del Señor- en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la
casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un
Germen justo…”.
A esta espera, realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico le da un
horizonte o contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al final de los
tiempos. “Las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo
del hombre en una nube con gran poder y gloria”.
Son tonos e imágenes apocalípticas, de catástrofe. Sin embargo se trata de un
mensaje de consuelo y de esperanza . Nos dicen que no estamos caminando hacia
un vacío y un silencio eternos, sino hacia un encuentro, el encuentro con aquél que
nos ha creado y que nos ama más que un padre y una madre. En otro lugar el
propio Apocalipsis describe este evento final de la historia como una entrada al
banquete nupcial. Basta con recordar la parábola de las diez vírgenes que entran
con el esposo en la sala nupcial, o la imagen de Dios que, en el umbral de la otra
vida, nos espera para enjugar la última lágrima que penda de nuestros ojos.
Desde el punto de vista cristiano, toda la historia humana es una larga espera .
Antes de Cristo se esperaba su venida; después de él se espera su retorno glorioso
al final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de Adviento tiene algo muy
importante que decirnos para nuestra vida. Un gran autor español, Calderón de la
Barca, escribió un célebre drama titulado La vida es sueño . Con igual verdad se
debe decir: ¡la vida es espera! Es interesante que éste sea justamente el tema de
una de las obras teatrales más famosas de nuestro tiempo: Esperando a Godot , de
Samuel Beckett…
Cuando una mujer está embarazada se dice que ‘espera’ un niño; los despachos de
personas importantes tienen ‘sala de espera’. Pensándolo bien, la vida misma es
una sala de espera . Nos impacientamos cuando estamos obligados a esperar una
visita o una experiencia. Pero ¡ay si dejáramos de esperar algo! Una persona que
ya no espera nada de la vida está muerta. La vida es espera, pero es también cierto
lo contrario: ¡la espera es vida!
¿Qué diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera , por ejemplo, de la
espera de las dos personas que aguardan a Godot? Ahí se espera a un misterioso
personaje (que después, según algunos, sería precisamente Dios, God , en inglés),
pero sin certeza alguna de que llegue de verdad. Debía acudir por la mañana, envía
a decir que irá por la tarde; en ese momento dice que no puede ir, pero que lo hará
con seguridad por la noche, y por la noche que tal vez irá a la mañana siguiente… Y
los dos pobrecillos están condenados a esperarle; no tienen alternativa.
No es así para el cristiano. Éste espera a uno que ya ha venido y que camina a su
lado. Por esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se presenta el
retorno final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos a Juan Bautista
que nos habla de su presencia en medio de nosotros: “¡En medio de ustedes -dice-
hay uno a quien no conocen!”. Jesús está presente en medio de nosotros no sólo en
la Eucaristía, en la palabra, en los pobres, en la Iglesia… sino que, por gracia, vive
en nuestros corazones y el creyente lo experimenta.
La del cristiano no es una espera vacía , un dejar pasar el tiempo. En el Evangelio
que escuchamos Jesús dice también cómo debe ser la espera de los discípulos,
cómo deben comportarse entretanto, a fin de no verse sorprendidos: “Guárdense
de que no se hagan pesados sus corazones por el libertinaje, por la embriaguez y
por las preocupaciones de la vida… Estén en vela, pues, orando en todo tiempo…”.
Por consiguiente, la verdad fundamental sobre el Adviento es, al mismo tiempo,
seria y gozosa. Es seria : vuelve a sonar en ella el mismo ‘velen’ que hemos
escuchado en la liturgia de los últimos domingos del año litúrgico. Y es, al mismo
tiempo, gozosa : efectivamente, el hombre no vive “en el vacío” (la finalidad de la
vida del hombre no es “el vacío”). La vida del hombre no es sólo un acercarse al
término, que junto con la muerte del cuerpo significaría el aniquilamiento de todo el
ser humano. El Adviento lleva en sí la certeza de la indestructibilidad de este ser. Si
repite: “Velen y oren…” (Lc 21, 36), lo hace para que podamos estar preparados a
“comparecer ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36).
Y por eso la ardiente llamada de San Pablo en la segunda lectura de hoy: la llamada
a potenciar el amor, a hacer firmes e irreprensibles nuestros corazones en la
santidad; la invitación a toda nuestra manera de comportarnos (en lenguaje de hoy
se podría decir “a todo el estilo de vida”), a la observancia de los mandamientos de
Cristo. El Apóstol enseña: si debemos agradar a Dios, no podemos permanecer en
el estancamiento, debemos ir adelante, esto es, “para adelantar cada vez más” (1
Tes 4, 1).
María santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga vivir este tiempo de gracia
siendo vigilantes y laboriosos, en espera del Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)