2a. Adviento, Viernes
¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos
que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: Les hemos
tocado la flauta, y no han bailado, les hemos entonado endechas, y no se
han lamentado. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Demonio
tiene". Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tienen
ustedes un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores". Y la
Sabiduría se ha acreditado por sus obras" (Mateo 11,16-19)).
En nuestras relaciones con Dios los seres humanos nos comportamos, muchas
veces, como verdaderos chiquillos malcriados.
Eso ocurría en tiempos de Jesús y sigue ocurriendo ahora. Tratamos las cosas del
Señor a la ligera, lo que significa que no lo tomamos realmente en serio, y eso es
grave.
La fe, cuando es verdadera, ha descubierto que toda nuestra vida está dirigida a
cumplir la voluntad de Dios mientras estamos en la tierra, para luego recibir el
premio que Jesús nos ganó, al que nosotros hemos añadido nuestro esfuerzo
personal, actuando como el Altísimo quiere.
Si Jesús hablaba en ese momento del poco caso que muchos hicieron a Juan el
Bautista, especialmente los fariseos, escribas, sacerdotes y demás personas
influyentes dentro del pueblo judío, hoy nos diría lo mismo del poco caso que
hacemos de sus enseñanzas.
Queremos tomar del Evangelio aquello que nos agrada, dejando a un lado lo que no
nos gusta. Queremos llevar un cristianismo aguado, que nos permite encender una
vela a Dios y otra al Diablo. Pero eso no es posible. Con Dios no podemos jugar.
Así lo dijo el mismo Jesús: Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a
uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden
ustedes servir a Dios y al Dinero (Mateo 6,24).
El Dinero, en este caso, ocupa el lugar del Diablo, porque cuando se sirve al dinero
como amo y señor, se le está tomando como un dios al que adoramos, lo que es
fruto de las sugerencias de Satanás.
No hay cosa que agrade más al Diablo que queramos estar entre dos aguas, sin
definirnos. Así nos creemos que somos cristianos, que estamos agradando a Dios
porque rezamos, vamos de vez en cuando a la iglesia, hacemos alguna que otra
obra de caridad, pero en realidad llevamos una doble vida, pues por otro lado no
obedecemos la mayoría de los mandamientos.
Eso nos mantiene contentos con nosotros mismos, pensando que con lo que
hacemos tenemos la salvacin asegurada, cuando en realidad hemos caído en la
trampa de Satanás que será para siempre nuestro único amo.
Sólo cabe aquí recordar las palabras del propio Bautista: Conviértanse porque ha
llegado el Reino de los Cielos (Mateo 3,2).
Padre Arnaldo Bazan