¡Alégrense! Es un mandato
Dostoievski hace gritar a uno de sus personajes en los Hermanos Karamazov: “Amigos
míos, no pidáis a Dios el dinero, el triunfo o el poder. Pedidle lo único importante: La
alegría”. Pero, como sólo pedimos a Dios riquezas, triunfos y éxitos cumplidos, perdemos
la alegría. Estamos enfermos de tristezas y nostalgias. Nos hemos embriagado de cosas y
hemos perdido la única fundamental: La felicidad.
El Profeta Sofonías invita a dar gritos de alegría. Y lo hace porque Dios está cerca, porque
su amor nos renueva y, lo más expresivo, se ha vencido el miedo. Son maneras de decir
nuestra alegría o, de saber si nuestra alegría es verdadera: Su fuente es Dios, su fruto
maduro es el amor y su éxito es la superación de todo miedo. Atrás quedan los meros
sucedáneos de alegrías pasajeras o de amores superados. El miedo no se va con la alegría.
Pablo es todavía más exigente: “¡Estén siempre alegres”! Y nos plantea la exigencia de que
nuestra alegría sea notoria, que se vea, que los demás la sientan, la vivan con nosotros. No
una alegría ficticia, sino aquella que tiene el lenguaje exquisito de la bondad. La alegría se
derrama desde el corazón. Pablo la traduce por la Paz. Todo corazón pacificado es alegre y
en todo ser alegre abunda la paz. Podría ser otro nombre de la alegría: La paz.
Juan le va diciendo a cada gremio lo que debe hacer para construir la paz, para sembrar la
alegría: Ser justos, compartir con los demás, no extorsionar a nadie, vivir el gozo de nuestro
bautismo. Somos bautizados en el Espíritu, es decir, en la alegría. No hay otro bautismo,
sólo aquel que nos da el don del Espíritu, aquel que nos hace testigos de la alegría, o mejor
aún, servidores de la alegría. Eso necesita el mundo hoy para rescatar la imagen de Dios en
nosotros en esta Navidad.
Cochabamba 13.12.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com