Casa reposada
El amor es como el vino. Mientras más añejo mejor. Si los barriles son de madera más fina,
entonces, el tono, peso y sabor tienen identidades más notorias, más significantes. Y
cuando es nuevo y tiene fuerza y poderío, exige envases cualificados. Rompería los odres
viejos. Así el corazón licuado en amor puro, sano, libre, maduro se convierte en casa
reposada, donde la respiración y el ritmo se traducen en ensoñación iluminada de paz.
La Navidad tiene como telón de fondo la familia. Cada hogar es un pesebre y cada pesebre
un convite de invitados que llegan por propia iniciativa: Coros de Ángeles, pastores
aledaños y gentes en lejanía que saben leer los acontecimientos para acercar su corazón.
Todo es novedad, celebración y gozo. Se comparte y se vive en intensidad honda: Desde la
pequeñez hasta la altura, desde la pobreza hasta el don total. No falta la música. El brindis.
Hay poquedad, pero sobreabunda la alegría. Hay sobriedad, pero el pan es más amable, su
sabor sobrepasa la ternura. Hay pocas gentes, pero no hay exclusión: Las puertas están
siempre abiertas y el “corazón sin puertas”. La palabra es como música callada: Tiene arte
y proyección. Los silencios son de contemplación, pues hasta la mirada tiene palabras. Y
cada gesto y signo multiplican la capacidad de los manteles para acoger y bendecir.
No es la familia la que está en crisis. Es la sociedad que padece la crisis más honda y quiere
reivindicarse haciendo de la familia su víctima. La familia estaría en crisis si el corazón del
ser humano dejara de palpitar o de amar que es lo mismo. El ser humano es AMOR y no
puede negarse a sí mismo. Es su esencia, su identidad. Pero el amor se comparte y el hábitat
más “reposado” para vivificarlo, transformarlo, potenciarlo es la familia. Así nos lo enseñó
la familia de Nazaret.
Cochabamba 27.12.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com