3a. Adviento, Lunes
Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: “¿Con qué autoridad haces
esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?” Jesús les respondió: “También yo
les voy a preguntar una cosa; si me contestan a ella, yo les diré a mi vez
con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del
cielo o de los hombres?" Ellos discurrían entre sí: "Si decimos: "Del cielo",
nos dirá: "Entonces ¿por qué no le creísteis?" Y si decimos: "De los
hombres", tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por
profeta" Respondieron, pues, a Jesús: "No sabemos". Y él les replicó
asimismo: "Tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto" (Mateo
21,23-27).
Para nosotros un templo, una iglesia, es un edificio en el que entramos por una
puerta y ya estamos dentro. En algunos podremos encontrar una especie de
vestíbulo, al que llamamos atrio, pero éste es parte de la entrada.
Puede que haya templos que tengan una sola nave, y algunos pueden llegar a
cinco.
Ordinariamente suelen tener tres las iglesias que fueron construidas hace unos
años.
Actualmente se suele construir las iglesias con una sola nave, amplia, a veces en
forma semi-circular, de modo que, desde todas partes, se pueda seguir la
celebración. En las antiguas a veces los participantes quedaban bastante lejos del
altar, que es el centro de la iglesia verdaderamente cristiana.
El Templo de Jerusalén era otra cosa. Constaba de muchas divisiones, pequeñas
plazas y atrios, de manera que en nada se parecía a lo que tenemos los cristianos.
Recordemos que precisamente porque era UNO solo, para todo el pueblo israelita,
tuvo que ser preparado para albergar a los muchos sacerdotes que se turnaban en
el servicio, aparte de los levitas y otros.
Había un atrio para los hombres, otro para las mujeres, e incluso uno para los
prosélitos, que aunque de otras razas, se habían convertido a la religión del
verdadero Dios.
Cuando en los evangelios leemos que Jesús “enseñaba en el Templo”, no lo hacía,
lógicamente, dentro del mismo edificio, sino en aquellos sitios en que estaba
permitido reunirse y hablar.
Cuando las autoridades le preguntan que con qué autoridad hace las cosas, no lo
están acusando directamente de que usaba el Templo para enseñar, sino que se
están refiriendo a lo que hubo hecho el día anterior, cuando había volcado las
mesas de los vendedores y los echándolos fuera y clamando que la Casa de su
Padre estaba convertida en una cueva de ladrones.
Jesús no se arredra ante los pontífices y ancianos. En lugar de contestar con qué
autoridad hace lo que ellos le critican, los reta con otra pregunta, poniendo como
condición el que se la contesten, si quieren saber la respuesta a la que ellos le han
formulado.
Eso es un ejemplo para todos nosotros. Nunca debemos tener miedo a defender la
verdad, no importa lo poderosos que sean nuestros adversarios.
Padre Arnaldo Bazan