3ª semana de Adviento. Miércoles: Lc 7, 19-23
Todavía estamos en el tiempo intermedio del Adviento en que la Iglesia nos
presenta la figura de san Juan Bautista, como precursor de Jesús, para que
preparemos mejor la venida del Salvador. Hoy nos presenta el evangelio una inquietud
del Bautista y la respuesta de Jesús.
Parece que Juan estaba en la cárcel. Era una cárcel relativamente suave, donde
podía tener la visita de sus discípulos y en cierto sentido continuar con su predicación.
¿Tendría Juan conciencia de que era el precursor del Mesías? Lo que sí parece, por
toda su predicación, es que tenía una certeza de que los tiempos mesiánicos estaban
muy cerca o llegaban ya. También parece que esta certeza se acentuó al ver a Jesús y
sentir que el Espíritu Santo hacía su presencia especial en el bautismo de Jesús.
Ahora siente una inquietud. Quizá fuese algo muy personal, como una noche del
espíritu, o el hecho de no poder aclarar sus ideas ante sus discípulos. La inquietud
provenía de que él había predicado que el Mesías debía pasar arrasando con todo el
mal, como un fuego destructor o como quien “tiene el bieldo en la mano” o el hacha
cortante. Sin embargo las noticias que le enviaban sus discípulos eran que Jesús era
pacífico, que sólo sabía hacer el bien.
Y manda a dos discípulos para preguntar a Jesús: ¿Eres tu el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro? Aquí aparece la certeza de Juan de que estaba ya en los
tiempos mesiánicos. Jesús va a responder, no de una manera directa, pues les traería
confusiones a aquellos discípulos de Juan, sino que tranquilamente se pone a realizar
acciones de bien, de misericordia. Luego les recuerda lo que habían dicho los profetas.
La respuesta de Jesús tiene un doble significado. Primero en cuanto a la actuación
de Jesús como salvador. El no salva destruyendo o quemando, sino rehaciendo los
corazones. Para ello lo muestra curando enfermedades. Por ese medio manifiesta la
misericordia de Dios. Jesús ha venido para servir y con su entrega manifestarnos, con
toda razón y autoridad, el inmenso amor de Dios.
En segundo lugar era recordar que esa faceta de acción positiva de misericordia ya
estaba anunciada por los profetas. Por lo tanto para san Juan Bautista, admirador de
los profetas, era la principal razón para aquietar su espíritu y poder tener la paz
espiritual necesaria para afrontar su pronta entrega a Dios por el martirio.
Esto podía ser un cierto escándalo o desasosiego en los que tuvieran otra clase de
espiritualidad más “fundamentalista”. Por eso termina Jesús diciendo: “Bienaventurado
quien no se escandaliza de mí”. Aceptar la bondad y misericordia de Dios es algo
fundamental en el Adviento, en que nos preparamos para revivir la gran misericordia de
Dios que se hizo niño pequeño por nuestro amor.
En la primera lectura aparece el profeta Isaías anunciando la salvación sobre Israel.
Es una de las profecías mesiánicas que nos anuncian que la venida del Salvador nos
debe llenar de alegría a los que nos sentimos redimidos por Él.
La pregunta de Juan Bautista se la hacen muchos que esperan un salvador, pero
viven inmersos sólo en las preocupaciones materiales. Estas acaban fallando: o porque
se dan cuenta de que todo lo material es transitorio o porque ven que en realidad no
llenan las apetencias de un corazón noble. Para arrojarse en las manos de Dios, se
necesita tener fe, que muchos no tienen. Debemos ir conociendo más a ese Dios que
vino, pero que vive entre nosotros, más dentro que nuestra propia interioridad.
En estos próximos días de Navidad sepamos acoger a Jesús dentro de nosotros. Y
también sigamos haciendo el bien como Jesús, para que nos sintamos salvados.
Pidámoselo a la Virgen María que le acogió más en su corazón que de manera directa
y externa. Ella nos guiará hacia el Amor, y la paz nos llenará más a nosotros y a todos
aquellos con los que convivamos en estos días.