III DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO C
CONTRA LA CORRUPCIÓN
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Sofonías 3, 14-18: “El Señor se alegrará en ti”
Salmo 12: “El Señor es mi Dios y salvador”
Filipenses 4, 4-7: “Alégrense siempre en el Señor”
San Lucas 3, 10-18: “¿Qué debemos hacer?”
No hay tema más conocido, más señalado y más presente en nuestras discusiones
que la corrupción. Antes decíamos que en nuestro país pero ahora, como si se abriera
una gran cloaca, aparece por todas partes. Es triste porque hay quienes la toman
como una forma de vivir y como si ya no se pudiera hacer nada. Se critica pero se
convive con ella. Como si contemplara esta situación agobiante de nuestro planeta,
Juan el Bautista se nos hace presente con sus propuestas dolorosas pero necesarias.
Ya hace ocho días lo escuchábamos anunciando la cercanía del Reino y proclamando
conversión. Retomaba las palabras del profeta Isaías con mensajes simbólicos,
pidiéndonos enderezar el camino y hacerlo recto para poder ver la salvación de Dios.
Hasta ahí todos estamos de acuerdo, el problema comienza cuando señala acciones
muy concretas. Todo se suscita porque un grupo de personas se acerca para pedir el
bautismo y los manda con cajas destempladas: “Raza de víboras, den frutos de
conversión y no se ufanen diciendo que son hijos de Abraham”. Pero esto lejos de
desanimar a otros de sus oyentes, se atreven a preguntarle antes de recibir el
bautismo: “¿Qué debemos hacer?” . Pregunta valiente y corazón dispuesto que
muestra un verdadero interés en cambiar y en enderezar los senderos. San Juan
Bautista retomando los mismos mensajes que habían proclamado los profetas
empieza a enseñarnos lo que verdaderamente hay que cambiar no sólo para evitar
la corrupción sino para aceptar este reino que ya se acerca.
La conversión siempre pasa por el hermano. Juan nos lo señala: “Quien tenga dos
túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida que haga lo
mismo”. Gracias a Dios en este tiempo de Navidad aún se suscitan sentimientos de
compartir y de mirar al hermano. Pero el Bautista va mucho más lejos, no se trata
de un mero dar de lo que nos sobra o asistir a un intercambio de regalos. Ni siquiera,
el llevar un regalito o una despensa para acallar la conciencia. Se trata de ir a la raíz
de la injusticia y de la corrupción. ¿Por qué hemos llegado a estas situaciones
extremas de pobreza, de injusticia y de inequidad? Porque la codicia se ha adueñado
de los corazones, porque al ritmo del dinero danzan muchas personas e intereses,
porque hemos traicionado y abandonado a Dios. Cuando se traiciona a los pobres,
cuando se deja morir de hambre a los migrantes, cuando se da la espalda a la viuda,
cuando no se atiende al hermano, se traiciona a Dios. La propuesta de Juan es radical,
no nos dice que ofrezcamos un poco, dice que compartamos lo nuestro con el
hermano. Es volver a nuestros orígenes, nacimos ambos de Dios, somos hermanos
y tenemos los mismos derechos.
Hay corrupción que se disfraza de justicia. Hay ladrones de cuello blanco. Para ellos
(¿para nosotros?), también tiene una palabra Juan: “No cobren más de los
establecido”. Ya los profetas habían hablado fuerte contra los comerciantes y contra
los cobradores de impuestos. No se condena el comercio ni el cobro de impuestos, lo
que se condena es el deseo de enriquecerse a costa de los pobres traficando con su
libertad, vendiéndoles incluso los peores productos y robándoles su dignidad. Los
impuestos nunca deberían pesar sobre los que menos tienen para sostener lujos y
avances de unos cuantos. San Juan recoge toda una tradición de la profecía y habla
claramente cómo se debe preparar el camino del Mesías. Las estructuras de un
sistema neoliberal hacen pasar por justos, tratados y mercados que han olvidado a
pueblos y personas y los han sometido a un régimen muy cercano a la esclavitud. La
desigualdad es el desafío más importante que enfrenta el país. La pobreza sigue
siendo el principal problema que vulnera a la mayoría de los mexicanos y mexicanas.
No es que no haya dinero ni recursos, es que están mal distribuidos y se le ha dado
más valor al capital que a las personas. Se teme arriesgar los valores y el dinero,
pero no se teme poner en grave riesgo la salud, la educación y la vida de los más
pobres. A nivel personal pero también a nivel institucional, hoy también para nosotros
el Bautista tiene una palabra.
La corrupción sólo se puede combatir con la verdad: “No extorsionen a nadie, ni
denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”. Nuevamente Juan se
hace eco de los profetas. De la administración de la justicia dependen los bienes e
incluso la vida de muchas personas. Pero los profetas advierten que es una de las
cosas que peor funcionan. Es frecuente la denuncia de soborno que lleva a absolver
al culpable y a condenar al inocente. Esta codicia lleva al perjurio, al desinterés por
las causas de los pobres e incluso a explotarlos con la ley en la mano. Son claros los
profetas en decir que la manipulación de la ley lleva a excluir a los débiles de la
comunidad jurídica, robar a los pobres toda reivindicación justa, a esclavizar a los
ignorantes y a las viudas y a apropiarse de los bienes del huérfano. Muy pocas
palabras tendríamos que cambiar para hacer actuales las palabras de los profetas y
hoy san Juan nos invita también a nosotros, a cambiar y a descubrir lo que hay en
nuestro corazón.
¿Cómo acabar con la corrupción? La respuesta la tenemos en el mismo camino del
Adviento que nos señala Juan. Al dar las respuestas a sus oyentes, nos señala
senderos y verdades que debemos escuchar, asumir y aplicar cada uno de nosotros.
Son indicadores muy concretos de nuestra conversión y de nuestro acercamiento al
Señor. Son la forma verdadera de preparar el camino del Señor: retomar la
fraternidad, buscar la verdad y la justicia, construir un mundo de paz. ¿Cómo
podemos hacer nuestros los caminos que propone san Juan?
“Padre de misericordia, mira a tu pueblo que espera con fe el nacimiento de tu Hijo,
y concédele celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y
una inmensa alegría”. Amén