24 de Diciembre: Lc 1, 67-79
Estamos en la víspera de Navidad. En cuanto a la liturgia y el evangelio estamos
terminando los ocho días especiales de preparación, en que hemos leído y meditado
sobre lo que los evangelistas nos dicen sobre sucesos antes de nacer Jesús. Ayer
veíamos el nacimiento de san Juan Bautista, cuando Dios mostraba su gran
misericordia con aquellos dos ancianos, Zacarías e Isabel. Zacarías, curado ya de su
mudez y también de su incredulidad, prorrumpe en alabanzas a la gran misericordia de
Dios y pronuncia un gran himno, tan hermoso que la Iglesia lo repite todos los días
como himno de alabanza a Dios por la mañana en los “laudes”.
Es un himno de alegría, de entusiasmo. Hay personas que casi sólo saben acudir a
Dios cuando tienen una desgracia. Pero Dios es el Dios de la alegría, y en los
momentos exultantes de nuestra vida está Dios con nosotros y en esos momentos
nosotros debemos estar con él y sentirle a nuestro lado.
“Bendito sea el Señor” son las primeras palabras del himno. Bendecir significa
hablar bien de alguien. Debemos hablar bien de Dios en todos los momentos de
nuestra vida y hacer que otros le “bendigan”. Y le bendecimos porque ha visitado y
redimido a su pueblo. Su pueblo somos nosotros y es el mundo entero. La Navidad es
una visita especial, aunque desgraciadamente hay muchos que apenas ven a Dios en
todo el ambiente festivo de la Navidad. Lo importante de la Navidad es que ha sido
suscitado un poderoso salvador, que nos libra de nuestros enemigos. Estos enemigos
son nuestros propios pecados y fuerzas contrarias que encontramos dentro.
Todo lo que no es pecado es fruto de la misericordia de Dios. Sentir el amor de Dios
es conocer la solución de todo. Es vivir la alianza con Dios. Él sí es fiel a las promesas
que ya había hecho desde Abraham. Él es fiel, aunque nosotros no lo seamos. Ser fiel
significa cooperar con Dios en arrancar de nosotros los pecados, que son los enemigos
para poder vivir en santidad y justicia, que es vivir unidos a Dios.
Aquel niño Juan estaba destinado para preparar los caminos del Señor, que son
caminos de salvación, de perdón. Juan dirá que él no es la luz, sino que va preparando
los corazones para poder ver la verdadera luz. Jesucristo no sólo será el camino, sino
también la verdad y la vida. Unidos a Jesús en la fe y en el amor, los pecados se
marchan por sí solos. El culto que Dios quiere de nosotros es el ofrecimiento de
nuestro ser, es ponernos continuamente en sus manos.
En estos días de Navidad podemos sentir mejor que nos visita el verdadero Sol.
Cuando este himno lo recitamos por la mañana se une el ver el sol que va subiendo
hasta llegar a lo alto al Sol que siempre está en lo alto, porque ilumina nuestras vidas,
que a veces están medio en tinieblas y en sombra de muerte. Este Sol, que es Jesús,
es el que verdaderamente puede guiar nuestros pasos por los caminos de la paz.
Deseamos siempre la paz. En esta noche de navidad se suele sentir más la paz en
las familias, y hasta entre pueblos enemigos hay como un compás de espera envuelto
en una paz, que se nota flotante en el ambiente, aunque desgraciadamente suele ser
pasajera. Acercarnos a Jesús en esta noche es hacernos un poco más niños. Jesús
niño nos enseña la ternura y el amor. Hacerse niño es vivir más en la ternura y sobre
todo en la confianza con Dios, que nos ama tanto que se hace niño indefenso por
nuestro amor.
Que María, la Madre, nos envuelva con su manto protector. Ella había sido siempre
como una niña ante Dios, entregada plenamente a su voluntad, y sin embargo siente
que ahora ese Niño, que es su Dios, se entrega a la voluntad de ella misma. como
madre, y a la de san José. Si viviéramos así, bajo el manto de María, sin salirnos de
hacer “lo que Jesús nos diga”, encontraríamos una felicidad permanente aquí y sobre
todo la salvación y la felicidad eterna.