DOMINGO IV DEL TIEMPO DE ADVIENTO, CICLO C
Miq 5, 1-4a; Sal 79; Heb 10, 5-10; Lc 1, 39-4
En aquellos días, se puso en camino María y se dirigió con prontitud a la región
montañosa, a una población de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno; Isabel
quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno; ¿cómo así viene a visitarme la madre de mi Señor?
Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi
seno. ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de
parte del Señor!».
Estando próximo la celebración del acontecimiento que ha revolucionado la historia
de la humanidad, que es celebrar el nacimiento entre nosotros del Dios que se ha
hecho hombre, que se ha anonadado totalmente, dejando su gloria; para que el
hombre, contemplara a Dios en su realidad concreta. Debemos decir con toda
libertad y verdad, que no ha habido ni habrá evento dentro de la historia de la
humanidad, que haya transformado la vida del hombre, la cultura y la historia;
lamentablemente hoy somos espectadores activos de una sociedad que se
deshumaniza, que se degrada, por cierto tipo de ideología que se encubre en las
leyes y en maneras de vivir, que se postulan como portadoras de una real madurez
y autonomía del hombre moderno. Como dice el libro del Apocalipsis, en este
tiempo retornemos al único y verdadero primer amor, como el hijo pródigo, para
que nuestra vida sea un festín de común unión de amor de la humanidad y entre
cada persona: porque Cristo el Hijo de Dios ha nacido, “…sol que nace de lo alto…”
y que viene a llamarnos de toda oscuridad, soledad, confusión, desesperanza,
porque Cristo es el camino verdadero que nos lleva a una vida auténtica que salta
hasta la vida eterna.
En la segunda lectura, es muy trascendente la expresión del escritor sagrado:
“…me has preparado un cuerpo (…), aquí estoy para hacer tu voluntad…”. El
hombre posmoderno, en el tiempo en el cual vivimos, nos encontramos en medio
un ambiente marcado por un pansexualismo, donde la inmediatez: de tener una
vida llena de confort; y donde los deseos que imperativamente, si no sacian a la
persona no experimenta la felicidad; el culto al cuerpo que tiene una relevancia
importante. La apariencia, la imagen, en nuestros días sustituye al ser persona, al
ser hombre; por eso esta frase: “…me has dado un cuerpo…”, vemos c￳mo en
Cristo se ha cumplido plenamente, porque Cristo se ha encarnado en el seno de la
Virgen María, para entrar en la historia de la humanidad y desvelarnos el designio y
proyecto de Dios para con la humanidad, que a través del pecado al hombre le ha
quedado oculto. El pecado le ha ocultado al hombre la obra maravillosa de Dios, por
eso las palabras del Génesis, cuando Dios se dirige a Adán: “…Adán d￳nde estás…”;
y el autor sagrado en boca de Adán pone: “…tuve miedo y me escondí…”. El pecado
no solamente al hombre le ha ocultado la obra de Dios, sino que también le ha
desdibujado el rostro de Dios, lo que significaría: Dios para el hombre; por eso las
palabras de Cristo a Felipe, cuando después que Felipe ha visto todos los signos y
milagros que hace Jesús, hace la gran pregunta: “…Se￱or muéstranos al Padre y
nos basta…”, y Jesús le responde: “…Felipe quien me ve a mí ve al Padre…”. Así
tenemos, que el Padre del Cielo, en Jesús Hijo de María, le ha preparado un cuerpo,
para que el cuerpo mortal que ha asumido Cristo sea para nosotros presencia de
Dios, y realización de la obra de Dios en Cristo. El cuerpo se dignifica y se santifica,
viviendo en el designio de Dios, en el proyecto de vida que Dios en Cristo ha
desvelado para todo hombre. Así tenemos, que vivir en la voluntad de Dios, no
debemos solamente entenderlo en el sentido del Misterio Pascual de Cristo, sino
que en cada hombre, y sobre todo, en cada bautizado, el vivir en la voluntad de
Dios: nuestra vida no solamente exprese, sino que se realice hasta la eternidad; lo
que dice San Pablo: “…en Cristo somos una nueva creaci￳n, pas￳ lo viejo y todo es
nuevo…”, y este “todo nuevo”, está significando lo que dice el salmista: “…Se￱or
por las mañanas proclamamos tu misericordia y de noche tu fidelidad…”.
El profeta Miqueas, hace referencia a la ciudad de Belén, como la más pequeña, y
eso tiene un sentido muy grande hoy para nosotros y en cada tiempo, no debemos:
leer ni oír las Sagradas Escrituras, como un documento histórico o de simple
conocimiento para adquirir; porque esta ciudad de Belén, somos cada uno de
nosotros, a quien Dios, no por nuestra pequeñez en el sentido de pobreza,
debilidad, fracasos, desesperanzas o infidelidades; Dios no nos ha dejado de lado,
porque Dios es fiel a sus promesas, y como dice el autor sagrado en el contexto del
diluvio en el libro del Génesis: “…no destruiré más al género humano…”, y como
dirá Moisés a Dios: “…es un pueblo rebelde de dura cerviz…”; debemos aceptar
hermanos, que el amor de Dios es tan grande que no se arrepiente de la obra de
sus manos, y por ello, como dice la Escritura a través del profeta: “…en la plenitud
de los tiempos nos ha enviado a Cristo el Se￱or…”; y como dice al final en la lectura
el profeta: “…Él será nuestra paz…”, porque en Cristo nosotros los hombres
podemos vivir una verdadera paz, pues no se puede querer vivir en la voluntad de
Dios, si no estamos en paz y en comunión con los hermanos; es como los esposos
cuando viven un verdadero amor, unen sus cuerpos en una verdadera comunión
llenos de paz y de amor.
En el presente Evangelio cabe destacar lo que el hagi￳grafo dice: “…salt￳ la criatura
en su vientre…”, está haciendo alusi￳n a Isabel, cuando escucha la voz de María,
pero inmediatamente habría que decir lo siguiente, para ayudarnos a todos; dice la
tradición de los primeros padres de la Iglesia: la Sagrada Escritura en el cristiano
debe bailar; esto apoyados en el texto cuando David entra triunfante a Judá, entra
danzando con el rollo de la Alianza en la mano. Entonces tendríamos que
preguntarnos, la pasividad que hay en tantos cristianos católicos, e incluso esto no
excluye a religiosos y ministros ordenados, qué es lo que no nos hace danzar;
porque si la Escritura danzara en nosotros, nos llevaría con docilidad, transparencia
y confianza a vivir en la voluntad de Dios. Dice San Agustín, al inicio del comentario
que hace a los Salmos (150): “…Cristo cuando vino a este mundo ya todo el ritual
de su vida estaba escrito, para hacer la voluntad de su Padre…”, porque el mismo
San Agustín manifiesta que los salmos son el ritual de la vida de Cristo que en su
muerte de cruz lleva a pleno cumplimiento; las palabras que San Juan lo plasma en
su Evangelio, cuando dice: “…no ha llegado mi hora…”, pensemos con qué deseo y
tensión Cristo expresaba estas palabras; y después cuando dice: “…ha llegado la
hora…”; o cuando dice: “…para esto he venido…”; y cuando en la cruz dice: “…todo
está cumplido…”.
Ante las palabras: “…oy￳ el saludo de María…”, para nosotros la figura de María es
figura de la Iglesia, entonces preguntémonos: podemos estar viviendo la vida
cristiana e incluso ser ministros de la Iglesia y no oír la voz de la Iglesia, que nos
da a Cristo; y esto se evidencia no solamente en los fieles católicos, sino también
en los ministros de la Iglesia, por los sucesos que se dan, donde tantas veces
incluso en la praxis de la vida se cuestiona la moral cristiana y aún más la
obediencia a la autoridad de la Iglesia. A la expresi￳n “…quien soy yo para que la
madre del Se￱or venga a mí…”, solamente esta expresi￳n la pueden vivir aquellos
que tienen un corazón sencillo y humilde, que aceptan y comprenden las gracias de
Dios y la viven no por sus méritos ni sus logros, sino porque Dios obra en un
corazón que lo acoge. Es cuando Dios le dice a Samuel, al enviarlo a elegir al rey le
dice: “…no te fijes en la apariencia porque yo miro el coraz￳n del hombre…”, y por
eso por la Sagrada Escritura, sabemos que Dios llama al rey David “según su
coraz￳n”, aún el pasado de su vida.
Es importante remarcar la última expresión del Evangelio: “…dichosa tú que has
creído…”, debemos reflexionar profundamente en esta expresi￳n, muchas veces no
creemos, en la forma como educamos a los hijos, los estamos ya incapacitando
para escuchar a Dios en sus vidas, no por casualidad nos enseña la Doctrina de la
Iglesia y la Tradición, que la Virgen María, fue preservada de todo pecado; por eso
debían preguntarse los que son padres y educadores, que directamente tienen que
ver con la niñez: Con la enseñanza y educación a los hijos-alumnos: los
preservamos –orientándolos-, para que en un mañana puedan escuchar la voz de
Dios, y como dice el autor sagrado “…dichosa tú…”; para que en un ma￱ana
nuestros niños y jóvenes sean: dichosos, felices. Es necesario que los hogares-
familia-matrimonio; puedan inspirar sus vidas en el modelo de la Sagrada Familia
de Nazareth, porque solo: el acoger a Cristo en la vida; vivir con esperanza a Cristo
en la vida, y que Cristo sea la fuente de nuestro amor en el seno del matrimonio y
la familia; podremos ser como la Virgen María, dichosos. Lo contrario, estaremos
como Tomás, viviendo con incredulidad como que si aquello que sucede y acontece,
no tiene relación con su vida. Cristo, hace que Tomás le toque sus llagas para
curarlo, no solamente la incredulidad de Tomás; porque la raíz de la incredulidad
consiste en que la fe y la esperanza quedan subordinadas a lo que el hombre puede
entender con su razón; cuando la fe es un encuentro vivencial, con el Dios que se
nos ha revelado en Cristo. Que este evento, acontecimiento, del nacimiento de
Nuestro Redentor nos lleve al encuentro con el Dios de la Misericordia para vivir en
comunión verdadera con los hermanos en la fe.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar