Pautas para la homilía
II Domingo despues de Navidad.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
Releyendo el Evangelio de Juan, se puede destacar:
El Niño Jesús, es la Palabra invisible, que estaba desde el principio junto a Dios, y
que era Dios. Al encarnarse, sin dejar de ser Dios, se hace presente y visible en
Jesús, el Salvador, con rostro humano. Jesús, en cuanto Palabra del Padre es una
versión de la intimidad del Padre hasta el punto de que quien le ve a él ha visto al
Padre (cf.: Jn 14, 9) y nadie llega al Padre sino por él Cf.: (Jn 14 6).
La Palabra es Vida; por ella se hizo todo, todo se hizo por ella y para ella. Y ella es
la Luz de los hombres; brilla en las tinieblas que la rechazaron, pero a quienes la
recibieron, les da el poder de ser hijos de Dios.
Y la Palabra hecha carne y acampó entre nosotros. El Niño Jesús es para siempre el
Emmanuel, el “Dios con nosotros”. Su casa es una más en nuestros barrios.
En el rostro del Niño Jesús vislumbramos al Dios, que es vida y luz de los hombres,
el creador de todo, porque todo se mantiene en él y es para él.
En una sociedad como la nuestra en la que se acusa a Dios por estar callado y en la
que se le culpa de indiferencia en su trato con nosotros, la Navidad es una protesta
en contra de esas acusaciones. Lo que ocurre es que –como advierte Juan- “la
tiniebla no acogió a la Luz, vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Es preciso
que los cristianos que, aunque no somos la luz, seamos testigos de la luz; que
aunque no somos la Palabra, seamos como Juan voz que la proclama, aunque sea
en el desierto.
Fr. Luis Carlos Bernal Llorente O.P.
Convento de Santa Catalina (Barcelona)