DOMINGO IV DE ADVIENTO (C)
Homilía del P. Lluís Juanós, monje de Montserrat
20 de diciembre de 2015
Miq 5, 1-4a / Heb 10, 5-10 / Lc 1, 39-45
Hermanas y hermanos: Estamos a las puertas de la Navidad. Las lecturas que la
Iglesia nos propone durante estos días de Adviento nos hacen entrar en sintonía con
la esperanza de los profetas y nos invitan a acoger el misterio del "Dios-con-nosotros";
de un Dios que se ha humanizado y se ha convertido en uno de los nuestros en la
persona de Jesús.
Hoy hemos escuchado en el Evangelio, la conocida secuencia donde María visita a su
prima Isabel. Una escena llena de dinamismo, donde el amor y la actitud diligente de
María se concretan con un gesto lleno de solidaridad, de ayuda y de servicio y también
de alegría y reconocimiento por el don de Dios.
Uno de los rasgos más característicos del amor es saber ir al lado de quien puede
estar necesitando nuestra presencia. Este es el primer gesto de María después de
acoger con fe la misión de ser madre del Salvador: ponerse en camino y marchar
decididamente para apoyar a otra mujer que necesita en estos momentos su
proximidad.
No nos resulta extraño. Y si lo miramos bien, vemos que también es habitual entre
nosotros por estas fechas el hecho de "visitar" o "ser visitado". Tanto si las hacemos
como si las recibimos, hay visitas esperadas o inesperadas; deseadas o incluso
indeseadas. Quién no espera reencontrarse durante las fiestas navideñas con aquellos
que se estima o contrariamente, hay quien tiembla sólo de pensar en la visita de
aquellos "pesados" de cada año o tener que aguantar largas sobremesas que
terminan reavivando tensiones familiares no resueltas. Y sabemos que, sea de una
manera u otra, todo depende del contexto personal o familiar de estas visitas, pero
también sabemos que transformar el hecho de "visitar" o "ser visitado" en un acto de
amor , nos pide muchas veces ir más allá de nosotros mismos y dejar de lado
prejuicios, conveniencias o antipatías.
Hay una manera de estimar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste
en «acompañar en el vivir» al que se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por
la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de toda alegría y
esperanza; cansado de luchar y de llevar adelante la propia vida.
Precisamente estos días, corre por las redes sociales y medios de comunicación un
spot publicitario navideño de una importante cadena alemana de supermercados que
ha tenido millones de visitas, y se ve a un anciano que llega a casa cargado de bolsas,
acompañado de su perro, mientras escucha mensajes telefónicos y felicitaciones de
sus hijos que le anuncian que no podrán ir a celebrar las fiestas con él porque están
lejos, o porque tienen que trabajar, u otras excusas. Los días van pasando y el abuelo
sigue en casa, cenando solo, mientras la tristeza y la soledad se reflejan en su rostro.
De repente, llegan esquelas y mensajes a los hijos, diciendo que su padre ha muerto.
Entre lágrimas de duelo, todos vuelven al hogar familiar, pero lo que se encuentran por
sorpresa es la mesa puesta y su padre, que reaparece para decirles: "No he tenido
otra manera de reuniros a todos”.
Dios ha querido compartir nuestra vida y visitarnos a pesar de nuestra indiferencia y
nuestras apretadas agendas. Él llama a las puertas de nuestro corazón y no vale
hacernos el sordo. Su venida nos urge a vivir de otra manera. Creemos que la gran
pregunta de la Navidad es "¿qué me hace falta?", "¿Qué puedo pedir?" a los reyes, al
papa Noel, al amigo invisible, a la lotería nacional, la Gossa... la cuestión es pedir. Y
María nos invita hoy a hacernos la pregunta contraria: "¿qué me sobra?", "¿Qué puedo
dar?", "¿Cómo puedo ayudar a quien me necesita? Ya sé que no es comercialmente
correcto, pero la Navidad no nació para incentivar el consumo, sino la felicidad: tienes
dos vestidos, da uno; tienes dos tabletas de turrón, da una; tienes dos horas, da una;
tienes dos motivos para estar contento, comparte uno; tienes dos certezas, aun te
sobra una...
Afortunadamente, en Navidad también prolifera gente de este tipo. No se trata de
hacer «grandes cosas». Quizás sencillamente ofrecer nuestra amistad a aquel vecino
hundido en la soledad y la desconfianza, estar cerca de aquel joven que se siente
diferente y marginado, tener paciencia con aquel anciano que busca ser escuchado
por alguien, estar al lado de aquellos padres que tienen su hijo en la cárcel, o alegrar
la cara de ese niño solitario marcado por una desgracia familiar. Este amor que
"acompaña la vida" y que nos hace salir de nosotros mismos para "visitar" el otro, es
un amor «salvador»; un amor que da vida, ya que libera e introduce una esperanza y
una alegría nueva en el que sufre y se siente acompañado en su dolor.
Navidad es don; dar, pero sobre todo darse. Y el Adviento es preparar y acoger este
don de vida que brota allí donde menos lo esperabas, como un vástago tierno,
delicado, insolente. Desde las entrañas silenciosas de la expectación, algo en nosotros
salta de entusiasmo, antes de las palabras, antes de las certezas, antes de las
pruebas infalibles. El amor se previo a todo, previo al nombre, previo a la historia,
previo al nacimiento. El amor es previo a la Navidad y por eso lo precede y lo anuncia.
Por eso hay que estar atentos, abrir caminos, desbrozar obstáculos, romper los muros
de la autosuficiencia ya que a veces, cualquier palabra, cualquier detalle, cualquier
muestra de amor puede abrir en el corazón del otro una rendija de luz.
Navidad debe ser un rayo de esa luz que nos hace ver mejores todas las cosas; debe
de ser como un retoño tierno, delicado, pero persistente como la vida, como el amor
de un Dios que se nos ha acercado para visitarnos.