Día 8 de Enero: Mc 6, 34-44
Hoy, dentro de esta semana de epifanías o manifestaciones importantes de Jesús,
nos habla el evangelista de la multiplicación de panes y peces por parte de Jesús.
Fue un hecho que impactó mucho a los primeros discípulos de Jesús, de modo que lo
narran los cuatro evangelistas. También tenía mucha importancia porque se
relacionaba con la institución de la Eucaristía. De hecho el evangelista san Juan lo
une de una manera directa. Y los otros, como hoy san Marcos, describen a Jesucristo
realizando unos gestos, al multiplicar los panes, que son exactos a los que realizó en
el momento de instituir la Eucaristía.
Vamos a fijarnos especialmente en lo que significa de amor y misericordia por
parte de Jesús y cómo quiere que colaboremos en esa misericordia. Como nos
cuenta el evangelista, Jesús y los apóstoles, como humanos que eran, estaban
fatigados por haber recorrido varios pueblos y aldeas predicando. Jesús pensaba dar
a sus apóstoles unas pequeñas vacaciones, ya que habían venido de una misión.
Pensaban retirarse a un lugar tranquilo; pero la gente iba reuniéndose formando una
muchedumbre pidiendo el pan de la palabra. Jesús entonces tuvo compasión y
comenzó a predicar sin descanso. El día avanzaba, estaban en un lugar desierto y no
tenían para dar de comer a todo ese gentío. En esas circunstancias el corazón
bondadoso de Jesús no permite que la gente se vaya sin comer, después de que le
ha estado escuchando todo el día, y realiza esa maravilla de que con poquitos panes
y peces da de comer a todos, sobrando mucho más de lo que tenían al principio.
Es posible que cuando el evangelista narró este hecho estuviera pensando en la
Eucaristía. Entonces, como ahora, la Eucaristía tiene dos partes: Primero Dios nos da
el pan de la palabra, y por ello debemos ir con la actitud de aprender algo, o que lo
que ya sabemos penetre más profundamente en nuestro corazón. Y la segunda parte
es la que nos da por alimento su propia carne. Jesús mismo es el pan que se
multiplica para que todos podamos tener aumento de gracia.
Esta misericordia Jesús quiso que fuese compartida por los apóstoles, como
quiere que nosotros la compartamos en la Eucaristía. Jesús podía haber hecho que
llovieran panes o que colgaran de los árboles; pero quiso que hicieran algo los
apóstoles, que dieran lo que tuvieran. Poco era, pero no se reservaron nada: todo se
lo dieron a Jesús. ¡Ah, si nos diéramos todo a Jesús, cuántas maravillas haría Él con
nuestras vidas! Los apóstoles también colaboraron distribuyendo los alimentos. Pero
antes habían organizado a la gente por grupos. Esto es un signo de que en la Iglesia,
para que vengan los dones de Dios, debe haber un orden, algunas normas para
comulgar y para la vida eclesial, orden que corresponde hacer a los responsables,
que son los sucesores de los apóstoles, los obispos.
Es interesante hacer notar que desde hoy y durante varios días, en la primera
lectura, se lee el capítulo 4 de la primera carta de san Juan en que nos habla sobre el
amor de Dios. Jesús es el reflejo del Padre, y lo primero que debe reflejar es el amor
y la misericordia. “Dios es amor” nos dice san Juan. Y por lo tanto todo verdadero
amor tiene algo de divino: “Todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce”. Aquí
el evangelista habla de un “conocer” a Dios que trasciende todo lo intelectual. No se
trata sólo de un conocimiento por la mente, sino más bien de un conocimiento por el
corazón. De nada sirve hablar mucho de Dios y aun creer que lo conocemos con la
cabeza, si nuestro corazón está en las cosas materiales, o peor si estuviera lleno de
odio y egoísmo. Hay muchos que no son cristianos y tienen un verdadero amor. Esto
es lo principal, como se suele decir: “donde hay amor, allí está Dios”. Si amamos de
verdad, los alimentos y muchas cosas buenas se multiplicarán.