SOLEMNIDAD DE LA NAVIDAD DEL SEÑOR
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
25 de Diciembre de 2015
Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18
A plena luz del día, hermanos y hermanas, la liturgia nos lleva a penetrar la realidad
profunda del hijo de María, que esta noche contemplábamos acostado en un pesebre
en la serenidad del establo al que acudían los pastores. Enterados de que Dios había
visitado a su pueblo, se acercaron al niño y en la simplicidad de su corazón vieron con
sus propios ojos lo que les había sido anunciado, reconocieron en el bebé en pañales
al Mesías Salvador, y contaron a todos lo que habían visto y lo que les habían dicho
de aquel niño (cf. Lc 2, 15-17). Fueron los primeros testigos del Mesías y su testimonio
maravillaba todos.
Esta mañana, en cambio, se nos despliega con toda su grandeza la identidad del
recién nacido, particularmente a través del evangelio de san Juan, pero también de la
carta a los Hebreos; ambos ven realizada en Jesús la profecía de Isaías que hemos
escuchado en la primera lectura. Jesús, este niño en pañales que todavía no habla, es
la Palabra que nos revela el rostro del Dios invisible. Es la expresión más perfecta del
Padre porque desde siempre ha estado en diálogo de amor con él. Ante la falta de
fruto en las manifestaciones antiguas de la Palabra divina a través de los profetas,
ahora, en un momento bien determinado de la historia, esta Palabra toma un rostro
humano, el de Jesús, para enseñarnos a conocer al Padre y para enseñarnos también
a conocernos a nosotros mismos con la profundidad humana y espiritual que Dios nos
ha dado.
Jesucristo, Palabra de Dios hecha hombre, es la fuente que puede llevar a la
humanidad a vivir plenamente su existencia, tanto la vida corporal como la vida
espiritual que viene del encuentro con Dios. Todos los seres humanos, sea cual sea su
origen y su condición, pueden recibir de él los criterios que orientan la propia vida
hacia su plenitud, tal como Dios, el Creador, lo ha pensado con un amor entrañable.
Por eso ante Jesucristo hay que tomar una opción, tal como indicaba el evangelio que
hemos escuchado: Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio
de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a
cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Quien lo acoge encuentra la vida, la luz, el sentido de su existencia, la comunión de
amistad con Dios. Quien no lo acoge se queda en la oscuridad, embotado en su
condición humana, privado de la riqueza de conocer a Dios y de la confianza que
infunde este conocimiento.
En la alegría de la Navidad, los que hemos creído en Cristo, somos invitados a renovar
nuestra opción por él, nuestra voluntad de dejarnos guiar por su Palabra . Sobre todo,
cuando sabemos que el nacimiento de Jesucristo es fruto del amor entrañable y
misericordioso de Dios que nos lo da para que nos salve y nos libere de todo lo que
nos abruma y desdibuja nuestra condición humana creada a imagen y semejanza del
Cristo. Existe una relación íntima entre la Navidad y el Misterio Pascual, desde el
momento que Jesucristo, que a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango …Y así actuando como un
hombre cualquiera, se rebajo hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de
cruz (cf. Flp 2, 5-11). Todo para restaurar nuestra persona integral, para reconciliarnos
con Dios y hacernos participar de su gloria al término de esta vida sobre la tierra.
Desde su nacimiento, "el Hijo de Dios sale al encuentro de todos, sin excluir a nadie"
para anunciar a todos "la misericordia de Dios" que constituye el "corazón palpitante
del Evangelio" (cf. Francisco, Bula "Misericordiae Vulture", 12). En este año jubilar lo
debemos vivir de una manera particular. Y debemos ser portadores de misericordia en
nuestras relaciones, en nuestras actividades, en nuestros compromisos. Esta
misericordia, que no es otra cosa que un amor entrañable sobre todo hacia los
pequeños y los necesitados, debe traducirse en obras concretas. Una puede ser hacer
una aportación a la colecta que realizaremos terminada la celebración; el total de la
aportación de todos los que lo deseen será entregado a Cáritas para atender tantas
situaciones de pobreza y de marginación que se dan cerca o lejos de nosotros.
La celebración de la Navidad es un momento fuerte dentro de nuestro peregrinar
cristiano, que nos permite afianzar nuestra fe en el Hijo de Dios hecho hombre,
mientras vamos avanzando hasta la casa del Padre, por el camino que nos ha abierto
Jesucristo. Por ello, en la oración final de nuestra celebración pediremos que Cristo
"nacido por nosotros" para hacernos "nacer a la vida divina, nos conceda el don de la
inmortalidad" (cf. poscomunión).
El Misterio del nacimiento de Cristo está presente en esta celebración; pero, al igual
que en su primera venida, sólo puede ser percibido con la mirada de la fe. Los
pastores, en el signo de un pobre niño colocado en un pesebre , descubrieron al
Mesías, el Señor , y glorificaban y alababan a Dios por lo que habían visto, que los
confirmaba el anuncio gozoso que habían recibido (cf. Lc 2, 17:20). En esta
celebración, con una mirada de fe similar, debemos percibir al mismo Cristo, nacido de
la Virgen María, bajo los signos del pan y del vino. Está ahí para seguir compartiendo
nuestra humanidad para que nosotros podamos compartir su divinidad y su vida
inmortal.
Glorifiquemos, pues, a Dios y alabemos a Dios por lo que hemos visto y oído en la
celebración de la Navidad. Y contemos a todos lo que sabemos de este niño; lo que
sabemos y creemos de Jesucristo.