Diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
II Domingo Ordinario, Ciclo C
“Nuevo Vino, Amor Nuevo”
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Isaías 62, 1-5: “Como el esposo se alegra con la esposa”
Salmo 95: “Cantemos la grandeza del Se￱or”
I Corintios 12, 4-11: “Un solo y el mismo Espíritu distribuye sus dones según su
voluntad”
San Juan 2, 1-11 : “El primer signo de Jesús, en Caná de Galilea”
La imagen que nos propone el Papa Francisco para el Año de la Misericordia ya sea
la del Buen Pastor llevando en sus hombros a la oveja perdida, o la del Samaritano
cargando al hombre herido y abandonado, ha impactado en todos los ambientes.
“¿Por qué yo tengo la imagen de un Dios justiciero, exigente y todopoderoso, y hasta
cierto punto vengativo?”, me replica un hombre maduro, recto e intransigente en sus
deberes y en los de los demás. “Si presentamos a un Dios demasiado bonachón y
hasta complaciente, terminaremos por hacerlo cómplice de nuestras maldades”.
¡Cuánto influye la imagen de Dios que se imprime en nuestros corazones! Pero Dios
no es ley, no es intransigencia, no es dureza sino el amor. Y hoy las lecturas inician
con una imagen aún más preciosa: nos presenta a Dios como el joven enamorado
que reconquista y llena de amor y ternura a su novia a pesar de las infidelidades de
ella. Es Isaías quien nos abre el panorama a esta bella imagen y San Juan la hace
signo y presencia en las bodas de Caná.
Quizás nos cause un poco asombro descubrir que el primer milagro de Jesús, según
San Juan, no sea una resurrección u otro milagro espectacular que inmediatamente
suscite la conversión y el seguimiento de todos los pueblos. Un milagro, en
comparación de otros, aparentemente sencillo: convertir el agua en vino en la alegría
de una boda. Pero San Juan, que es quien nos lo narra, va mucho más allá: descubrir
la novedad del amor de Dios que no se encierra ni en purificaciones, ni en
prescripciones, sino en la novedad de un amor infinito. El milagro de Caná encierra
una variedad enorme de enseñanzas y cuestionamientos a nuestra vida: la
manifestación de Jesús, la incipiente fe de los discípulos que apenas comienzan a
conocerlo, la dignidad del matrimonio y la urgencia de dar nueva vida a la relación
de las parejas, el profundo significado de la relación matrimonial, pálida metáfora del
amor de Dios por su pueblo.
Sin embargo, la novedad del amor del Padre manifestado en Jesús es la urgencia
para ese tiempo y para nuestro tiempo. Resuenan en mi interior las palabras, dulces
pero firmes, que María dirige a su Hijo: “No tienen vino”. Es la preocupación de una
madre que busca lo mejor para sus hijos. Este “no tienen vino”, hoy se hace muy
actual. Si en ese entonces se corría el riesgo del ridículo y el fracaso de una
fiesta, hoy se corre el riesgo de acabar en un mundo loco y sin sentido destruyendo
tanto la naturaleza como la vida fraterna entre los hombres. Sí, hoy tenemos que
gritar, junto con María, “No tienen vino”, refiriéndonos a la situación de un mundo
agotado, desilusionado, física y emocionalmente. Un mundo que se muere de sed,
de vacío y de soledad. Un mundo que lo que lo ahoga la injusticia y que a cada
momento parece desbaratarse, porque no ha descubierto ni experimentado a un Dios
amor y que no puede dar amor ni vivir en el amor. Desde esta experiencia de Dios
amor el mundo se ve diferente.
Las seis tinajas de piedra, agrietadas y secas, que en el simbolismo de Juan podrían
significar el fracaso de un pueblo que olvidando el espíritu se ha quedado solo en
prácticas externas, pueden ser un símbolo muy actual también para nosotros. Al
perder el amor destruimos la naturaleza y también destruimos al hombre. Y no
podemos seguir adormilados sin pensar que se nos acaba “el vino” para el gran
banquete de la humanidad. Esto nos obliga a poner ante nuestros ojos las cuestiones
esenciales, ¿cómo no pensar en los millones de personas, especialmente mujeres y
niños, que carecen de agua, comida y vivienda? El escándalo del hambre es
inaceptable en un mundo que dispone de bienes, de conocimientos y de medios para
subsanarlo. La destrucción masiva de nuestros bosques y nuestras selvas sacrificadas
por la ambición de los poderosos, hacen cada vez más difícil y peligroso nuestro
ambiente. La explotación irracional del petróleo y de los recursos naturales en
beneficio de unos cuantos, van dejando una naturaleza estéril y hostil. Todo nos
urge a cuestionar nuestros modos de vida y nos recuerda la urgencia de eliminar las
causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial, y corregir los
modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio
ambiente y un desarrollo humano integral para hoy y sobre todo para el futuro. Este
mundo, tan loco y egoísta, nos hace exclamar junto con María: “No tienen vino”, no
tenemos el amor de Dios.
Las guerras no podemos sentirlas ajenas: Siria, Irak, Uganda, muchos de los países
de África. Guerras sin sentido, falsamente justificadas por la seguridad y el bien
común, pero sostenidas por oscuros intereses que hacen temblar al mundo entero
¿Dónde estallará el próximo conflicto? Nos falta el amor y el deseo verdadero y
sincero de la paz y por eso le decimos a Jesús, junto con María: “No tienen vino”.
Nos hemos olvidado de los hermanos por no descubrir el amor de Dios.
La palabra, pero sobre todo la vida de Jesús, son una respuesta para estos graves
problemas. No se conforma con mirar y compadecerse, se involucra y se adentra en
los problemas. No los mira indiferente, desde lejos, se encarna para salvar al hombre,
es la encarnación del amor divino. Pero tampoco lo hace con soluciones fáciles, exige
que cada quien aporte lo mucho o lo poco que tiene, que cada quien comparta desde
su pobreza. No propone remiendos, quiere cambiar las estructuras, que eso es lo que
significaban las tinajas vacías.
Aquellos servidores aportaron todo lo que tenían: agua. Pero esa agua se transformó
en vino, símbolo de vida, paz y alegría. Es lo que no pide Jesús. No podemos,
aparentemente, cambiar los graves problemas del mundo, pero debemos aportar
desde nuestra pequeñez. Nada está excluido en la construcción del Reino. Hay que
llenar de amor cada momento de la vida como lo hace Jesús, como lo hace María,
como lo hacen los servidores del relato. Y ese el sentido de este tiempo ordinario:
llenar plenamente cada momento de nuestro tiempo de vida, de servicio, de justicia
y de alegría. Que el Reino de Dios se construye de desde lo pequeño, desde el vaso
de agua, desde la moneda insignificante, desde la entrega plena de cada uno de
nosotros. Que ya el Señor Jesús se encargará de transformar en vino generoso
nuestra pobre e insípida agua.
Mamá María, mira nuestro mundo y sus grandes problemas. Mira cómo se queda seco
y vacío. Ayúdanos a clamar con fuerte voz y a decir que nos falta el vino del amor,
del servicio y de la comprensión. Pero también recuérdanos que es nuestro
compromiso y misi￳n construir un mundo más fraterno. Sigue insistiéndonos: “Hagan
todo lo que Él les diga”. Amén