SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
1 DE ENERO DE 2016, OCTAVA DE NAVIDAD
Homilía del P. Manel Gasch
Núm 6, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21
Los tiempos han cambiado ... esta expresión queridos hermanos y hermanas no es
una antífona litúrgica de Navidad sino el título de un informativo de TV3 sobre los
hechos más importantes del 2015: 2015, els temps han canviat.
Más allá de la expresión periodística, es verdad que ayer terminamos un año
fuertemente sacudido por la realidad. Una realidad que ha tomado la forma de las
guerras y la violencia en Oriente Medio, con las consecuencias terribles de la
destrucción del patrimonio, de la emigración forzada, los asesinatos a causa de la
religión. Es paradójico: Para algunos la fe es el motivo de matar, para otros es la
causa de morir..., todo en nombre del mismo Dios de Abraham. 2015 también ha sido
el año de atentados en todo el mundo, de los cuales los de París los hemos vivido más
amplificados y cercanos, el año de hambrunas y sequías, de catástrofes naturales, de
la situación política en nuestro país... En medio de todo esto, la expresión utilizada por
este informativo: “ els temps han canviat” nos abocaría a pensar que los tiempos sólo
han cambiado para empeorar.
Me permito discrepar bastante radicalmente de todo esto. ¡NO creo que en 2015 los
tiempos hayan cambiado tanto! No creo que el haber sustituido algunos conflictos por
otros signifique un cambio tan fuerte. Hemos terminado el año 2015 celebrando la
NAVIDAD, celebrando el verdadero cambio en los tiempos: el cambio que se produjo
cuando el amor de Dios se manifestó al mundo en Jesucristo. Y ¿qué puede significar
esto en medio de la situación que he descrito?
La víspera de Navidad, explicando a nuestros escolanes el sentido de la celebración,
les dije que el pueblo de Israel empleó varios nombres para identificar aquel personaje
que esperaba: Sabiduría, Adonai, Rey, retoño de Jesé, Mesías, Emmanuel y cuando
nació Jesús dejó cortos incluso los mismos nombres que la tradición le había
preparado. El nombre de Jesús, uno de los temas de la liturgia de la palabra de hoy es
Emmanuel, Dios está con nosotros y Jesús, salvador. Por lo tanto el nombre que ha
dejado corta hasta la más grande expectación de Israel significa:
Dios, que está con nosotros, nos salva. Y eso lo celebramos cada Navidad, de hecho
lo celebramos siempre y lo celebramos en un mundo como el que he descrito: lleno de
debilidades, lleno de contradicciones, lleno de ambigüedades, pero que es el mundo
donde Dios quiere ser Emmanuel y Jesús, estar con nosotros y salvar. ¿No sería,
queridos hermanos y hermanas, uno de los grandes retos como cristianos y cristianas
creer que la memoria de Jesús de Nazaret en el mundo a través de los sacramentos,
de la Palabra, de sus testigos, de su Espíritu es eficiente para cambiar nuestras vidas
y la del mundo?
No sólo acabamos un año, sino que hoy empezamos otro. Un año que el Papa
Francisco ha querido dedicar a la misericordia de Dios. Un año nuevo en el que se nos
invita a renovarnos.
La primera lectura nos decía que el nombre de Dios servía para que el Señor se
apiadase de su Pueblo, para ser interpuesto ante Dios a favor del pueblo. El nombre
del Dios hecho hombre íntimamente ligado al perdón. Confesar la presencia salvadora
de Dios en los nombres de Emmanuel y de Jesús, es confesar la misericordia de Dios
capaz de perdonarlo todo.
A las 12 de hoy, la contabilidad ha puesto a 00 todas las líneas y columnas de la
cuenta de pérdidas y ganancias o de resultados de cualquier institución, que analiza
cómo ha ido el año desde el punto de vista económico. Dios hace mucho más que
eso. Dios sólo borra lo que está en negativo y es capaz de hacer siempre esto que la
contabilidad ha hecho esta medianoche. El jubileo de la misericordia es la posibilidad
de poner el cronómetro a 00 para volver a empezar a contar en todo aquello en que el
cronómetro no había contado bien.
¿Los tiempos han cambiado? Como me enseñó un estimado hermano nuestro,
profesor de teología, el P. Cebrià Pifarrer, los tiempos cambiaron cuando la Palabra de
Dios se hizo hombre. Por lo tanto no cambian para empeorar. A pesar de las
apariencias, los tiempos han cambiado más por el amor y la misericordia de Dios, a
menudo tan silenciosa y discreta, que no porque un conflicto haya sustituido otro. Y lo
único que podríamos desear para el 2016 es que los tiempos sigan cambiando pero en
este sentido cristiano que nos reclama que nosotros demos el primer paso para
cambiar algo de nosotros mismos y de nuestro entorno y nos hagamos solidarios tanto
del sufrimiento del mundo como de la esperanza que nos da la meditación del misterio
de Navidad.