DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD (C)
Homilía del P. Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat
3 de enero de 2016
Sir 24, 1-2,8-12; Ef 1, 3-6,15-18; Jn 1, 1-18
En una conferencia que el científico Albert Einstein hizo en París, el escritor Paul
Valery le preguntó: "Profesor Einstein, cuando usted tiene una idea original, ¿qué
hace, lo escribe en un cuaderno o en una hoja?”. Einstein le respondió: "Cuando tengo
una idea original, no la olvido". A Einstein no le hacía falta escribir lo que había
pensado o que había descubierto. Ya lo sabía y no lo olvidaba. Y nosotros, hermanos,
¿en nuestra vida sabemos que Jesús, la Palabra de Dios, el Dios hecho hombre, está
presente en medio de nosotros? ¿Lo sabemos sólo, o lo vivimos? En nuestra vida de
fe, ¿hacemos la experiencia del Dios-con-nosotros?
La Navidad, hermanas y hermanos es para vivirla, porque es el encuentro con el Niño
del pesebre, con la Palabra que se hizo hombre y que ilumina nuestras oscuridades.
Es el encuentro con el Dios que se hace presente en nuestra vida cotidiana. No se
trata de una teoría, ni de unos hechos pasados, sino de descubrir hoy a Dios en el
Niño del pesebre y en los demás. Porque Jesús nace también hoy en los corazones de
aquellos que se abren y acogen el amor y la misericordia. Porque no lo olvidemos:
Dios viene a nosotros, también hoy, por el camino del amor. Dios viene a nosotros en
el silencio de la noche, al igual que hace dos mil años nació en Belén en el silencio de
la noche.
Pero, ¿hay espacios de silencio en nuestra vida, en nuestro interior, para acoger a
Dios y a los hermanos? Lo decía hace unos días el escritor y editor Oriol Ponsatí-
Murlà en un artículo en la prensa: "Sin un espacio suficiente de silencio, se hace difícil
valorar la palabra, los textos, las imágenes e incluso, los gestos". Y añadía aún:
"Vivimos una época de inflación de la palabra" (Oriol Ponsatí-Murlà. Diario de Mallorca
25 de diciembre de 2015), de las palabras, porque tantas y tantas palabras, ¿no
ahogan la Palabra y a los demás?
En medio de un tiempo de oscuridad y de sufrimiento, de desilusiones, de crisis y de
cansancios, la Navidad nos hace entrar en el misterio del Niño nacido de María, un
niño que lleva a cabo la restauración del género humano, por medio de su Misterio
Pascual. La Navidad, hermanas y hermanos, como escribió el teólogo Karl Rahner, "es
algo más que un poco de espíritu pacífico y consolador. Se trata del niño, de un niño
en particular. Se trata del Hijo de Dios que se hizo hombre”. Por eso "la Navidad
significa que él ha venido, que él ha iluminado la noche de nuestras angustias y
desesperanzas en una noche santa" . Y lo que pasó aquella noche, "debe seguir
siendo una realidad en nuestro corazón y en nuestro espíritu".
Navidad es acoger la Palabra que ilumina nuestro mundo. Es reconocer en Jesús, el
rostro de la misericordia del Padre, del que hemos recibido la gracia y la verdad, para
ofrecer a los demás esa ternura que nace en los corazones llenos de bondad y que
desvanece los odios y la violencia. La Navidad es descubrir los signos de paz y de
comunión que hay en nuestro mundo.
Todos recordamos los atentados de París, hace dos meses. En medio del horror y del
sin sentido, el periodista Antoine Leiris, que perdió a su esposa, Helene, se convirtió
(como tantos otros hombres y mujeres) en un signo de la Navidad, cuando escribía a
los asesinos de su mujer: "No tendréis mi odio. El viernes por la noche robasteis la
vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no obtendréis
mi odio. No sé quiénes sois ni lo quiero saber, sois almas muertas. Si este dios por el
que matáis nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido
una herida en su corazón. No os haré este regalo de odiaros. Vosotros lo habéis
buscado y sin embargo, responder a vuestro odio con mi cólera, sería ceder a la
misma ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois. Vosotros queréis que yo
tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi
libertad por la seguridad. Has perdido. El mismo jugador sigue jugando todavía. La he
visto esta mañana. Por fin, después de noches y días de espera. Estaba tan hermosa
como cuando se fue el viernes por la noche. Tan hermosa como cuando me enamoré
perdidamente de ella hace más de doce años. Claro que estoy devastado por el dolor,
os concedo esta pequeña victoria, pero esta durará poco. Yo sé que ella nos
acompañará cada día y que nos reencontraremos en ese paraíso de las almas libres,
al que vosotros no accederéis nunca. Somos dos, mi hijo y yo, pero somos mucho más
fuertes que todos los ejércitos del mundo. No tengo más tiempo para dedicaros, me he
reunir con Melvin que se despierta de la siesta. Sólo tiene diecisiete meses, tomará la
merienda como cada día, después jugaremos como cada día, y toda su vida, este niño
os hará la ofensa de ser feliz y libre. No, tampoco tendréis su odio".
Que esta Navidad, hermanas y hermanos nos haga artesanos de paz y testigos de la
luz, a fin de ser capaces de denunciar las mentiras y las injusticias que ahogan la
verdad, y al mismo tiempo, recibir en nuestro corazón al Dios de la misericordia que,
en la debilidad de un niño, viene, también hoy, a nosotros. Ahora en la Eucaristía
haremos la experiencia de contemplar su gloria en el pan y en el vino que
compartiremos.