III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
ALIMENTO ESPIRITUAL
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Mis queridos jóvenes lectores, una de las fórmulas que el misal ofrece para el
inicio de la misa, dice así: “El Se￱or Jesús, que nos invita a la mesa de la Palabra y
de la Eucaristía, nos llama ahora a la conversi￳n. Reconozcamos, pues….” Quisiera
que tuvierais muy en cuenta esta dualidad de nuestro encuentro. Una mesa para
proclamar la Palabra, no simple lectura. Otra mesa para la comunión Eucarística.
Ahora bien, así como para la Fracción del Pan se precisa la presencia de un
presbítero ordenado, para hacer presente su Palabra, que es Vida, cualquier
bautizado que vive en Gracia, está capacitado para hacerlo. Por desgracia no se da
a estos momentos iniciales de la misa la importancia que tienen. Y remacho el clavo
recordándoos que no hace falta ser varón. Convendrá, eso sí, ser capaz de
expresarse con claridad y expresividad, que los asistentes, sean fieles o simples
visitantes puedan entender y que el testimonio personal no desluzca la realidad
divina de la que se es portador.
2.- Me gustaría que os fijarais en los detalles que describe el fragmento del libro de
Nehemías, que se ha escogido como primera lectura de este domingo. Que en
vuestras asambleas se proclamara la Palabra con claridad, entusiasmo y convicción.
La situación interior es muy importante, un pecador recalcitrante, difícilmente
convencerá, pese a que haya estudiado en una escuela de artes dramáticas, las
peculiaridades de dicción en público y se esfuerce en ponerlas en práctica.
3.- El lugar desde el que se ejerce esta función sagrada, la colocación del
micrófono, si es que es necesario utilizarlo, son también factores importantes. El
ambón no es un simple atril elevado, como el de cualquier intérprete musical. Es un
espacio que debe destacarse en el ámbito litúrgico. Este componente de nuestra
asamblea es común a la mayoría de comunidades cristianas no católicas que, si
están presentes, se sentirán mejor entre nosotros, al ver la importancia que damos
a la Proclamación de la Palabra y hasta al mismo libro, que excepto en ocasiones
especiales, nunca deberá ser un simple folleto. Os confío que habitualmente, en las
misas que celebro los domingos, este oficio sagrado, lo ejercen mujeres, jóvenes o
adultas, para significar que no existe privilegio alguno por parte de los varones.
4.- En algunas ocasiones, para expresar esta universalidad a la que me refería
anteriormente y pese a no cumplir con alguna norma de la que os he hablado
antes, he ofrecido proclamar la Palabra a personas impedidas a subir al ambón por
lesiones crónicas o a aquejadas de parálisis cerebral, que con seguridad no podría
silabear bien. Debe de quedar claro que no se trata de ser un buen actor teatral, o
un rapsoda de prestigio, para ejercer este ministerio.
5.- Dicho todo lo anterior, también es preciso recordar lo que San Pablo nos
recuerda en su primera carta a los fieles de Corinto. Cada uno ha recibido de Dios
unos dones, unas capacidades, unas cualidades. No hay que medirlas por su
espectacularidad, sino por la eficacia que se espera de ellas. Vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, sabréis seguramente, que tenemos una glándula, situada entre el
cerebro y el paladar, del tamaño de un garbanzo, que, pese a su pequeñez, es la
causante de muchos cambios y funciones, que importan a todo el cuerpo. Que uno
puede vivir bastante bien pese a que sufra dificultades o le falte un brazo, pero que
su vida se reduciría a la mínima expresión, en el caso de que fallara la hipófisis, de
la que os estoy hablando.
6.- Cambio de tercio, pero no de sentido.- Cuando uno va a Nazaret, después de
visitar el lugar donde Santa María dijo sí al Ángel, también después donde vivió la
Sagrada Familia unos cuantos años, se interesa por ir a la sinagoga en la que aquel
sábado se reunió el Maestro. Visita uno un lugar muy digno y recuerda el texto del
evangelio de este domingo y tal vez se emocione. A mí me pasó. Después se entera
uno de que es la iglesia de la sinagoga o, dicho de otra manera, en honor de la
sinagoga. ¿Dónde estaba la sinagoga de entonces? Se pregunta uno cuando se lo
explican. Aunque no se pueda estar seguro del todo, les parece a los arqueólogos,
que estaba donde hoy se levanta la mezquita y que difícilmente, pues, se podrá
excavar para comprobarlo. No es importante. Nuestra oración no es semejante a
clases de arqueología sagrada y lamentaría que estos mensajes-homilía míos os lo
parecieran.
7.- Empieza el evangelio de Lucas con un prólogo al estilo de los escritos de su
tiempo. Se adentra después en el relato. Están situados en la sinagoga, han
acudido al oficio propio del sábado. El “conserje” o responsable de la custodia de los
textos sagrados, saca del santo armario el rollo correspondiente al profeta Isaías.
Lo desenrolla buscando un fragmento que le interesa, lo proclama y de inmediato lo
devuelve al ayudante. ¿Qué le interesa al Señor que sepan los presentes? ¿Qué le
interesa que sepamos nosotros?
8.- El encargo que Jesús recibió de su Padre fue que nos convenciera de que el
Espíritu impregnaba todo su Ser, para que nosotros nos enterásemos de que nos
traía una buena noticia. Los pobres son los privilegiados, los cautivos, en cárceles,
enfermos agarrotados por el dolor, los humillados y marginados, son los predilectos
de Dios. Vendrá, está ya actuando, el favor universal, pese a que muchos no se den
cuenta. Reconocer este anuncio realizable y realizándose, nos enriquece
espiritualmente. Cambia nuestro estado de ánimo. Nos confiere Esperanza y
facultades para la evangelización. Seamos, pues, consecuentes con ello .