Pautas para la homilía
III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
El relato de Nehemías nos da cuenta de un momento crucial en la vida del
pueblo israelita. Tras la experiencia de la destrucción de Jerusalén y los cuarenta
años del exilio en Babilonia, ha regresado a su tierra, a reconstruir Jerusalén,
sus murallas, su Templo, su nación, sus vidas. E Israel se pregunta por qué ha
sucedido la dura experiencia que ha pasado. La Ley que proclama Esdrás es la
respuesta a esta pregunta: el pueblo ha desoído los mandatos que Dios dio a
sus padres y la maldición se ha cumplido: “Mira: Yo pongo hoy ante vosotros
bendición y maldición. Bendición si escucháis los mandamientos de Yahvé
vuestro Dios que yo os prescribo hoy, maldición si desoís los mandamientos de
Yahvé vuestro Dios, si os apartáis del camino que yo os prescribo hoy” (Dt
11,26-28). El pueblo, ahora consciente, llora arrepentido.
Pero en la misma Ley proclamada también se encuentra la respuesta a estas
lágrimas, a este arrepentimiento: “Cuando estés angustiado y te alcancen todas
estas palabras, al fin de los tiempos, te volverás a Yahvé tu Dios y escucharás
su voz; porque Yahvé tu Dios es un Dios misericordioso: no te abandonará ni te
destruirá, y no se olvidará de la alianza que con juramento concluyó con tus
padres” (Dt 4, 30-31). En realidad, esta renovación de la Alianza instituida en la
lectura de la Ley es el nacimiento real del judaísmo, fundado en la observancia
de la Ley y en la separación: un judaísmo a la vez religión e identidad nacional,
que hace de los judíos un pueblo separado y riguroso.
Los discípulos de Jesús en el naciente cristianismo también experimentan
dificultades: conflictos internos y presiones externas. Dos graves problemas
internos desafían a la comunidad de Lucas. Por una parte, el conflicto entre los
miembros de origen judío y los miembros de origen pagano, teniendo de por
medio la ley que aún vivían los judíos. Por otra parte, la división social entre
ricos y pobres en el seno de la comunidad, impide la comunión fraterna. Desde
el exterior, persecuciones. Ante estas realidades, ¿tiene sentido seguir siendo
cristiano? El relato de Lucas, nuevo Esdrás, pretende también dar respuesta a
estas inquietudes que amenazan la misma existencia de la Iglesia. Un relato
que, como nueva ley fundante, establezca los cimientos sólidos sobre los que
construir la nueva comunidad cristiana. La elección del texto de Isaías al
comienzo de este relato (recuérdese que el Evangelio de la Infancia es una
interpolación posterior) responde a este objetivo:
El escoger un texto de la tradición judía recuerda la raíz judía, el enraizamiento
de la Iglesia en las promesas de Dios, en una buena noticia. Por su parte, la
referencia a los ciegos apoya como miembros de pleno derecho a los que
proceden del paganismo, aquellos que no veían. La referencia a los pobres
resuelve el conflicto social desde una preferencia de Dios por los débiles. La
libertad anunciada es una llamada a la esperanza ante toda persecución. La
omisi￳n de verso de Isaías “día de la venganza”, terminando en “a￱o de gracia”,
proclama que la salvación de Dios es universal: para judíos, para paganos, para
ricos, para pobres, también para los mismos que atacan a la comunidad. Donde
la enseñanza de Esdrás cerraba la salvación a Israel, la enseñanza de Lucas
abre la salvación de Dios a todos.
La enseñanza de Esdrás mantenía la maldición ante el incumplimiento de la Ley
que expresaba el rechazo a Yahvé. ¿Qué ocurre en la enseñanza de Lucas? En
esta enseñanza, ni siquiera tiene sentido, pues esta Ley es Espíritu, Palabra
encarnada, vida en el mismo Espíritu de Dios, ley hecha vida en la carne.
Primero en Jesús: él es la Ley encarnada, el criterio firme. Desde Él, la
comunidad cristiana, construida en ese mismo Espíritu. La carta a los Corintios
de Pablo recuerda estos mismos criterios de construcción de la vida de la
comunidad cristiana, en la multiforme expresión del Espíritu en sus miembros.
Jesús pudo decir: “Hoy se cumple esta escritura”, porque en efecto, en él, los
pobres sonrieron, los ciegos vieron, los esclavos fueron liberados: la gracia llegó
a los hombres que compartieron su vida con él. Hoy seguimos anunciando a
Jesús como la Ley de la gracia, anunciamos la buena nueva a los pobres en
Jesús, la luz en Jesús a los que no creen, la libertad en Cristo, a los esclavos de
nuestro tiempo; pero eso no basta para que nosotros, los que hoy portamos el
Espíritu, podamos decir que “hoy se cumple esta escritura de Lucas que
proclamamos”. No basta anunciar; hay que realizar lo anunciado, como Jesús. Si
no, ¿para qué somos portadores del Espíritu? Si esas palabras no se hacen vida,
hacemos mentiroso al Espíritu.
Fr. Ángel Romo Fraile
Convento de San Esteban (Salamanca)