3ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mc 4, 26-34
En este día se nos presentan a consideración dos pequeñas parábolas, con las que
nos van dando cualidades del reino de Dios, que en plan exterior es la Iglesia. En las
dos hay siembra y planta que crece.
En la 1ª consideramos sobre todo el crecimiento de las plantas. El reino de Dios es
como un sembrado. Hay alguien que debe sembrar para que las plantas puedan dar
fruto. Jesús fue el primer sembrador; pero después quiere que nosotros, los que
pertenecemos a la Iglesia, sigamos sembrando. Mas el crecimiento de la planta se
debe sobre todo a la vitalidad que hay en el interior de esa planta.
A veces queremos que crezca demasiado rápidamente. Debemos tener paciencia,
como el labrador espera los frutos, que llegarán a su tiempo, confiando en la fuerza
interior de la planta. Esto no quiere decir que nos quedemos “con los brazos cruzados”,
sin hacer nada. El labrador sabe que debe ayudar a la vitalidad de la planta, regando
quizá, quitando las malas yerbas, arando y podando, etc. Así también en el apostolado
debemos seguir orando, quizá hasta regar con lágrimas, quitar las malas yerbas, quitar
impedimentos, etc. Dios quiere que sigamos trabajando, sin que nos creamos que la
planta ha crecido sólo por nuestro esfuerzo, ya que lo más importante es su vitalidad
interior, que viene de Dios.
En la vida externa o mundana hay muchos que siembran ideales, negocios, donde
se invierte mucho, con esperanza ciertamente, pero también con riesgo de fracaso.
Nosotros, cuando sembramos en el espíritu, lo debemos hacer con la confianza en la
fuerza interior de la gracia. Así que el sembrar es ya triunfar. Confiamos en la fuerza
intrínseca de la gracia de Dios que actúa. Tenemos esperanza porque Cristo está en la
Iglesia y con la Iglesia.
Continuamente oímos críticas contra la Iglesia y se dan continuas persecuciones.
Algunas veces parece que nuestra siembra va a caer en tierra estéril; pero sigamos
sembrando sin cesar, siempre sabiendo que es Dios quien da el crecimiento con la
fuerza de su gracia.
La segunda parábola nos habla de que el reino de Dios se parece a un grano de
mostaza, que es una semilla muy pequeña y que, sin embargo, puede llegar a hacerse
un árbol: no demasiado grande y poderoso, pero lo suficiente para que los pájaros
puedan llegar y anidar. Un árbol grande y poderoso, como el cedro del Líbano haría
que no pudieran crecer otras plantitas junto a él. La mostaza es un árbol humilde que
admite otras plantas cerca, formando entre todas un jardín.
Estos símbolos aparentemente representan debilidad y pequeñez, pero evidencian
la fortaleza del plan de Dios. Las cosas de la Iglesia suelen comenzar pequeñas. Jesús
mismo comenzaba con un grupito de personas; pero esa vitalidad, aun en medio de
persecuciones, se iba haciendo grande y todo el que desea la grandeza de espíritu en
el amor puede cobijarse entre sus ramas. La Iglesia es pequeña aparentemente, pero a
través de ella Dios da vida a quien la busca. Cuando la Iglesia, en el sentido material o
político ha pretendido ser grande, ha sido un fracaso para la gracia de Dios.
Y lo mismo que sucede en la Iglesia en general, sucede con los movimientos
apostólicos. Suelen comenzar de forma humilde; pero si desde el principio hay bastante
riego de oración y se ponen los medios espirituales, Dios hará que con su Espíritu le
infunda la fuerza necesaria para crecer. Como esta fuerza no se ve, a veces nos
creemos dueños de un movimiento o demasiadas veces se hacen falsas
comparaciones, no debido a la vitalidad interna, sino a otras manifestaciones externas
que se mezclan y nos dan falsas ideas de lo que es la verdadera fuerza del Espíritu.
De nuestra parte corresponde el regar, el orar, el amar y el saber que Dios es quien
da la fuerza. Por eso esperar y vivir alegres en el Señor.