Anonimato plural
Nos hemos dejado contagiar de la indiferencia. La fragmentación evidencia los residuos de
nuestra pobre mentalidad. Y el egoísmo hace presa en nuestras vidas destruyendo la
convivencia, la armonía. Son los tres pecados de nuestro decantado post-modernismo. Esto
afecta no sólo a la persona en sí misma, sino también, las relaciones humanas, la
confraternización, la fe como expresión de vida y afecta todo el andamiaje social, cultural,
religioso y político marcándonos con el sello del anonimato sin convicciones.
“Los árboles no nos dejan ver el bosque”, decimos para constatar nuestra incapacidad de
profundizar en los principios, identidades y razones para vivir. Nos quedamos en la
superficie sin poder avanzar hasta la raíz. Nos aqueja la superficialidad. Nos quedamos
cortos de vista y de raciocinio. Pablo se lo advierte a su discípulo Tito, amonestándolo a
vivir en profundidad su opción de Fe, a dar testimonio de Jesucristo.
Lucas nos lleva al encuentro entre Juan el Bautista y Jesús, hombre humilde y del Pueblo
que hace fila para el bautismo. Juan acepta su identidad como testigo. Jesús quiere ocultar
su origen divino y aparecer simplemente como uno del común. Pero su bautismo de
penitencia se transforma en la revelación de su Misión. El Espíritu lo unge y el Padre
reivindica su Paternidad declarándolo a voces, su Hijo Predilecto, el Amado.
Todo bautizado participa de este misterio, mejor, ministerio: El Hijo lo matricula en la
escuela del discipulado. El Espíritu lo consagra para la Misión y el Padre le entrega el título
más honorífico de un ser humano: Hijo/a de Dios. Hay una Palabra que sigue haciendo eco
en el corazón del bautizado: “Este es mi Hijo, el Amado”... sin embargo, dejamos de oírla y
fe y vida hacen caminos paralelos sin norte, sin convicción, sin testimonio. Es un
anonimato plural que no convence.
Cochabamba 10.01.16
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com