Sábado de ceniza: Lc 5, 27-32
En estos días de comienzo de la Cuaresma, nos presenta hoy la Iglesia una
llamada especial de Jesús, la llamada a quien sería el apóstol y evangelista san Mateo.
Es especial porque no era pobre como la mayoría de los apóstoles y porque demostró
una especial alegría en su respuesta.
Nos dice que Jesús vio a un publicano llamado Leví. Cuando él mismo, el
evangelista san Mateo narra esta escena, dice que Jesús vio a un hombre llamado
Mateo. Es posible que tuviera los dos nombres; pero también es muy posible, como
dicen algunos entendidos, que su primer nombre fuera Leví, y que Jesús se lo cambió,
como hizo con Pedro. Y como Mateo significa “don de Dios” o “regalo de Yahvé”, es de
comprender que a San Mateo le gustase tanto el nombre puesto por Jesús, que a sí
mismo se nombró como Mateo desde el primer momento. Los otros evangelistas le
nombran Mateo, cuando describen la lista de los apóstoles.
Su oficio era publicano o recaudador de contribuciones. Cafarnaún era un centro
importante en la región y debía haber por lo menos algún recaudador en el cruce de
caminos y otro en el puerto del lago. El hecho es que tenía un oficio que era odioso
para la gente. Para unos porque colaboraba con los opresores, que eran los romanos;
por eso para los fariseos eran pecadores e impuros por estar en contacto con los
extranjeros y con las monedas romanas. Para otros eran odiosos porque, al cobrar los
impuestos, se solían aprovechar de la gente y cobrar algo más para ellos, con lo cual
se enriquecían a costa de la gente pobre. Mateo parecía buena persona. Dios mira
sobre todo el corazón. Seguramente que antes de la última y definitiva llamada, Jesús
tendría con Mateo algunas conversaciones, ya que Jesús estaba más tiempo en
Cafarnaún que en otros pueblos. Así actuaba Jesús con Pedro y otros apóstoles.
Primeramente estaban con Jesús un tiempo, mientras seguían en sus trabajos de cada
día, hasta que venía la definitiva llamada, que era estando en sus propios trabajos.
Jesús le llama y Mateo deja todo: su trabajo, su dinero, su hogar. Mucho le tuvo que
costar, porque mucho cuesta cuando por delante está el dinero y las amistades. Sin
embargo tenemos una lección maravillosa en esta respuesta de Mateo a la llamada de
Jesús. Es la alegría en la respuesta. Organiza un banquete para despedirse de sus
amigos, que eran los compañeros en su oficio, y para presentar en ese banquete a sus
nuevos amigos, Jesús y los apóstoles, que parecerían en aquel ambiente como unos
pobres hombres sin porvenir. Esta alegría en la respuesta a Jesús es algo que
debemos meter muy profundamente en el alma. Muchas veces quizá le hemos dicho sí
al Se￱or. Pero hay muchas maneras de decir “sí”: desde quien lo dice por un
compromiso humano o por una especie de manda, como queriendo comprar al Señor,
hasta el que lo dice con el corazón ardiente y contento hacia Dios.
Por allí andaban los fariseos y, claro, no les gustó que Jesús comiera con los
pecadores. Y se lo dijeron a algunos apóstoles; pero Jesús lo oyó. Y les hizo un elogio
ir￳nico: “No he venido para los sanos, sino para los enfermos”. Y “no he venido a llamar
a los justos, sino a los pecadores”.
San Mateo, aunque por causa de su oficio debía tener mayor instrucción que la
mayoría de sus compañeros, aprendió a ser humilde, de modo que, cuando nombra a
los doce, de ninguno otro dice su oficio nada más que del suyo “el publicano”, como un
signo de humildad. Aprendamos a reconocer que todo es gracia de Dios, mucho más
cuando nos llama a su amistad por medio de la gracia.
Este tiempo de cuaresma es más apto para que sintamos que Dios nos llama a un
encuentro más íntimo con Él. Para alguno puede ser una llamada transcendental en su
vida. Para muchos será un proseguir en la llamada continua de nuestra fe y de nuestro
ministerio. Sepamos que Dios nos ama y quiere que sigamos en su amor.