Primera semana de Cuaresma. Domingo C: Lc 4, 1-13
Todos los años en el primer domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone a considerar
las tentaciones que Jesús tuvo en el desierto, donde se retiró a orar y hacer penitencia
para prepararse a su inmediata predicación. El miércoles pasado, por medio del rito de
la imposición de la ceniza, comenzábamos estos cuarenta días que deben ser para
nosotros preparación también para vivir más santamente los misterios de la pasión de
Cristo y sobre todo de su resurrección. Pero son también unos días como símbolo de
toda nuestra vida, que es una preparación para vivir con Dios la vida eterna del cielo.
Mientras estamos en esta vida terrena tendremos dificultades y las fuerzas del mal,
simbolizadas por el diablo, atentarán contra nuestra libertad para hacernos desviar del
camino del bien. También Jesús, como verdadero hombre, estuvo expuesto a estas
fuerzas del mal y durante toda su vida fue tentado o inducido para seguir otro camino
diverso que el querido por su Padre celestial. Como símbolo o resumen de todas esas
tentaciones de su vida se presentan estas tres en el desierto. Se ponen como algo real,
pero también expresan otras que conocemos a través del evangelio.
Jesús había recibido el bautismo de Juan y había sido lleno del Espíritu Santo:
había sentido esa unción sagrada. Ese mismo Espíritu Santo le indujo a prepararse con
una intensa y prolongada oración en el desierto. El “desierto”, en sentido real y
figurado, es el lugar del silencio, de la soledad; es el alejarse del ruido para ponerse
ante las cuestiones fundamentales de la vida, y para estar más dispuestos a conocer la
voluntad de Dios sobre nosotros. Esto es lo que nos pide la Iglesia en este tiempo de
Cuaresma: podernos retirar un poco más para hacer oración. A veces en el ajetreo de
la vida es un poco difícil; pero debemos hacer el intento. Quizá, al ir a misa, podemos ir
unos minutos antes o salir unos minutos después. Podemos cambiar unos minutos de
ver televisión por unos minutos más de oración. Si así lo hacemos tendremos fuerzas
para vencer la tentación, cuando nos venga, ya que nos vendrá, como a Jesús.
El evangelista nos pone tres tentaciones, como símbolo de otras varias. Las tres se
podrían simplificar en la gran tentación constante de querer desviar a Jesús de su
mesianismo como “Siervo sufriente” a un mesianismo político o materialista, como
pensaba la mayoría de los judíos y los mismos apóstoles. Por eso durante aquellos
años de predicación muchas veces Jesús tuvo que vencer, aun con gran energía, las
diferentes tentaciones: cuando la gente le quería hacer rey, cuando el mismo san
Pedro le quería apartar del sufrimiento. Veamos brevemente estas tres tentaciones.
En la 1ª se aprovecha el diablo de la necesidad o debilidad de Jesús y quiere que
use el poder de hacer milagros para su propio provecho. Se trata de querer evitar las
dificultades utilizando el nombre de Dios. Es la tentación de aquellos que toman la
religión sólo en sentido de liberación materialista. Para estos Dios acaba por ser
superfluo para la salvación humana, ya que les basta el desarrollo técnico y económico.
Es la tentación que tuvo Jesús cuando le querían hacer rey para asegurar la comida.
En la 2ª tentación le ofrece el diablo lo que no tiene. Es la tentación del poder y el
dominio. Es una invitación para utilizar medios ilícitos e injustos para obtener el poder.
La 3ª es la tentación de la vanagloria. Es querer obligar a Dios a hacer un milagro
para el propio provecho. Es querer disponer de Dios, cuando la verdadera religión es
que Dios disponga de nosotros. El diablo será vencido cuando nos arrojemos en las
manos de Dios y estemos siempre dispuestos a hacer lo que sea más agradable a
Dios, cumplir su voluntad. Ello será nuestra mayor felicidad y lo mejor para “su Reino”.
En las tentaciones de Jesús encontramos un diálogo con el diablo por medio de
palabras de la Sagrada Escritura. Esto nos enseña que, según sea la interpretación
que se tenga de la Biblia, sus palabras pueden servir para unirse más con Dios o para
sentirse hipócritamente haciendo la propia voluntad apartados de Cristo.