DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Daniel Codina, monje de Montserrat
24 de enero de 2016
Neh 8, 1-4, 5-6, 8-10; 1Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4; 4, 14-21
Con este domingo, hermanos y hermanas en Cristo, comenzamos la lectura continua
del Evangelio según San Lucas, lectura que quedará interrumpida en el tiempo de
cuaresma y pascua. Esto hace que, durante estos domingos, podamos conocer mejor
la catequesis que nos ofrece este evangelista. Nos va bien en este año jubilar de la
misericordia adentrarnos en el pensamiento y en el espíritu cristiano de Lucas, el
evangelista llamado precisamente de la misericordia porque es el que nos da un perfil
más claro de Jesús y de su Evangelio desde este punto de vista: le gusta remarcar los
aspectos misericordiosos de benevolencia, de perdón, de bondad para con los pobres
y desvalidos, de la misma manera que insiste en la acción profunda del Espíritu Santo
en Jesús y en los creyentes y de la oración que Jesús hacía y que contagia y
recomienda a los discípulos. Aparte de haberse informado bien de todo "desde el
principio", antes de escribir, él que no era judío ni de raza ni de formación, nos da una
visión bastante personal de Jesús y de su predicación, reflexión que hace a partir de la
enseñanza que recibió de San Pablo, de quien fue discípulo y que acompañó
largamente al Apóstol en sus viajes misioneros.
Lucas, en el episodio evangélico de la sinagoga de Nazaret, nos narra un gesto
simbólico, al menos así lo entiendo, bastante instructivo que nos ayuda a conocer más
a Jesús en los inicios de su ministerio de predicación y de curación de enfermedades
de todo tipo. Después de leer el texto del profeta Isaías, Jesús "enrollando el libro, lo
devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él
se puso a decirles: - Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Como si dijera:
a partir de ahora ya no es necesario leer la Escritura para entrar en el Reino de Dios,
sino ver, comprender y escuchar lo que yo digo y hago: Leedme, escuchadme y
creedme, porque yo soy la Palabra de Dios hecha carne como vosotros y para
vosotros: la Escritura antigua está plegada; ahora, en mí, se cumple y se hace realidad
la esperanza profética que ha alimentado sus vidas; ahora es la hora de la fe y del
compromiso: el Reino de Dios está aquí. No lo entendieron así los compatriotas de
Jesús, porque, como si los menospreciara, no hizo tantos milagros como habrían
esperado: episodio que se leerá, si Dios quiere, el próximo domingo, continuación del
de hoy.
Pero las palabras y los hechos de Jesús se dirigen a todos; incluso a nosotros
creyentes, seguidores de Jesús más de dos mil años después. Y la iglesia de los
bautizados en Cristo continúa en el mundo haciendo camino con los hombres y
mujeres repitiéndoles la palabra de Jesús: " Hoy se cumple esta Escritura que acabáis
de oír ". La Iglesia, como decía san Pablo en la segunda lectura, es el cuerpo de Cristo;
un cuerpo formado por muchos miembros diferentes, pero que guiados y movidos por
un solo Espíritu, forman un solo cuerpo. Unos miembros que, siguiendo la metáfora de
San Pablo, cada uno ha sido primero salvado por Cristo; es decir: por gracia de Cristo,
los ojos ven, los pies caminan, las orejas oyen y todos hemos sido liberados de la
esclavitud del mal para vivir la libertad, todos hemos oído la Buena Nueva y nos ha
sido proclamado el año de gracia del Señor. Somos, pues, obra de Cristo, vivimos de
Cristo y para Cristo y los hermanos. De esta manera, todos debemos dar testimonio de
Jesús, cada uno desde su lugar y según su propio lenguaje. Es más, todos hemos sido
primero objeto de la misericordia de Dios manifestada en la gracia de Cristo en
nosotros. Como algunos de los que fueron curados por Jesús, desobedeciendo sus
órdenes, alababan a Dios y, agradecidos, proclamaban la obra que Dios había hecho
con ellos a través de Jesús. Ahora nosotros, salvados por Cristo, debemos testimoniar
la alegría de la salvación y dar a conocer a Cristo, cumplidor de las palabras de la
escritura.
Hermanos y hermanas ¡qué oportuna es la celebración del año jubilar de la
misericordia! Como miembros vivos del cuerpo de Cristo, ahora se nos propone ser
nosotros actores, cumplidores de la palabra de la Escritura: llevar la Buena Nueva a
los pobres, ser libertad para los oprimidos, ser vista para los ciegos y oídos para los
sordos. Así proclamaremos el año de gracia del Señor, año de perdón y de
misericordia. No está a nuestra alcance hacer milagros, pero sí de ser agentes activos
del amor de Dios para con todos y ser confort y ayuda para los necesitados.
Dejémonos, pues, llevar por el viento del Espíritu y, con humildad y alegría, hacer y ser
obra de misericordia en la Iglesia y en el mundo.