DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
Homilía del P. Manel Gasch
31 de enero de 2016
Jer 1, 4-5.17-19 / 1 Cor 12, 31-13, 13 / Lc 4, 21-30
Hace unos minutos he preguntado a los escolanes qué pensaban de un violinista muy
bueno que vendrá tocar esta tarde, y me han preguntado: ¿de dónde es? Y les he
dicho: de Monistrol de Montserrat. Han puesto cara de decepción.
El evangelio de hoy habla, queridos hermanos y hermanas, de una cuestión de gran
actualidad: la consideración positiva o negativa del extranjero, del extraño dentro de
una comunidad.
En medio de nuestra sociedad globalizada, intercomunicada, en la que nos habíamos
creído que las fronteras eran algo que se superaría, nos encontramos estos últimos
meses ante la constatación de las diferencias enormes que hay entre unas personas y
otras, por su origen, por su raza, por su situación económica actual, que supera
incluso la cultura y la preparación profesional.
El evangelio de san Lucas que estamos leyendo los domingos, nos situaba el pasado
domingo y hoy en la primera intervención pública, explicada en detalle, de Jesús que
tuvo lugar en su pueblo de Nazaret y provocó una gran controversia entre su gente. En
torno al hecho de ser o no extranjero.
El domingo pasado leíamos que Jesús llegaba a Nazaret precedido de una gran fama
adquirida en Galilea, leía en la sinagoga un fragmento del profeta Isaías referido al
Mesías y proclamaba: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.
Repitiendo esta misma frase, el evangelio de hoy nos habla en primer lugar de la
admiración general que provocan estas palabras. Pero enseguida se revela un
profundo sentido destructivo, que surge de ese escepticismo que puede a veces más
que la mayor evidencia: ¿no es éste el Hijo de José? ¿Nos cuadra? O ¿quizás nos da
envidia? Necesitamos algún motivo para rebajarlo y el que tenemos más a mano es el
genealógico: ¿no es el hijo de…? Buscar en qué herida se puede hurgar para hacer
daño, es tan de infantil... El evangelio denuncia así esta estructura mental que nos
quisiera determinados totalmente por nuestros antepasados. Aunque el entorno nos lo
quiera hacer creer, incluso rebajándonos, podemos ser quienes somos, lo que Dios
quiera que seamos, más allá de muchos determinismos.
¿Es que Jesús se asusta ante la insinuación de su paisano? Su respuesta es
contundente, incluso exagerada a lo que era sólo una observación escéptica: los viene
a decir: en el fondo deseáis verlo por vosotros mismos, deseáis ver lo mismo que he
hecho en Cafarnaún, os maravilláis de lo que digo pero no os lo creéis. Y además
justificáis vuestra falta de fe, diciéndome que soy de Nazaret, ¡que soy como vosotros!
Bendito sea este Jesús, porque ha querido ser precisamente de Nazaret, uno más
entre los suyos, entre nosotros.
Jesús nos enseña que tampoco dos grandes profetas de la tradición: Eliseo y Elías,
fueron creídos en su casa y que prefirieron dos extranjeros la viuda de Sarepta y
Naamán, antes que cualquier israelita. Jesús tocó un punto muy sensible: De aquellos
que hacen pensar en lo de que las "verdades ofenden". Estaba cuestionando si la
alianza de Dios era sólo para el pueblo definido en términos de raza y pertenencia
religiosa o era una oferta que se dirigía a los honestos, los rectos de corazón a
quienes confiaban y tenían realmente fe.
La misma extranjería que le faltaba a Jesús para ser creíble, se convierte ahora en el
motivo, de un rechazo violentísimo por parte de los suyos, que lo quiere llevar a la
muerte. Y que sólo la frase, llena de discreta elegancia, "se abrió paso entre ellos",
con la que termina el evangelio de hoy, vuelve a colocarlo como señor de toda la
situación.
Como nos dice el evangelio de hoy, el extranjero puede tener en nosotros dos efectos
totalmente opuestos: por un lado: si se presenta como un profeta, como alguien que
tiene autoridad, la acogeremos y la escucharemos mucho más de lo que
escucharíamos alguien de casa. Pero por otro lado, puede insinuarnos la idea de que
la verdad y la salvación de Dios pueden estar presentes fuera de nuestras estructuras
culturales y mentales. Esto tiene el poder de excitar hasta niveles insospechados.
Nos encontramos por tanto en una contradicción que se aplica a muchos niveles: es
fácil ver que detrás del relato de Nazaret hay una denuncia hecha después de la
muerte de Jesús y en el momento de redacción del evangelio, en todo el pueblo de
Israel por el rechazo de Jesús y de su mensaje, que Él dirigió más allá de los límites
del pueblo judío, pueblo que no aceptándolo, renunció a su profeta más universal, a su
mesías verdadero, que sólo puede serlo de todos.
Una contradicción también aplicable psicológicamente a cada uno de nosotros
mismos, a nuestros miedos, nuestros juicios hechos antes de escuchar nada, a
nuestras ideas fijas sobre Dios y sobre los demás. Cuántas cosas podríamos pensar
en estos días que vemos, como decía al principio, el drama de los extranjeros
inmigrantes: ¿qué nos dicen de Dios, qué nos dicen de nosotros mismos?
Una contradicción que se salva poniendo en el centro a Jesús y sólo a Jesús. Que la
propuesta cristiana va más allá de toda contradicción, lo tenemos expresado como en
pocas páginas del NT en la segunda lectura; con un lenguaje perenne, en una idea
que lo resiste todo. El amor: quizás hacía falta una palabra tan sencilla para poder
expresar quién es Dios y qué quiere de nosotros. Dios quiere que amemos. Más allá
incluso de las mejores actitudes: más allá de la generosidad, de la fe, de la sabiduría,
de nuestros miedos, más allá de todo, sólo el amor no es contradictorio, por eso sólo
el amor es digno de fe. Dejémonos amar y amemos y cumpliremos el evangelio.