Primer Domingo de Cuaresma, Ciclo C
(Deuteronomio 26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)
¿Qué película ganará el Óscar este año? Todo el mundo sabrá dentro de poco.
Pero no es la película que reciba el premio sino el productor. Él o ella tienen que
orquestar un millón de detalles que resultan en una gran película. Se puede
comparar el papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación con aquel del
productor de cine. Hay una vislumbre de la función del Espíritu Santo en el
evangelio hoy.
El Espíritu llenó a Jesús con su bautismo en el Río Jordán. Lo unió para cumplir la
misión de Dios, su Padre. Sin embargo, el Espíritu no envía a Jesús todavía al
pueblo para vendar sus hemorragias. Más bien lo manda al desierto. Una vez un
rey encontró a un ermitaño en el desierto. Dijo el rey que estaba cazando animales
y le pregunt￳ al ermita￱o que buscaba. El santo le replic￳: “Estoy buscando a
Dios”.
También Jesús busca a Dios en el desierto. Dios es realidad más vasta que el
Sahara. No se puede profundizarlo. Es la vocación de cada hombre a seguir
buscándolo. El desierto es el lugar apropiado para hacer la búsqueda. No es que
Dios resida en el desierto más que en otra parte sino que en el desierto no hay
distracciones para extraviarnos. Por esta razón pensamos en los cuarenta días de
Cuaresma como una caminata por el desierto.
En nuestro desierto no hay arena, cactus y culebra sino las prácticas universales del
auto-negación. En primer lugar, ayunamos de comida imitando a Jesús en el
evangelio. El ayuno muestra nuestro afecto para Dios. Como una madre deja de
dormir si su niña está enferma en la noche por amor de ella, así nosotros dejamos
de comer por amor de Dios. Entonces compartimos de nuestra riqueza con los
pobres como expresión de la esperanza. Dios es rey del universo con
responsabilidad por todos los vulnerables. Participando en esta tarea, nosotros
esperamos que Dios nos socorra en nuestro momento de apuro: la muerte.
Finalmente oramos más que la cuenta durante la Cuaresma. La oración expresa la
fe que nuestra salvación venga de lo alto, no de los hombres.
Sabremos si hemos encontrado a Dios por superar las tentaciones que prueban a
Jesús en el evangelio. Así como el demonio le tienta a utilizar su poder para
satisfacer el hambre, nos enfrenta con los deseos carnales. Si caminamos con
Dios, rechazaremos el consumo desordenado de comida, bebida, y sexo. Tampoco
buscaremos el control sobre los demás por nuestras finalidades. Más bien,
reconoceremos a cada persona humana como hecha por Dios para darle a Él la
gloria. Nuestro propósito será apoyar a uno y otro cumplir este fin. En el evangelio
Jesús rechaza la oferta del diablo de tener la supremacía sobre todos los pueblos.
Lo hace no sólo porque no quiere adorar al diablo sino también porque quiere que
nosotros libremente honremos a Dios Padre.
La tercera tentación de Jesús es la más perniciosa. El diablo intenta a trasformar
su oración en una manipulación de Dios Padre. No es por nada que tiene lugar en
el templo. Nos hace pensar en nuestros motivos para rezar. A veces se encuentra
a una persona que dice que no reza más porque Dios no contesta sus oraciones. Si
o no percibimos la contestación a nuestras oraciones, tenemos que seguir rezando.
La primera lectura nos provee la razón. Dios ha sido bueno con Su pueblo. Éramos
caminantes errantes pero ya tenemos la luz de Cristo. Nos guía a la vida eterna a
través de la justicia.
A menudo se piensa en el desierto como región vasto de arena y culebra. Parece
como una tierra perniciosa donde jamás se querría hacer una caminata. Sin
embargo, el desierto tiene sus propias atracciones. Después de una lluvia el aire es
claro y los cactus florecen revelando la gloria de Dios. Se siente el amor de Dios
caminando en su entorno. Aun en el desierto se siente el amor de Dios.
Padre Carmelo Mele, O.P