2ª semana de Cuaresma. Domingo C: Lc 9, 28-36
Todos los años en el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone a consideración
la escena de la Transfiguración del Señor. Este año el evangelista que lo narra es san
Lucas, pues estamos en el ciclo C. Nos lo pone en este 2º domingo de Cuaresma, pues
encierra una gran enseñanza para este tiempo. Se supone que hemos comenzado la
Cuaresma con verdadero sentido cristiano de unirnos con Cristo, a quien consideramos
ofreciéndose al Padre por nosotros en la Semana Santa. Por lo tanto debemos sentir
más vivamente el arrepentimiento de nuestros pecados. La gran lección es que, si a
Dios le parece bien que suframos un poco por nuestros pecados, no es porque quiera
para nosotros el dolor, sino que es un paso para llegar a la felicidad de su gloria.
Habían pasado pocos días desde que Jesús les había dicho a los apóstoles que
iban hacia Jerusalén donde iba a sufrir y morir por nosotros. Claro que también les
había dicho que al tercer día iba a resucitar. Los apóstoles, sin embargo, habían
atendido demasiado a la parte de los sufrimientos y no podían comprender cómo
Jesús, a quien le tenían por Mesías, como lo había proclamado Pedro, podía morir tan
pronto y de forma tan degradante. Estaban tristes. Ahora Jesús les quiere dar a los tres
discípulos más íntimos como un pequeño adelanto de lo que será la resurrección y
enseñarles la verdad de que su muerte dolorosa iba a ser un paso necesario o muy
conveniente para la resurrección. Después de la resurrección de Jesús, darían una
gran importancia a este suceso, como se verá en la predicación y cartas de san Pedro.
Jesús en aquel monte, delante de sus tres discípulos, se pone a orar. Pero es una
oración tan sublime y mística que deja transparentar parte de su esencia divina. Esto
se expresa por lo de los vestidos blancos y la presencia de la nube. Tan contentos
están los discípulos que san Pedro está dispuesto a hacer unas tiendas para quedarse
allí por mucho tiempo. Dice el evangelio que no sabía lo que decía, porque estaba
como trasportado a otro mundo. Esta es una primera enseñanza: que Dios está con
nosotros cuando nos ponemos en oración. A veces deja traspasar un poquito de su
grandiosa presencia dando una felicidad que no lo pueden dar las cosas externas.
Pero Jesús les quería dar la principal lección: que todos los sufrimientos le llevarán
a la gloria. Por eso aparecieron allí Moisés y Elías conversando sobre lo que iba a
significar la muerte de Jesús. Nos viene a decir el evangelio que todo el misterio de la
vida y muerte de Jesús es la culminación de todo lo enseñado en el Ant. Testamento,
simbolizado por la ley y los profetas. Y es la gran lección que hoy nos da la Iglesia: que
todos nuestros sufrimientos, llevados por amor a Jesús y llevados con El, nos
reportarán una gloria, que un día lo veremos cuando estemos con Cristo en el cielo.
Jesús quería confirmar en la fe a aquellos apóstoles que no acababan de
comprender las palabras de Jesús; y que de hecho no comprenderían hasta después
de la resurrección. Hasta entonces el sufrimiento de la cruz sería para ellos un
escándalo, cuando debería ser una esperanza en el triunfo definitivo. Así pasa hoy con
mucha gente. Es muy difícil conocer el misterio de la vida de la Iglesia. Muchos sólo
ven la parte externa y por lo tanto todo lo ven bajo su prisma materialista.
Hoy pedimos en el prefacio de la misa que el Se￱or nos dé a entender que “la
pasi￳n es el camino de la resurrecci￳n”. En el salmo responsorial se habla de “ver el
rostro del Se￱or”. Ese debe ser nuestro anhelo de toda nuestra vida. Y como dice san
Pablo en la 2ª lectura, esperamos que Cristo transfigure nuestro cuerpo en cuerpo
glorioso como el suyo. A veces Dios nos da en esta vida pequeñas alegrías, que son
como anticipos de la gloria futura. Sepamos agradecérselo a Dios. Pero sepamos que
luego, como aquellos tres apóstoles, debemos ir a la vida ordinaria a ser testigos de
Jesucristo. Y mientras tanto atendamos a la voz del Padre que nos dice: “Escuchadle”.
Escuchando a Jesús y siguiéndole tendremos un día la gloria eterna.