1ª semana de Cuaresma. Miércoles: Lc 11, 29-32
Estamos a una semana de comenzada la Cuaresma y la Iglesia hoy acentúa algo
que ya va exponiendo desde el principio: necesitamos “convertirnos”, no s￳lo en un
momento, sino cada vez más para acercarnos plenamente a Cristo. Hoy se nos
propone, como un ejemplo de conversión, el de los ninivitas. Jesús lo recordó, aunque
en realidad más que una historia, dicen los entendidos, era como una parábola para
dar una lección. Hoy esta lección es para nosotros, pues todos hemos pecado.
Convertirse no es sólo cambiar la actitud externa. Debe comenzar por el cambio de
mentalidad para que nuestra vida se acomode a la enseñanza del Evangelio. Hay
muchos cristianos que viven una vida normal cumpliendo los actos externos de la
religión, pero ni siquiera se han planteado cuál es la actitud que Jesús nos enseña para
tener una vida como verdaderos discípulos suyos. Por eso necesitamos cambiar de
manera de pensar para cambiar nuestra manera de ser y de vivir. Esto no es cuestión
de un día. Necesitamos toda la vida; pero la Cuaresma es un tiempo propicio para ello.
Jesús desde el principio de su predicaci￳n comienza a hablar de “conversi￳n”.
Muchas personas, influenciadas por la actitud de los fariseos, sólo veían, como también
hoy muchos, la parte externa de la religión. Por eso para tener fe, para confiar en Jesús
o tenerle como el verdadero enviado de Dios, les parecía que Jesús debería hacer
signos portentosos. No es raro encontrar hoy personas que piensan que si Dios hiciese
algo verdaderamente portentoso, el mundo cambiaría y se convertiría. Algo portentoso
como el poner su nombre en el cielo o hacer de repente de esta vida un paraíso. Es
posible que haciendo algún signo terrible hubiera más temor; pero Dios quiere el amor.
Dios puede aplastar; pero para que haya amor correspondido se necesita la respuesta
confiada y libre. Convertirse es cambiar el corazón para amar de forma libre.
Una persona no puede llamarse convertida mientras permanezca en la soberbia y la
ambición. Y esto puede pasar en el mismo apostolado. La historia de Jonás con los
habitantes de Nínive nos da un mal ejemplo de cerrarse ante la misericordia de Dios.
Jonás fue a predicar obligado por Dios. El aceptó y predicó la justicia de Dios; pero
deseaba el castigo de Dios, de modo que sirviera de escarmiento ante la maldad. Mas
se encuentra con que sus palabras, dichas de parte de Dios, obtienen una sincera
conversión. Y cuando hay conversión, Dios actúa con misericordia. Jonás no es capaz
de aceptar ese gran signo de Dios que es la misericordia con el pecador arrepentido.
Jesús se queja ante su gente de que no han sabido reconocer en él al enviado por
Dios. El no va a dar señales portentosas, sino las señales del amor y la misericordia, y
sobre todo la se￱al de su muerte y resurrecci￳n. Jesús dijo que era “la se￱al de Jonás”.
Desde la primitiva comunidad ya lo interpretaron, como lo dice más claramente san
Mateo, por el tiempo que permaneció en el sepulcro para triunfar resucitando.
Este tiempo de cuaresma es preparación para la Pascua, de modo que el gran
misterio de la muerte y resurrección de Jesús no es sólo para contemplarlo, sino para
vivirlo profundamente en el corazón. Para ello debemos aprovechar este tiempo para
conocer más y más a Jesucristo: su vida y su doctrina. Debemos abrir nuestra mente y
corazón para que penetre dentro y lo podamos expresar con nuestro modo de vivir.
No sólo se nos invita a vivirlo como algo privado, sino a procurar que otros puedan
conocer más a Jesucristo. En el apostolado tendremos la tentación de poner
demasiado interés en lo externo, quizá hasta desearíamos que Dios hiciera un signo
espectacular. Recordemos que Dios busca el cambio de mente y corazón. Eso se logra
con la oración y con la penitencia, ya que todos hemos sido pecadores. Los milagros
solos no hacen la conversión. También los fariseos veían los milagros. Por eso Jesús
antes de los milagros pedía fe y confianza. La transformación del hombre y del mundo
llegará cuando el corazón se abra a la verdad y al amor.