Segundo domingo/C ( Lc 9, 28-36)
Hoy el Evangelio nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración.
Hoy el Evangelio nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración. Es la
segunda etapa del camino cuaresmal: la primera, las tentaciones en el desierto, el
domingo pasado; la segunda: la Transfiguración. Jesús «tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» ( Mt 17, 1).
La montaña en la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro
íntimo con Él; el sitio de la oración, para estar en presencia del Señor. Allí arriba,
en el monte, Jesús se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso,
bellísimo; y luego aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él. Su rostro estaba
tan resplandeciente y sus vestiduras tan cándidas, que Pedro quedó iluminado, en
tal medida que quería permanecer allí, casi deteniendo ese momento.
Inmediatamente resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús su
Hijo predilecto, diciendo: “Escúchenlo (v. 5). ¡Esta palabra es importante! Nuestro
Padre que dijo a los apóstoles, y también a nosotros: “Escuchen a Jesús, porque es
mi Hijo predilecto”. Mantengamos esta semana esta palabra en la cabeza y en el
corazón: “Escuchen a Jesús”. Y esto nos lo dice Dios Padre a todos. Es como una
ayuda para ir adelante por el camino de la Cuaresma. “Escuchen a Jesús”. No lo
olvidemos (Francisco16 de marzo de 2014) .
‘Escúchenle’. Fue la voz que escucharon los discípulos en esta portentosa revelación
de la divinidad de su Maestro. Si siempre debemos orar sin desanimarnos (Cf Lc
18,1 y ss.). Oración es hablar con Dios, pero también escucharle. Hay distintos
modos de orar: alabando a Dios, pidiéndole ayuda o perdón, dándole gracias por
los beneficios recibidos de Él. Pero la oración tiene también el claro objetivo de
escuchar a Dios para conocerlo y amarle más y así ‘transforme nuestra condición
humilde según el modelo de su condición gloriosa’.
‘Escuchadle’. Escuchamos a Cristo cuando participamos en la Santa Misa y estamos
atentos y receptivos a las Lecturas; cuando secundamos la voz del Espíritu Santo
que resuena en nuestra conciencia animándonos a ser más generosos en todo o
recriminándonos nuestra desidia, nuestro egoísmo; cuando tenemos el hábito de
leer con frecuencia el Evangelio y grabamos en el corazón esas palabras; cuando
escuchamos la voz de la Iglesia, tanto del Papa y los Obispos, como de quienes
recibimos un consejo espiritual acertado.
La Transfiguración del Señor nos impulsa también a nosotros a mostrar su rostro
mientras caminamos hacia la Pascua eterna. ‘Nosotros, enseña S. Pablo, reflejamos
la gloria de Dios y nos vamos transformando en su imagen con resplandor
creciente… Dios ha brillado en nuestros corazones para que nosotros iluminemos,
dando a conocer la gloria de Dios reflejada en Cristo” (2 Co 3,18; 4,6). Hemos de
reflejar a Cristo con nuestro comportamiento, nuestra conversación, nuestra
mirada, nuestra sonrisa… ¡Qué impacto tan beneficioso ejerce en los demás la
persona que irradia paz y no siembra discordias; que es alegre aunque palpe las
asperezas de la vida; que es servicial, generosa, comprensiva, atenta, cortés…
Cuando un cristiano se conduce así, deja traslucir algo de la gloria del Señor y los
que le tratan la perciben.
Ahora nos fijamos en el punto crucial: la Transfiguración es anticipación de la
resurrección, pero esta presupone la muerte. Jesús manifiesta su gloria a los
Apóstoles, a fin de que tengan la fuerza para afrontar el escándalo de la cruz y
comprendan que es necesario pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al
reino de Dios. La voz del Padre, que resuena desde lo alto, proclama que Jesús es
su Hijo predilecto, como en el bautismo en el Jordán, añadiendo: ‘Escúchenlo’
( Mt 17, 5). Para entrar en la vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirlo por
el camino de la cruz, llevando en el corazón, como él, la esperanza de la
resurrección. Spe salvi , salvados en esperanza. Hoy podemos decir:
“Transfigurados en esperanza” (Benedicto XVI 17 de febrero de 2008) .
Concluimos con esta exhortación de San León Magno: “Que la predicación del santo
Evangelio sirva, por tanto, para la confirmación de la fe de todos, y que nadie se
avergüence de la Cruz de Cristo, gracias a la cual quedó redimido. Que nadie tema
tampoco sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas,
porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida, pues el
Señor echó sobre sí toda la debilidad de nuestra condición y si nos mantenemos en
su amor, venceremos lo que Él venció, y recibiremos lo que prometió”.
Y ahora dirijámonos a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para
continuar con fe y generosidad este itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco
más a ‘subir’ con la oración y escuchar a Jesús y a ‘bajar’ con la caridad fraterna,
anunciando a Jesús.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)