2ª semana de Cuaresma. lunes: Lc 6, 36-38
Jesús estaba hablando sobre el amor a los enemigos. Este amor debe ser una
característica de los que quieren ser discípulos de Jesús. Amar a los que nos aman
también lo hacen los pecadores, dice Jesús. Y ahora va a hacer la conclusión de esta
sublime doctrina
Lo primero que nos dice hoy es que tenemos que ser misericordiosos, porque
nuestro Padre es misericordioso. Si Jesús nos pide un cambio trascendental en nuestra
vida, por medio del amor, es para imitar a Dios. Y esto no puede realizarse si no
tenemos una experiencia vital de tener a Dios como Padre-Madre lleno de ternura que
acoge a todos. El evangelio de san Mateo nos habla de Dios que hace brillar el sol
sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos.
Por lo tanto Dios nos ama, es misericordioso con nosotros, independientemente de
si somos buenos o malos. La diferencia entre nosotros será sobre cómo
correspondamos a esa infinita misericordia y luego cómo la manifestamos con respecto
a los demás, sean amigos o enemigos.
Poco antes, en el versículo 31, había dicho Jesús: “Como queráis que la gente se
porte con vosotros, de igual manera portaos con ella”. Ahora Jesús se va a referir a la
vida concreta para decirnos que, si queremos que no nos juzguen, tampoco nosotros
juzguemos; si queremos que nos perdonen, nosotros debemos perdonar; si queremos
que no nos condenen, nosotros tampoco debemos condenar.
¡Cómo nos gusta que piensen bien de nosotros! Y a veces ¡Cuántas cosas se
hacen por hipocresía, como los fariseos, para que la gente nos juzgue bien! Pues nos
dice hoy Jesús que juzguemos bien a los demás para que seamos juzgados bien. Y lo
bueno es que Dios ve los juicios del corazón. Así pues, aunque los demás no lo
aprecien, Dios aprecia nuestros buenos juicios, porque el hecho de juzgar bien o en
términos positivos es imitar la misericordia de Dios.
A veces los juicios que hacemos son perversos y condenatorios. Quizá lo merecen.
Pero Jesús nos insta a que veamos la parte buena y seamos más prontos a salvar que
a condenar. Eso es lo que queremos que hagan con nosotros.
Si queremos ser perdonados, debemos estar constantemente en actitud de
perdonar. Eso es lo que pedimos siempre cuando rezamos el Padrenuestro: Estamos
pidiendo a Dios que nos perdone, porque nosotros también perdonamos las faltas que
nos hacen. Perdonar es un signo evidente de tener misericordia.
Si Jesús nos pone como ejemplo la misericordia de Dios es porque, aunque mucho
hagamos y progresemos, siempre estará patente el ideal. Siempre debemos progresar,
aunque nunca lleguemos a la grandeza de la infinita misericordia de Dios: El Padre
envió a su Hijo para que, muriendo en la cruz, salvara nuestras grandes miserias. Y
envió su Espíritu para ayudarnos con su fuerza a poder realizar actos heroicos de
misericordia, como lo vemos en los santos.
No nos contentemos sólo con lo negativo, el no hacer mal, sino vayamos a lo
positivo. Termina hoy diciendo Jesús: “Dad y se os dará”. Pero dar con esplendidez o
“con la medida rebosada”. La imagen se refiere a los que vendían usando una cierta
medida. En una ocasión nos dice Jesús que hasta en lo humano los que dan con la
medida rebosada sacan más ventaja, pues luego van a tener más “clientes”.
Traspasado al término espiritual, nos dice Jesús que Dios retribuirá “con creces” a
quien haya hecho el bien, a quien haya actuado con misericordia. Cuando se trata de
castigar no habla de rebosar en castigos; pero cuando Jesús nos habla de los premios
que Dios nos tiene preparados, en varias ocasiones nos dice cómo Dios es magnánimo
y sus premios serán rebosantes: no sólo el ciento por uno, porque podríamos decir que
serán millones por uno.