2ª semana de Cuaresma. Miércoles: Mt 20, 17-28
El tiempo de Cuaresma es ir caminando hacia la Pascua de Jesús, para participar
en su muerte y resurrección. Jesús les anunciaba a los apóstoles varias veces que El
debía ser muerto y resucitar. El de hoy se llama el tercer anuncio. Estos anuncios no
sólo son diversos por el número, sino también por la graduación. En los anteriores
Jesús habla como un maestro que describe lo que va a suceder. Ahora se ve al hombre
fiel o “siervo de Yaveh” que se lanza por el camino ya anunciado y se￱alado por Dios.
También hay más detalles en la descripción, pues dice que los jefes del pueblo lo
entregarán a los paganos para que sea crucificado. Claro que, como en los anteriores
anuncios termina con el detalle glorioso de su resurrecci￳n “al tercer día”.
La muerte del Mesías ya estaba detallada en algunas profecías. Estas no hablaban
acerca de la resurrecci￳n, pues ni del hecho de “resucitar” se hablaba hasta casi el final
del Ant. Testamento. Algo podemos deducir cuando el profeta Isaías habla del triunfo
del siervo paciente. Para Jesús era una convicción que tenía en su conciencia, una
convicción de que su misión no podía fallar a pesar de tener que pasar por la cruz. Por
eso en medio de los anuncios de su muerte aparece la paz de su espíritu.
Los apóstoles no lo entendían. Hoy se acentúa un poco más este no entender de
los apóstoles por la escena de la madre de los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan.
Ellos habían oído hablar desde niños sobre la grandeza del futuro Mesías: grandeza en
el sentido material y terreno. Se les debía encoger el corazón cuando Jesús hablaba de
que en Jerusalén iba a ser insultado y torturado. Pero preferían no pensar en ello y
seguían con sus pensamientos de que en Jerusalén iba a pasar algo grande, creyendo
que Jesús con seguridad instauraría por fin el reino antiguo de Israel. Estos
pensamientos se contagiaban a las personas queridas que les acompañaban, entre las
que estaban la madre de Santiago y Juan. Aprovechó quizá un alto en el camino en
aquella subida hacia Jerusalén para dirigirse a Jesús pidiendo los principales puestos
en el futuro reino para sus dos hijos. No era muy descabellada la proposición, pues
había visto cómo aquellos dos hermanos eran de los preferidos entre los apóstoles.
Para Jesús sí era descabellada aquella proposición, pues demostraba no haber
comprendido algo esencial en su doctrina ya que estaban demasiado preocupados en
sus propios intereses. Esta es una enseñanza para nosotros, pues muchas veces
Jesucristo nos quiere decir algo importante para nuestra vida; pero nos quedamos en
nuestros pensamientos terrenos y egoístas. Tenemos que tener una actitud más
humilde y ser como niños ante Dios para comprender y aceptar sus proposiciones.
Jesús les hace ver que no saben lo que piden. Ahora se dirige a los dos hermanos.
Sin embargo, como ve una cierta buena voluntad, aprovecha esa proposición para
proponerles si están dispuestos a seguirle y tomar la copa o beber el trago amargo que
El mismo ha de beber. Ellos son valientes, aunque todavía no saben qué significa
beber ese trago amargo de Jesús. En la vida encontraremos gente buena que desea
hacer grandes cosas, aunque les falte mucho conocimiento de los mensajes de Jesús.
Debemos saber aprovechar esa buena voluntad; pero buscando que ellos y nosotros
nos instruyamos más en el conocimiento de la fe, lo cual es propio de la Cuaresma.
Como la escena había ocasionado disputas entre todos los apóstoles, Jesús les da
a ellos y a nosotros la gran lección de este día. Estar a la derecha y la izquierda de
Jesús no es tener glorias y triunfos terrenos, sino hacerse “esclavo” como El, y “servir a
los demás” y “dar la vida como rescate” o redenci￳n de otros. Es lo que sigue haciendo
Jesús en la Eucaristía, que es el “pan partido”, el que ha derramado su sangre por
nosotros. Hoy quiere Jesús que cambiemos de mentalidad. La grandeza no está en ser
servido y en dominar a otros y hacer lo que más nos gusta en sentido terrenal, sino en
servir, en entregarse a los demás, para que otros tengan el triunfo y el aplauso.