III Domingo de Adviento, Ciclo C
MIRADA DESDE LO ABSOLUTO
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Lo primero que debéis tener presente para entender la primera lectura, mis
queridos jóvenes lectores, es que el desierto en el que transcurre la entrevista
de Moisés con el Señor, es un desierto de rocas y montañas. También hay arena
con sus correspondientes dunas, no lo niego, pero no mucha, por lo menos por
el paisaje donde pastorea nuestro protagonista de hoy.
2.- He estado en la península del Sinaí unas cuantas veces y nunca he olvidado
esta lección que nos dio el guía antes de adentrarnos en ella. Sí, no es lo que
vemos como imaginamos que es un desierto: una gran extensión de arena, de
superficies suaves como una caricia femenina, iguales todas, monótonas y
solitarias. (Las dunas, no las manifestaciones de ternura) Lo que no ve uno por
allí es tierra fértil, ni huertos, ni jardines. Algún florero de palmeras, no muchas,
que le indicará al beduino que a sus pies encontrará agua o por lo menos
humedad. Plantas que casi son matorrales, principalmente retamas, semejantes
a nuestras aliagas, de aspecto seco, agrestes por las espinas que exhiben sus
tallos, aromáticas de profundo olor espeso. Y en este paisaje, sin que uno
entienda como, pacen los rebaños. Sin que entienda qué comida van a encontrar
para comer, pero ellos son capaces desde antiguo de conseguirlo.
3.- Decimos zarzas y no seré yo quien corrija, pero os advierto que no se
parecen para nada a nuestros rosales silvestres, las zarzamoras, o las
frambuesas. Una de ellas la vio ardiendo, en principio no le debió extrañar, podía
haberse encendido por una chispa eléctrica caída del cielo, más bien de una
nube, pero lo que le asombró fue que no se consumía. Ardía y ardía sin parar. La
vida de un pastor es muy peculiar. Inicialmente le parece a uno que es un
trabajo propio de vagos y que no hacen nada mientras los rebaños pacen, pero
no es así. Se encuentra con uno y puede entablar conversación. Le parece que
ignora lo que hacen los animales y no ocurre así. Habla, pero observa e
interrumpe la charla si uno de ellos se aleja demasiado o si corre peligro por
cualquier motivo. Moisés era un hombre que ejercía responsablemente, pero
observados atento por lo que pudiera pasar.
4.- En una tal situación se acercó para ver qué pasaba. Lo de descalzarse en
señal de respeto por un lugar es costumbre que todavía hoy se practica en
algunos lugares o por ciertas comunidades. En la actitud de Dios se observan
dos aspectos. En primer lugar solemnidad, no esconde su categoría
trascendente. En segundo lugar sensibilidad amorosa con los que sufren, con los
que libremente había escogido como pueblo suyo, en Abraham, su ancestro.
5.- Es muy legítima la pregunta que Moisés le hace. Es muy lógico que la
respuesta no la entienda, como no la entendemos nosotros. Pero la acepta, su
origen es superior y de confianza, según intuye. Como nosotros estos días
cuando se nos ha comunicado que, finalmente, se ha podido comprobar que
existen las ondas gravitacionales y nos han dicho que estas son capaces de
modificar el valor tiempo, o qué se yo, que no comprendo, pero suscribo acallo y
acepto. Moisés valientemente arriesga. Pobres israelitas si hubiera sido un
hombre precavido, que tomara precauciones extremas para todo. Preguntar
humildemente sí. Atreverse a acudir a los egipcios para librar a los suyos de la
esclavitud, también. Aunque se trate del faraón a quien deba enfrentarse.
6.- La lectura evangélica de la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores, nos
ilustra de cómo debemos gobernar nuestra vida. Las legitima precauciones que
debemos poner. Los criterios de Dios respecto a nuestra salvación. No hay que
juzgar con superficialidad. Dios ve en lo profundo y nosotros no podemos
ignorarlo.
7.- Para entender la parábola de la higuera hay que saber que es un árbol
sumamente generoso. Da dos cosechas cada temporada. A los frutos de una se
le llama higos, a los de la otra, brevas. Se lo recordé mentalmente al esqueje
que plante a lado de mi casa. La mía fructifica una sola vez, al final de verano,
pero se lo agradezco. De todos modos no la hubiera arrancado de cuajo
inmediatamente, si no me hubiera ofrecido sus frutos.
Hay que ser exigentes, no lo olvidéis, mis queridos jóvenes lectores. Exigentes sí
pero pacientes, esperanzados, comprensivos.