III DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C
A LA LUZ DE SU MISERICORDIA
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Éxodo 3, 1-8. 13-15: “‘Yo-soy’, me envía a ustedes”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
I Corintios 10, 1-6. 10-12: “La vida del pueblo escogido, con Moisés, en el
desierto, es una advertencia para nosotros”
San Lucas 13, 1-9: “Si no se convierten, perecerán de manera semejante”
Contemplemos las imágenes que nos propone el Evangelio: unos galileos
asesinados y una higuera estéril… ¿Qué nos hacen pensar? ¿Cuál es la justicia de
Dios? ¿Castiga o guarda silencio? Contemplemos las imágenes fuertes que nos
presenta nuestro mundo: violencia, discriminación, corrupción, luchas por el
poder… ¿D￳nde se encuentra Dios? ¿Influye en nuestras vidas?
¿Qué imagen tenemos de Dios? ¿Cómo percibimos a Dios en nuestro diario
caminar? Parecen ser las interrogantes que hoy nos propone la liturgia y que nos
exigen cuestionarnos de verdad sobre la propia vida. Las preguntas que hacen los
discípulos a Jesús son como eco de nuestras propias preguntas. Tanto cuando
juzgamos a los demás como cuando nos juzgamos a nosotros mismos, dejamos
al descubierto cuál es la imagen que tenemos de Dios y cómo percibimos a Dios
en nuestras vidas. Es interesante cómo los discípulos leen los acontecimientos
muy distinto de cómo Jesús lee los acontecimientos. De hecho podremos aprender
del texto de hoy a escuchar la voz de Dios en cada uno de los acontecimientos. La
conclusión que sacan los discípulos es equivocada. Tienen el concepto de un Dios
vengador, policía, atento a los errores de los hombres para precipitarlos en su
propia ruina por ser pecadores. Todo lo contrario nos dice Jesús: porque somos
pecadores, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. Mirarnos a la luz de
su Misericordia.
La urgencia de la conversión al aproximarse el juicio de Dios que los signos de los
tiempos continuamente nos hacen recordar, es nuestra respuesta a la experiencia
de un Dios que viene a sacarnos de la esclavitud de Egipto, que nos ayuda a
reencontrar nuestra propia identidad como nos dice la primera lectura de este
domingo. El pueblo liberado es un pueblo en continua conversión. No es suficiente
salir de Egipto, alimentarse del maná o saciarse del agua de la roca para ser fiel
a Dios: cada momento se debe estar atento a la conversión. Así también al nuevo
pueblo, no le basta ser bautizado, acercarse a la Eucaristía y vivir algunos ritos.
Le urge la conversión cada día. La palabra de Dios nos convoca a la revisión y al
cambio pero, en las palabras de Jesús, bajo una nueva luz: la misericordia de Dios
no tanto la justicia. Miremos nuestra vida a la luz de los ojos de un padre amoroso,
y no bajo la mirada de un juez implacable. Es el padre amoroso que escucha “el
clamor de su pueblo que sufre”. El tiempo de Jesús es el tiempo de la paciencia
del Padre. Dios no impone límites fijos. Un largo pasado de esterilidad no impide
a Dios dar la posibilidad de producir frutos. Y no se trata de debilidad sino de
amor.
Una higuera cargada de hojas pero estéril de frutos, sólo ocupa lugar. El riesgo en
esta cuaresma es quedarnos en los signos externos y despreciar la verdadera
conversión. La conversión es una profunda revisión del camino que ha tomado
nuestra vida e implica un cambio de dirección. Conversión es paso de una fe
adquirida pasivamente, fe solamente heredada, una fe activamente conquistada.
No basta “estar ahí”, “cumplir”, hay que estar activamente y dar frutos. La
conversión es ruptura de una mentalidad orientada hacia el pecado, hacia los
valores puramente humanos, hacia la autosuficiencia y el orgullo, para adherirse
a los verdaderos signos de penitencia. Conversión es sobre todo adherirse al Reino
que viene. Es un acercamiento a Dios, pero un acercamiento de pobre, de
pequeño, de siervo, de hijo. Es un acercamiento respondiendo a su misericordia y
su amor. Es la autenticidad de un comportamiento que rompe la distancia entre
la fe y la vida. Dios nos espera con los brazos abiertos en ese momento decisivo.
Pero espera de cada uno de nosotros un acto valiente: la plena y consciente
aceptación del Reino de Dios con todas sus consecuencias. El paso hacia la libertad
nadie puede darlo por nosotros, es un acto personal que ni Dios puede dar por
nosotros.
¿Qué frutos espera el Señor? No podemos dar apariencia de frutos. Es triste
comprobar que vivimos en sociedades que se llaman cristianas, donde hay muchos
bautizados pero encontramos frutos de torturas, desapariciones, asesinatos,
delaciones, miedo y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de
salud y de vivienda, desesperanza. Cada vez que la Palabra de Dios nos presenta
la figura de la vid o de la higuera, nos exige frutos. En Isaías y los profetas, los
frutos van unidos a la justicia y al amor. Sin embargo, hoy hay quien se llama
“cristiano” y paga sueldos de miseria; hay quienes son bautizados y se convierten
en líderes explotadores; se puede tener “una fe o una religi￳n” y armonizar con
narcotráfico o prostitución; decirnos creyentes y voltear la espalda al necesitado.
Y ahí están las consecuencias: individualismo, hambre, pobreza, discriminación,
división y aun manipulación de la religión para los propios fines.
Impresiona la misericordia del Se￱or: “Déjala otro a￱o”. Si a nosotros nos tocara
juzgar, ya habríamos condenado a muchos a muerte y condenación (como de
hecho sucede). El amor misericordioso de Dios es mayor que nuestro pecado. Nos
deja experimentar nuestra impotencia y nuestra debilidad para manifestar más
grande su amor. De donde parece que todo está muerto y perdido, saca vida el
Señor. Pero, ¡atención!, que esto no sea una excusa para seguir pecando. Porque
está muy clara la conclusi￳n de la parábola: “ Si no, el año que viene la cortaré” .
Y recordemos c￳mo ha actuado el Se￱or. Cuando ha habido injusticia “el clamor
llega a sus oídos”. No nos hagamos ilusiones, no basta dar hojas frondosas que
apantallen y aparenten. Hay que dar verdaderos frutos.
¿Cuál es la imagen de Dios que a mí me hace actuar: le temo como a juez, o lo
amo como a Padre? ¿Cómo voy a vivir una verdadera conversión? ¿Qué frutos me
exige el Señor?
Padre amoroso y lleno de misericordia, cuya bondad supera nuestros pecados,
concédenos una verdadera conversión y un cambio de corazón que nos lleven a
dar verdaderos frutos de justicia, amor y paz. Amén.