III DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C
Ex 3, 1-8ª.13-15; Sal 102; 1Cor 10, 1-6.10-12; Lc 13, 1-9
En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos,
cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús:
«¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque
acabaron así? Les digo que no; y, si ustedes no se convierten, todos acabarán de
la misma manera. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de
Siloé, ¿piensan ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de
Jerusalén? Les digo que no; y, si ustedes no se convierten, todos perecerán de
la misma manera”. Y les dijo esta parábola: -“un hombre tenía una higuera
plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces
al vi￱ador: “Ya ves: tres a￱os llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no
lo encuentro. C￳rtala. ¿Por qué ha de ocupar terreno inútilmente?” Pero el
vi￱ador contest￳: “Se￱or, déjala todavía este a￱o; yo removeré la tierra
alrededor de ella y la abonaré, a ver si comienza a dar fruto. Y si no da, la
cortas”.
Es importante remarcar en este Tiempo de Cuaresma, como Dios a través de un
pueblo (Israel), ha preparado no solo la venida de su Hijo Jesucristo para redimir
al hombre sino para también desvelarnos una historia de amor, lo que
comúnmente llamamos la historia de la salvación. Lamentablemente muchas
veces por algunos escrituristas esta historia de salvación se torna solamente en
un sentido horizontal como una simple historia humana, de la cual podríamos
tomar algunos ejemplos; pero cuando hablamos de historia de la salvación se
habla del Dios que ha entrado en la historia de la humanidad, para romper esta
horizontalidad de la vida, donde parece que solo el hombre ha nacido para
morir, cuando en la historia de la salvación el hombre ha nacido para vivir
eternamente, como así lo dice el libro de la Sabiduría: “…Dios no ha creado la
muerte…”; es la consecuencia del pecado lo que al hombre lo lleva a una vida de
incredulidad y desesperanza, y por ello las cosas accesorias de este mundo, o los
bienes naturales con los cuales Dios ha bendecido al hombre, el hombre los
utiliza y los ve como el bienestar a alcanzar o a poseer. Escuchemos la voz de la
Iglesia que en este tiempo de manera particular, como Juan el Bautista, nos está
señalando al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y denunciemos y
confesemos los engaños del pecado, a los cuales nos conduce para que en
nuestra pobreza y debilidad la misericordia de Dios recree nuestro ser, nos dé un
corazón de carne y celebrando la Santa Eucaristía, vivamos la comunión de los
hermanos en la fe, y la paternidad del Único Dios.
En el libro del Éxodo, según el autor sagrado, nos pone ante la escena del
encuentro de Moisés con Dios, en lo que se llama la “zarza ardiente”, y en este
Año Jubilar de la Misericordia, la expresión que vierte el autor sagrado nos
puede ayudar a profundizar en las palabras: “…he visto la aflicci￳n de mi pueblo
en Egipto…”. San Pablo, en su carta, nos dice que hemos recibido un espíritu
para llamar a Dios “Abba, Padre”, entonces nos podemos preguntar ¿un padre
que ama a sus hijos los puede abandonar en su aflicción?, y la respuesta quizás
no es muy agradable, pues Dios que nos ha creado en la libertad absoluta
porque nos ama; esta aflicción a la cual se refiere el autor sagrado es por
nuestra libertad mal usada; ya lo dirá nuestro actual Santo Papa San Juan Pablo
II: “…la aflicci￳n de la sociedad (pecado social), es por la suma de los pecados
individuales…”. Por ello, el mandato de Cristo a los ap￳stoles de ir por el mundo
a anunciar el Evangelio, porque el hombre que no acepta a Dios y lo rechaza:
vive en una aflicción, y en esta situación el hombre, no puede salir ni liberarse
por sí mismo, de la aflicción, y puede llevar al hombre a una situación de
angustia, de desesperanza, resignación, o lo que hoy día llamamos de depresión.
Esta denominaci￳n de: “…un pueblo en Egipto…”, el autor sagrado quiere
expresar una situación existencial de esclavitud, porque el esclavo no es un
hombre libre, y en la sociedad moderna, en la cual nos encontramos, hay
muchas situaciones de esclavitud, que el hombre las desea, porque se le
propone como situaciones de libertad absoluta, e incluso lo que hoy se denomina
calidad de vida. Una de estas manifestaciones clamorosas, que incluso se quiere
legalizar en el mundo, son las uniones en una pretensión de vida conyugal entre
personas del mismo sexo. Hoy más que nunca, el Espíritu Santo nos invita a los
creyentes a anunciar la Buena Nueva que libera al hombre, aunque los creyentes
no quieran escuchar, por eso la expresión cuando Moisés pregunta a Dios, con
qué nombre debe darlo a conocer al pueblo, la respuesta es “…Yo soy me ha
enviado a vosotros…”. El hombre de hoy, sabe que no es feliz, sabe que incluso
debe someterse a ciertas situaciones, pero las acepta por algún bien mínimo que
puede recibir, y aparentemente el hombre está dispuesto a escuchar una
respuesta que lo libere, que cumpla sus expectativas de ser libre y tener una
vida auténtica; pero también es cierto que el hombre para que su vida cambie,
tiene que haber un cambio radical de vida, y por eso son muy importantes las
palabras que Dios dirige a Abraham: “…sal de Ur de los Caldeos y ponte en
camino…”; y es aquí donde el hombre de hoy ya no escucha a Dios cuando se le
dice “…sal de tu tierra y ponte en camino…”, que dicho de otra manera más
sencilla en la gracia de Dios, saldremos de los vicios en la cual nuestra vida se
encuentra para vivir una vida de conversión, de reconciliación y de perdón; y
esto es obra de Dios; este es el “…Yo soy”, que es Dios, que es Señor de la vida
y de la muerte, es el Dios que hace salir de los sepulcros a los muertos, como
Lázaro.
En el Evangelio de este presente domingo, el hagiógrafo pone la parábola de la
higuera estéril para significar dos notas importantes, la primera una llamada
radical a la conversi￳n, por ello la frase: “…Se￱or déjala por este a￱o todavía y
mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en
adelante, si no da, la cortas…”; podemos así comprender que la correcci￳n en la
vida cristiana y sobre todo la llamada a la conversión, no se debe entender como
que la misericordia de Dios llega a su límite, ya el profeta Ezequiel lo dice
expresamente: “…Dios no desea la muerte del pecador sino que se convierta y
viva…”. Lamentablemente muchos teólogos no exponen con claridad el sentido
de la conversión, pues según las palabras del profeta Ezequiel la conversión no
solamente tiene como fruto el cambio de corazón hacia Dios, sino que este
cambio de corazón le da al hombre, o le devuelve al hombre en Cristo la vida
verdadera; pues no es cualquier vida, sino vivir la vida eterna como un anticipo
ya en este mundo. La segunda nota de esta frase: “…si no da (fruto), la
cortas…”, está expresando la paciencia de Dios con el hombre, pues Dios es
misericordia, pero ante la misericordia que tiene con el hombre, queda también
en claro la paciencia amorosa que Dios tiene hacia el hombre; por eso cuando
Jesús le dice a Pedro: “…no solo te digo siete veces sino setenta veces siete…”;
esto nos está queriendo decir que el ejercicio de la misericordia llevará al
hombre a la paciencia, a aceptar al otro como es. Por eso que en esta frase del
Evangelio, Dios muestra su paciencia hacia el hombre, pero esta paciencia de
Dios no excluye una llamada radical a la conversión; en el pasaje del Génesis, la
intercesión de Abraham por los habitantes de Gomorra, muestra la paciencia de
Dios, pero también su firmeza; porque en la misericordia de Dios, nosotros los
hombres tocamos siempre su amor paciente.
Cuando el evangelista Lucas hace referencia a la muerte de los galileos, cuya
sangre es mezclada con la de los sacrificios por parte de Pilato, el autor sagrado
tiene una intencionalidad de ayudar a su audiencia a no pensar que la forma de
morir expresa un castigo de Dios; si fuera así, entonces, la muerte de Cristo en
la cruz expresaba la peor muerte ante una vida de total crueldad; pero no es así
el sentido. En el pueblo de Israel sí había esta concepción, que la forma de morir
expresaba un castigo para la persona, si no había vivido según la ley del Sinaí;
pero según este pasaje, y visto desde una visión cristiana, pone de manifiesto
cómo muchas veces cuando el hombre usa mal la autoridad, que tendría que ser
un bien para los súbditos, se convierte en un acto de tiranía y de crueldad; y es
así que la autoridad con la cual Cristo, Dios lo revistió en su vida terrena, ha
desvelado la paciencia y la misericordia del Padre; y como muchos pasajes de
los Evangelios, Cristo afirma: “…para esto he venido, para dar mi vida como
rescate por muchos…”.
San Pablo en la Carta a los Corintios, hace una breve exposición de la historia de
salvación con el pueblo de Israel, que ante la acción gratuita de Dios, el pueblo
respondió con un corazón siempre de ingratitud, pero no por ello Dios siguió
preparando en la historia de la salvación, la venida de su Hijo muy amado:
Jesucristo. Haciendo una lectura desde nuestro hoy, en este mundo
contemporáneo, el corazón ingrato del hombre no ha cambiado, como tampoco
se ha mudado la paciencia y la misericordia de Dios para con el hombre, pues en
esta época nos ha tocado ver y oír a grandes santos, con quienes incluso se han
compartido grandes momentos, y hemos sido testigos de la acción de Dios en
ellos, como por ejemplo: la Beata Teresa de Calcuta y San Juan Pablo II, y aún
así nuestro corazón es ingrato. Podemos preguntarnos como Dios abona nuestra
vida para que podamos convertirnos, es a través de los signos externos, esto es
como he dicho líneas anteriores con la vida de los santos, con la acción
evangelizadora de su Iglesia, y donde cada día, podemos ver con claridad lo que
dice San Mateo: “…Se￱or te doy gracias porque has ocultado estas cosas a los
sabios e inteligentes del mundo, y se lo has revelado a los pobres…”; pobres
debe entenderse no solo en el sentido de la fragilidad humana y debilidad
humana, sino como ya dijo Cristo: “…si no os hacéis como ni￱os no entrareis en
el Reino de los cielos…”; y como ejemplo tenemos los personajes que hoy se
menciona en las lecturas: Abraham y Moisés, el primero obediente en la gracia
de Dios y el segundo la humildad en la gracia de Dios.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar, reza por mí, que soy polvo.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar